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sábado, 29 de noviembre de 2014

Cuando el cielo se vuelve gris y prevees un tormenta.

Le tengo pánico a escribir sobre ti. A tener que hacer comparaciones tristes para olvidarte. A volver a crear personajes que tengan tu pelo, tus manos y tu manera de reír.
Le tengo pánico a la melancolía desde que tú me la quitaste de encima. Desde que volviste y ya no hubo razones para esconderse bajo las sábanas, salvo si esas sábanas eran las tuyas.
Le tengo pánico, así es, a las puertas cerradas con llave. Al pum-pum de un latir ausente. A los teléfonos que ya nunca suenan o que no suenan como yo quiero.
Le tengo pánico a que te vayas y tener entonces motivos para escribir cosas tristes de nuevo. Para escribir sobre cómo ese chico se parece a ti o sobre cómo quisiera cruzarme contigo.
Te tengo pánico a ti. Porque cuando no estés no habrá nada que no me cause miedo.
No habrá nada que me haga sentir que no te has ido.
No habrá nada que me haga sentir otra vez.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Se acabaron las flores.

Cuando era pequeña presumía de no llorar nunca. Puede que me tirase años sin derramar una sola lágrima. No lo necesitaba. No veía motivos salvo el de caerme al suelo en el recreo.
"Hace mucho que no lloro" pensaba.
"Hace mucho que no lloro".
Qué triste suena entonces decir que rompí mi propio récord de impermeabilidad. "Hace mucho que no dejo de llorar" pienso.
Y me encojo bajo las sábanas, miro el reloj y son casi las dos. Miro el calendario y no encuentro los días entre tanto examen. Miro a mi lado y no te veo.
"Hace mucho que no dejo de llorar" pienso.
Y cierro los ojos y me duermo. Como si el mundo terminase ahí, como si no existiesen los despertadores, como si fueras a abrazarme cuando yo no me doy cuenta.
Como si de verdad fuese posible salir del mundo y volver cuando haya dejado de hacer tanto frío.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Lo invisible del viento.

La puerta estaba cerrada. No entraba ni una pizca de viento por las ventanas. No había rendija capaz de traerme ese olor a ti que me acariciaba la nariz y me decía "he vuelto" en una bonita mentira.
El olor a ti, a las calles de Madrid que ya no puedo pisar, a las horas que tanto se clavan y tanto nos atan, a tu camiseta favorita. Olor a ti, a tu pelo, a tu risa.
Olor que se desvanece y viene a su antojo, dejando un rastro de ilusiones a su paso.
Y se va. Y no vuelve.
Y de repente mi habitación ya no es calle, ni ropa, ni tiempo.
Mi habitación ya no es tú, pero parece como si estuvieras dentro. Como si nunca te hubieras ido.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Adiofóbica.

Nadie se imaginaba que en sus ojos marrones hubiera en realidad dos pozos negros. Dos puertas que decían "Pasen y vean" y te invitaban a adentrarte en un callejón sin salida. En un laberinto lleno de estropicios.
Cuando estaba callada, era la templanza hecha muchacha. La serenidad moldeada entre el hueco de su mejilla y el dorso de su mano. La calma en su manera de recogerse el pelo tras la oreja.
Y sin embargo eran simples impresiones que se rompían cuando ella rompía a hablar, cuando tamborileaba frenéticamente la pierna bajo la mesa o cada vez que se mordía el labio con tanta fuerza que dolía a quien la viese.
Era un mantojo de nervios y pensamientos garabateados. El sí y el no dentro de una misma frase. Era un espejismo capaz de confundirte eternamente si no la mirabas con la fuerza suficiente.
Pero a pesar de todas sus mareas, la verdad residía en el miedo. El temor acechante de la soledad que le susurraba historias de brujas al oído, de un futuro con la luz apagada y de viajes en tren que nunca llegarían a cumplirse.
Ella más que paz, más que silencio, más que torpeza, era el pánico irrefrenable a abrir los ojos y que la cama le viniese grande. A despertar a oscuras. A encontrar frente a ella una maleta que ya nunca más volvería a estar llena.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Sin amueblar.

Yo sólo te veía a ti en mi futuro
Y ahora que te has ido
Está completamente oscuro
Bloqueado y sin pintar
Ya no existe en él felicidad
Ni risas
Solo un fondo negro
Y un cartel que dice:
"Fuera de servicio"
¿Y qué se hace entonces
cuando a Roma ya no llegan caminos
o cuando la única ruta posible
bordea
un acantilado a oscuras?
Yo sólo te veía a ti en mi futuro
Y ahora que te has ido
soy yo la que no quiere verlo
Porque ningún rincón te hace justicia
ni me mira
como tú
solías
hacerlo.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Amor a las alturas.

La chica llevaba un vestido rojo. Se encontraba ligeramente inclinada sobre el borde del inmenso mirador, asomada sin temer a las alturas gracias a que estaba de puntillas. Parecía que estuviera comprobando si los diez pisos que la separaban del suelo fuesen de verdad diez pisos, y no diez centímetros.
En su mano derecha sostenía una hoja de papel que había sido arrugada varias veces antes. Quizá hubiera estado guardada mucho tiempo en su bolsillo, esperando aquel preciso instante.
Lo sujetaba con fuerza, como quien teme soltar una mano ajena en medio de una multitud. Lo sujetaba con el cariño con que se sujetan dos enamorados.
El cielo de la ciudad estaba anaranjado, el sol desprendía esos últimos retazos de luz que ya no recuerdan cómo derrotar oscuridades. Era un atardecer de un verano casi muerto, de vientos débiles y de nubes famélicas. Un atardecer de esos que salen en las películas, porque son tan corrientes como otro cualquiera.
La chica posó sus talones lentamente en el suelo y dejó de encaramarse. Tragó saliva. Respiró hondo.
La chica echó una última panorámica a la selva de edificios que tenía ante sus ojos. Todo le parecía muy simple desde allí. Mediocre, incluso. Pensó que el mundo, visto desde arriba, era tan amplio que todo lo demás se quedaba demasiado pequeño. Las calles donde antes se perdía, los parques donde no se atrevía a entrar caída la noche, la carretera que ojalá hubiese hecho suya aquel día. Incluso los problemas que el propio universo le ponía para hacerla creer que le tenía manía.
Todo resultaba insignificante con los pies despegados del suelo.
La chica entonces agarró el papel con las dos manos y comenzó a leerlo en un susurro alto.
No se podía entender lo que decía. Hablaba de pájaros atrapados por su propio hogar y de guerras contra el tiempo. Hablaba de volar lejos con alguien, de preguntas que sólo podía responder el paso de los años, y no el vacío de un edificio.
Hablaba de instantes que ahora le quedaban tan lejos que sólo podía verlos cerrando los ojos. De planos detalle de lo que un día fue un cuerpo entero: de sus manos, de sus ojos entrecerrados por la risa, de su mejilla apoyada en la almohada, de su espalda cuando le miraba sin que él se diera cuenta.
Hablaba de despedidas y de puertas que al cerrarse encierran tristeza.
Cuando ya no le quedó nada más que susurrar, su vestido rojo comenzó a mecerse suavemente con el viento. Sus brazos ahora se dejaban caer relajados, sin fuerzas. Y sin embargo ella mantenía la mirada en la ciudad, ahora más oscurecida, que se abría ante sus ojos, impasible, dejando entrever todas las grietas que estaban a punto de quebrarse, de hacer desvanecer lo poco que quedaba de ella. A punto de que se convirtiese entonces en una imagen de lo que un día fue.
La chica permaneció en silencio esperando una respuesta.
Pero como siempre, el único sonido era el del viento haciendo pedacitos aún más pequeños de lo que le quedaba en lo más profundo de su pecho. El terrible sonido de un silencio que esconde miles de historias tristes.


miércoles, 27 de agosto de 2014

Sueños Frustrados.

La gente suele decir aquello de ''No se lo cuentes a nadie o no se cumplirá'' cada vez que apagamos las velas, que vemos una estrella fugaz o que soplamos uno de esos molinillos blancos que tantos deseos encierran.
Deseos. A eso se resume todo: a desear y cerrar los ojos para hacerlos realidad, porque es la única manera plausible de cumplirlos a corto plazo.
Pero con ''deseo'' no me refiero a un mediocre ''Quiero que me toque la lotería''. Con ''deseo'' me refiero a ese tipo de ilusiones que se te enquistan tan profundo en el pecho que no puedes deshacerte de ellas. Te inundan hasta el último rincón de tu cuerpo e incluso duele el paso de los días si no puedes materializarlos.
Un deseo no es soplar las velas, ni hablarle a una estrella fugaz como si de verdad hubiera magia en ellas. Un deseo es aquello que encierra un motivo para vivir plenamente, y lo más parecido a un ''Y vivieron felices''.
Un deseo es el pedacito de felicidad que el universo entero no te deja tener.
No importa cuánto lo necesites o cuánto lo quieras, el mundo está en tu contra y va a hacer todo lo posible por derrumbar tus intentos de hacerlo realidad.
La vida tiene una catastrófica manía de frustrar sueños ajenos, de desgarrarte por dentro y hacer que se evapore todo atisbo de fuerza de voluntad.
Cuanto más fuerte sea tu deseo, más fuertes serán los inconvenientes y más complicado te lo pondrán todos para que no consigas tenerlo ante tus propios ojos.
Y te destrozarán.
Te harán sentirte impotente, te harán odiar a la humanidad entera porque la humanidad entera parece tener todos sus sueños cumplidos menos tú. Te harán lloran. Te harán tener rabia y querer romper todos los cristales y gritarle a todos los coches. Te harán querer quedarte mirando cómo se mueven las hojas de los árboles, impasible, porque ya nada más te importa.
Te harán querer dejar que ese deseo se aferre tanto a ti que acabes por acostumbrarte a convivir con él.
Pero nunca dejes que lo consigan, porque entonces ya no será un deseo. Entonces será un sueño frustrado. Y cuando un sueño se frustra no hay manera posible de lograr la verdadera felicidad, la felicidad que una vez sentiste creyendo que era posible querer estar despierto.
Cuando un sueño se frustra sólo te queda hacer que se cumpla o maquillar el dolor para siempre con un ''No pudo ser'' que ni tú mismo te llegas a creer.
Por eso cuánto más difícil me lo pone el universo entero, más ganas encierro de hacer que mi deseo se materialice y poder decir que aunque el mundo esté en nuestra contra le hemos mandado a la mierda.
Y ese es precisamente mi deseo.
Tú.

viernes, 8 de agosto de 2014

Espíritu libre.

La primera vez que la vi estaba llorando, pero yo no me di cuenta hasta pasados unos minutos. Mantenía la mirada inmóvil en el fin del mar, como si estuviera intentando leer qué había más allá de un horizonte. Como si de verdad fuese posible atrapar uno.
Tenía el pelo largo y ondulado cubriéndole las mejillas mojadas, y llevaba puesto un vestido fino y vagamente azul con dibujitos de pájaros blancos en él. A su espalda, tenía una mochila. Estaba tan disimuladamente llena que me permití pensar que ella era una trotamundos. Y no me equivocaba.
Me apoyé en el muro a pocos metros de donde se encontraba y me permití observarla sin permiso. Fue entonces cuando me fijé en que lloraba totalmente callada, sin emitir sonido alguno. Se limitaba a dejar que las lágrimas rodaran por sus mejillas lentamente hasta saltar como kamikazes por el acantilado de su barbilla. Y eso era muy triste, más triste que llorar a gritos era llorar sin decir nada. Porque llorar a gritos encierra dolor, pero llorar con calma significa sucumbir a la tristeza. Llorar con calma significa que ya no te importa llorar, que ya ni siquiera te molestas en hacer nada a parte de dejar caer las lágrimas. Llorar con calma encierra algo más que dolor, encierra un mundo entero de desgarros que han acabado por absorberte.
Así que al ver que no cesaba y que estaba totalmente absorta, me acerqué a ella y le ofrecí un pañuelo.
-Gracias -dijo.
Y siguió mirando el océano.
Le pregunté entonces por su nombre y me contestó que se llamaba Maya. La pregunté después por qué lloraba y no respondió nada más.
De ella supe con el tiempo que desde muy pequeña había querido marcharse y ver mundo. Viajar, aunque fuera sola. Le aterrorizaba la idea de echar raíces y estancarse. Estancarse había sido precisamente el miedo que más problemas le había ocasionado. Ella misma me lo había dicho, era complicado encontrar a alguien que comprendiera su visión de ser libre.
-Ser libre -me dijo- es poder hacer lo que quieras sin ataduras. Por ejemplo, si a mí me apetece viajar a Michigan ahora mismo, podría hacerlo. Eso es ser libre, poder cumplir tus antojos sin pensar <<Tengo que cuidar de mis hijos>> o <<No puedo, mi jefe me despediría>> o incluso <<No tengo dinero>>. Eso son ataduras.
Y después de decir aquello apretaba sus rojos labios a modo ''esto es lo que hay, acéptalo'' y me miraba desde el otro lado de la sábana.
Por supuesto, yo lo aceptaba, pero eso no quería decir que no estuviera completamente atemorizado. Atemorizado, porque sabía que si ella era libre no podría retenerla conmigo eternamente. No podría decirla <<Quiero vivir contigo el resto de mis días>> porque la asustaría y echaría a volar. Atemorizado, principalmente, porque era consciente de que Maya podría marcharse en cualquier momento y no existía en el mundo posibilidad alguna de hacerla quedarse.
Maya era libre.
Al menos ella lo creía así.
Así lo creía, pero en el fondo yo sabía que no es posible ser libre, porque para ello es necesario renunciar y renunciando corremos el riesgo de ser infelices.
Maya era infeliz.
Al menos así lo creía yo desde la primera vez que la vi, llorando frente al mar. Nunca quiso contarme por qué lo hizo, pero algo me decía (quizá mi parte empática) que había dejado atrás demasiadas cosas con tal de escapar y había terminado por crear su propia jaula.
Ella era del tipo de persona que no puede encerrarse, porque acaba muriendo por dentro. Ese tipo de personas son las más asustadizas y, por consiguiente, las más dañinas. Son pájaros con el ala rota por haber vivido atrapadas demasiado tiempo.
Y te encariñarás con ellas, y les curarás el ala para que puedan volar en lugar de darse batacazos, pero entonces se marcharán porque no conocen otro modo de vivir que no sea el de huir todo el tiempo.
Así era Maya.
Un ave que nunca supo cómo volar.
Se había pasado media vida cortando sus raíces y al final había terminado por echar raíces en sí misma.
Por eso vivía perseguido por el temor de que podría marcharse en cualquier momento, porque ella tenía más miedo que yo. Mucho más miedo que yo.

viernes, 11 de julio de 2014

Caos que bailan de la mano.

Son las dos de la mañana y escucho tu nombre y tiemblo aunque lo haya dicho yo, como en un susurro tímido y agónico frente al espejo, como alguien que acaba de descubrir al culpable de un crimen por error.
Y se me enfrían el estómago y los brazos, haciendo competencia a mis manos.
Son las dos y media y tiemblo, hasta que se estremece conmigo mi cama. Hasta que yo misma podría haber sido el epicentro de un terremoto en pleno Madrid.
Hasta que a las tres decido escribir con letra inestable y un lápiz que baila entre mis dedos.
Y se me olvida progresivamente que hoy he vuelto a decir tu nombre de forma consciente, y que hoy he vuelto a aquellos días en los que el Atlántico estaba en mis ojos y no contigo.
Y de pronto calma.
De pronto ya no hay terremotos ni epicentros. Ni olas en mis océanos.
De pronto me quedo dormida sin querer y te veo.
Te vuelvo a ver.
Y me doy cuenta de que el verdadero seísmo eres tú, y de que ojalá podamos provocar maremotos juntos de nuevo.

domingo, 6 de julio de 2014

La toxicidad de las personas.

Hoy te vi. Estabas en esa cafetería que tanto te gustaba, sentado junto a la ventana y tomándote un café. Yo me quedé un rato mirándote desde fuera, parada en mitad de la calle, temiendo que me vieses y queriendo que lo hicieses al mismo tiempo.
Vi cómo leías un libro y abrazabas una taza, totalmente absorto a todo lo que pasaba a tu alrededor: a la gente que se levantaba, a la gente que se marchaba, a la gente que venía y a la gente que, como yo, te miraba esperando que les mirases tú de vuelta.
Conservabas también esa manía de darle dos vueltas al café antes de tomártelo, dejándolo sobre tus labios lo suficiente como para hartarte de amargura. Estabas tan diferente que no habías cambiado en nada, por mucho que te dejases crecer el pelo seguías siendo un crío. Los dos seguíamos siéndolo.
Entonces alguien se chocó conmigo y me gruñó que me apartase. Y tú levantaste la vista, como si los cristales no fueran una barrera del sonido y me hubieses escuchado ensimismarme contigo.
Y te quedaste ahí. Mirándome desde el otro lado del cristal. Mirándote desde el otro lado del cristal. Y los segundos se hicieron tan eternos en tus dos pozos negros, que me dio tiempo a recordar que es más tóxico tenerte cerca que al otro lado de una ventana.
Así que no dije nada y me fui, como el resto de veces que te has topado en mi vida. Porque sólo yéndome sabes tenerme, y sólo teniéndome haces que me vaya.
Por mucho que me cueste conformarme con mirarte de lejos.

viernes, 27 de junio de 2014

La artesana de planetas.

Me dijeron hace tiempo ''Eres una crédula, sal del nido de una vez'' y nunca les hice caso. Me daba miedo no ser inofensiva y acabar destrozando al resto. No quería ser un mal recuerdo, jamás quise serlo. Así que fui de un lado a otro sin hacer daño a nadie, porque creía que era la única manera de hacer lo correcto.
Y sí, era lo correcto.
Pero no para mí.
Pasar por el mundo sin causar destrozos, protegiendo a todos en paños de algodón, recomponiendo pedacitos de puzzles que no eran míos, sólo ha servido para acabar devastada por lo que yo sola protegía de sus miedos.
Porque de tanto proclamar el pacifismo me olvidé de ponerme a cubierto de todas aquellas personas que se mueven por el daño. Del mundo entero que acabó demostrándome que ser inofensivo es el primer paso para volverse completamente destructivo (no necesariamente con otros).
De ti, que enredaste mis esquemas hasta convertirlos en el nudo que se forma en mi estómago cada vez que veo una fotografía tuya.
De él, que simplemente era él y no supe verlo. De él.
Así que ahora, que ya es demasiado tarde y no tengo donde resguardarme de mis monstruos, es cuando de verdad me doy cuenta de lo admirable que es no dejarse corromper por una realidad llena de gente vacía y de corazones tan rotos que rompen al resto. Y de lo mucho que me está costando mantenerme cuerda después tanto reparar planetas ajenos, para ver cómo ellos mismos acaban por estropearme a mí.
Me dijeron hace tiempo ''Eres una crédula, sal del nido de una vez'', pero no se dieron cuenta de que lo complicado es quedarse dentro, sin dejar que nadie nos empuje a un mundo de desilusiones con la simple fuerza de una promesa a medias.

domingo, 15 de junio de 2014

Desconocerte.

He dejado de buscarte para
ver si así te encontraba,
porque sólo
con la memoria vacía
se puede caminar a tientas
y a tiendas dar contigo
mientras digo
que ha pasado tanto tiempo
que ya
no me acordaba
de ti.
Te preguntaría entonces
por tu vida
(que ya no es mía)
por los meses en los que
no estaba
(que fueron tantos)
y por el hueco de tu pecho
(que espero siga estando desocupado)
para ver si de pregunta
a pregunta estúpida
llegamos al epicentro
de este tornado
y me invitas a tomar algo
como solíamos hacer antes
de que tuviera
que olvidarte.
Cómo si de verdad fuera posible
quitarle a la primavera sus flores
y deshacer después todas tus fotografías.

martes, 10 de junio de 2014

La tumba de las mariposas.

Me dijeron una vez que había que saber respetarse a uno mismo. Y no se equivocaban, pero es más fácil decirlo que llevarlo a cabo. Yo nunca supe cómo hacerlo.
Sin embargo ella era distinta.
A ella no le costaba reírse tanto como a mí, le salía sólo. Yo, en cambio, tenía demasiado control sobre mi risa y no podía evitar reprimirla en una mueca.
Cada día ella caminaba las calles en total simetría con su cuerpo. Como las olas que bailan un océano. Acariciaba con sus piernas las aceras y ni siquiera le vacilaba la mirada, siempre al frente. Envidiaba que sus caderas tuvieran curvas sólo porque ella quería que así fuera.
Yo, en cambio, no me atrevía a caminar del todo. Miraba siempre al suelo, según decía la gente, como síntoma de mis ansias de escaparme lejos. Yo no acariciaba las aceras, yo hacía todo lo posible por no pisarlas.
Además, todas las noches, antes de ducharse se miraba en el espejo. Se quitaba la ropa y sonreía ladeadamente, de manera tímida y semidesnuda, admirando sus propias piernas, sus propias clavículas, su propio culo, su propia espalda. Su propio todo. Su propio cuerpo.
Su propia ella.
Se miraba en el espejo y era capaz de verse a sí misma, de ver su alma.
Yo no podía hacer eso. Sabía que era incapaz, porque una vez traté de hacerlo. Me quedé mirándome casi sin ropa y llegué a la conclusión de que no me gustaban mis piernas, porque no tenían forma. Eran demasiado delgadas. Tampoco me gustaba el resto, por la misma razón.
No me veía a mí misma, veía un cuerpo que no aceptaba como propio. Una base que quizá podría llegar a ser perfecta, pero que no lo era. Así que yo, en cambio, no sonreía al verme en ropa interior, ni siquiera lloraba. Más bien me sentía impotente.
Y es que ella, con su caminar acompasado, su inenjaulable risa, su alta autoestima, estaba totalmente fusionada con la estructura marmórea que la mantenía en pie.
Estaba enamorada de sus lunares, de sus costillas, de su voz demasiado aguda y de su pelo despeinado cada mañana.
Estaba enamorada de sí misma, y precisamente por eso no necesitaba a nadie. Era libre, independiente. Un pilar indestructible capaz de sobrevivir años a base de mirarse en un espejo.
Eso me hacía cuestionarme de qué manera una persona se respeta a sí misma.
Ella se quería, pero no era capaz de querer a nadie más. Se había vuelto demasiado independiente. Gritaba a los cuatro vientos que era libre, que no le pertenecía a ninguna otra persona, pero en el fondo estaba desesperada. En el fondo, se sentía una máquina incapaz de anidar mariposas.
Dejaba que su risa brotase por sí sola, porque en realidad era fingida.
Estaba vacía.
Apática.
Y lo peor de todo era que no existía persona capaz de perderse físicamente en sus curvas.
Era inaccesible precisamente porque estaba insensibilizada y eso la consumía por dentro.
Sin embargo, yo nunca supe cómo quererme. No sabía ser uno con mi cuerpo y eso se notaba. Siempre andaba sacándome defectos, criticándome a mí misma.
En el fondo, porque encerraba demasiados sentimientos dentro y temía no encontrar a nadie que los quisiese. Era una bomba de relojería, un cañón cargado de pólvora. Un cúmulo de dramatismo a punto de explotar si alguien no lo sofocaba antes.
Así que, cuando aquella vez me dijeron que había que saber respetarse a uno mismo, pensé que quizá eso significaba enamorarse de cada recoveco propio, y dejarse sentir hasta los topes por aquellos que sepan ver esos mismos escondites.
Más tarde acabé dándome cuenta de que es precisamente ese sentir descontrolado lo que nos lleva a quedarnos totalmente vacíos.
Porque una vez que te arrebatan todo aquello que te hace sentir vivo, sólo te quedas tú mismo y los recuerdos que conservas dentro.
Quizá por eso ella se quería tanto, porque era lo único que le quedaba de todas las cosas que había perdido.

sábado, 7 de junio de 2014

En contraste.

Quiero
que recorras
con un kamikaze
exceso de velocidad
las carreras de mis medias
y que te pierdas
entre mis piernas
mientras yo me pierdo
por cada hueco de Madrid
que me recuerda
a cuando aún
estabas
aquí.

martes, 27 de mayo de 2014

La quimera de los mapas.

Lo único que quedaba de aquella casa era una puerta de madera. A veces, cuando volvía y salía por ella, cerraba los ojos sin darme cuenta, y un hormigueo recorría mi estómago. Parecía que por un momento volviese a tener diez años.
Otras veces, cuando no podía dormir, me imaginaba milímetro a milímetro cada rincón de esa casa que, ahora, ya no existía o había sido remodelado.
Me imaginaba, primero, en su habitación. E instantáneamente me venía siempre a la memoria la tranquilidad de un cuarto iluminado, únicamente, por una lamparita. Recordaba también con demasiada vividez el sonido de su camisón rozando las sábanas, y el ruido de los coches a lo lejos, tan amortiguados por la altura del piso y el cristal de la ventana, que sus ruedas parecían océanos.
Después, atravesaba el pasillo y echaba un vistazo a la habitación que antes era de mi madre y que acabó siendo mía (tristemente, por poco tiempo), y a la que en su día fue de mi tía, hasta llegar al salón.
Recuerdo perfectamente un mueble lleno de fotografías, todas ellas custodiadas por dos figuritas de porcelana, regalo de vete tú a saber quién. Podían verse también allí dos sofás verdes, que hacía muchos años fueron naranjas, con dos reposabrazos de madera. Contrastaba saber que, si no se tenía cuidado, eran capaces de dejar moratones.
Por otro lado, si se alzaba la vista, detrás de uno ellos residía un tapiz enorme. Tan enorme que siempre tenía miedo de morir aplastada por él si se llegase a caer.
Siguiendo la dirección marcada por el gastado gotelé de la pared, tras el otro sofá, se encontraba la ventana que daba a la terraza. Una terraza cerrada llena de plantas que yo adoraba regar.
Muchos años atrás, tantos años que yo debía de ser muy pequeña, vivía en ese modesto invernadero un oso de peluche gigante. Le faltaba un ojo, pero a mí me gustaba de todas formas. Quizá, ahora que soy más alta, él fuese más bajito.
Volviendo al mueble repleto de fotos, podía verse al lado una puerta que daba a un comedor. Ese comedor era especial, más que porque allí fuese donde comíamos paella los sábados (y es triste, porque no recuerdo si eran los sábados o los domingos), porque en esa misma mesa hacía yo los deberes. Era una mesa peculiar, porque estaba demasiado barnizada y brillaba excesivamente para ser de madera, pero por eso me gustaba acariciarla.
Finalmente, para terminar el paseo, volvía a salir al salón y me dirigía a la cocina, que estaba (y está) justo al lado de la entrada, donde había un gran armario y una mesa cuyos cajones eran todo un misterio para mí (nunca sabías qué podías encontrar ahí dentro).
La cocina es, sin embargo, la única parte de la casa que quizá se parece un poco a como era antes. Y digo ''un poco'' porque el único parecido son las baldosas del suelo y de la pared, que siguen siendo las mismas.
Podría seguir enumerando recovecos como el de los armarios del salón, el hueco de la cocina donde estaba el pan, la salita de ''ordenadores'' (lo máximo que puede llegar a ser un ordenador en el año 2000) donde guardaba mis juguetes, o los dos baños donde le cotilleaba sus perfumes y pintalabios. Pero no serviría absolutamente de nada, porque hacer memoria es simplemente hacer mapas. Y los mapas representan la realidad, pero no son capaces de crearla.
Es curioso cómo a veces vuelvo allí y no me doy cuenta de dónde estoy, porque está totalmente cambiada. Cómo al irse una persona, vemos la necesidad de desbaratarlo todo en un intento de poder fingir que ella nunca estuvo allí. La necesidad de abrir los cajones y vaciarlos por completo, de meter en cajas lo que años atrás no llegó a caber en un sólo armario, de romper cada mueble que aún lleve su olor con tal de fingir que esa no era su marca de perfume favorita. La necesidad de romper todas las fotografías o de quemarlas en el fregadero, la necesidad de no regresar jamás a ese determinado lugar que hubieras querido guardar en una botella de cristal para siempre, como los barcos.
La necesidad de borrar todas sus costumbres que con el tiempo se te acabaron pegando.
La incoherente necesidad de deshacerte de todo aquello que el fondo quieres quedarte.
No se pueden borrar los recuerdos, es por eso que, quizá, realmente no morimos hasta que muere la última persona que sepa nuestro nombre. Y es por eso que, quizá, estamos tan obsesionados con hacer algo que nos haga inmortales, inolvidables, algo que grabe a fuego nuestro nombre en las páginas de un libro, que no nos damos cuenta de que, en realidad, nuestro nombre debería estar grabado en la piel de otras personas.
Deberíamos intentar quedarnos con cualquier mínimo detalle que nos permita sentir que él o ella aún siguen aquí aunque ya se hayan ido: unas gafas de sol, un collar, su fotografía favorita o la última carta que nos envió.
Deberíamos hacer todo lo posible por mantener vivos al resto, porque nunca puedes saber si el único recuerdo que va a quedarte de alguien es una simple puerta de madera de una casa que ya ni siquiera es tuya.

sábado, 10 de mayo de 2014

Lo que el viento no se llevó.

Se sentó en el borde del puente, apoyando la cabeza entre las barras de la barandilla. Parecía un pájaro enjaulado con la mirada perdida, vacía, en los coches que imitaban, mediocres, el ruido de las olas.
Me senté junto a ella y ella no dijo nada. No estaba triste, estaba pensativa, sumida en uno de esos mundos que ojalá pudiera yo ver. Que ojalá me dejara ver algún día.
Miré la carretera, por si de esa manera podía descubrir qué era lo que la mantenía tan distraída. Pero yo nunca fui muy imaginativo. Era complejo, pero no tanto. Así que lo único que veía eran luces, coches, ruidos de ruedas y la noche, que ya caía, porque eran más de las diez.
Pensé <<¿Qué ves tú en las autovías?>> sin llegar a hacerlo palabras.
Había tanta paz en ella que cualquiera le diría nada.
Entonces, entreabrió los labios, como queriendo pronunciar un testamento entero y no ser capaz ni de dar forma a la primera letra.
Era algo tan típico en ella que ya estaba acostumbrado. Demasiadas veces había visto la complejidad de sus silencios.
-Hace viento -dijo.
Seguía sin mirarme.
-Sí, hace viento -respondí.
Volvió a quedarse callada por un momento, y luego volvió a hablar bajito. Bajito, muy bajito, contando un secreto o teniendo miedo de su propia voz.
-¿De qué sirven las promesas?
Me encogí de hombros. No tenía una respuesta.
-No lo sé -improvisé-. ¿De qué sirve ir sin paraguas cuando llueve y empezar a correr? De nada. Absolutamente de nada.
Seguía callada, sin mirarme, pero sabía que me estaba escuchando. Siempre me escuchaba.
-A lo mejor en ese momento te hace gracia la idea de mojarte el pelo, pero luego al llegar a casa te das cuenta de que estás empapada, de que ir sin paraguas sonaba bien sólo en ese preciso instante, no después.
-Esa metáfora es un poco enrevesada -dijo.
Por fin sonreía, aunque fuese en una pequeña dosis.
-Ojalá fuese poeta -bromeé-. Lo que quiero decir es que hay cosas que salen por inercia, y en el momento de hacerlas te parece que tienen sentido.
-¿Aunque estén completamente vacías? -quiso saber.
-No tienen por qué estar vacías.
-Es vacío cuando dices ''te prometo que volveré a buscarte'' y nadie regresa. Es vacío porque sabes de sobra que no vas a hacerlo. Es como ver humo y decir que son nubes.
Suspiré con fuerza. No sabía rebatir ese argumento.
-¿Por eso te gustan los puentes?
Entonces, me miró.
-¿Por eso? ¿Qué es para ti ''eso''?
-¿Te gustan los puentes porque buscas que alguien te encuentre?
-A mí no tiene que encontrarme nadie -gruñó-. Ni que estuviera perdida.
-Oh, perdón, señorita ''autosuficiente'' -reí.
Ella sonrió en un suspiro.
-¿Entonces a qué viene esa filosofía tan profunda de las promesas? -pregunté.
Una vez más, dirigió su mirada a los coches (comenzaba a tenerles envidia), mientras balanceaba sus piernas sobre el vacío como una niña pequeña. Se la veía más animada, no sé muy bien por qué. Parecía que mis preguntas daban justo en el engranaje del motivo de sus historias, de sus mundos, de sus reflexiones.
-Quería saber qué se hace cuando prometes algo a alguien y luego te vas -confesó-. ¿Las promesas tienen fecha de caducidad?
Ella apoyó su mejilla en sus manos, mirándome. Empezaba a sentirme como una especie de profesor de la vida. Ni que yo tuviese todos los secretos del mundo.
-Todo tiene fecha de caducidad menos las promesas -expliqué-. Se quedan ahí para siempre esperando a que alguien las cumpla. No dependen del tiempo, dependen de las personas.
Continuó escuchándome, atenta.
-Las personas sí tienen fecha de caducidad y algunas de ellas nacen sin tener palabra. Eso es lo único que rompe una promesa.
Ella asintió.
-¿Entonces qué pasa con las promesas que se quedan suspendidas, ahí, en el aire? ¿Qué pasa cuando prometes algo a alguien que ahora ya no está? ¿Qué pasa con las promesas que se han quedado a medias?
-Que se las lleva el viento -respondí sin dudar.
Mi respuesta le impactó tanto que volvió a callarse, sellando sus labios, no sé si para siempre o hasta que se fuese a casa. No porque estuviera cansada, sino porque parecía decepcionada, golpeada metafóricamente por una realidad que ella barajaba, pero que nunca quiso que existiese de verdad.
-¿Y qué no se lleva el viento? -susurró.
Entonces, fui yo el que me quedé en silencio para no responder, hasta que cada uno nos marchásemos a nuestra casa.
Le aparté la mirada y me encogí de hombros.
-No sé -susurré.
Y no volví a hablar en toda la noche, porque cómo iba a decirle que lo único que no se lleva el tiempo es todo lo que no se dice.
Y todo lo que no se dice es precisamente lo que más quería decirle, y lo que menos era capaz de decir.


martes, 6 de mayo de 2014

Mareas.

A veces me siento sola, de ese tipo de sola que no termina de serlo porque en el fondo es una mentira piadosa. Porque en el fondo no me siento así. Es igual que tener ganas de comer y decir que se tiene hambre solo para hacerle una visita a la nevera.
Es una metáfora un poco fea, pero lo que quiero decir es que, a veces, estoy hecha de contradicciones.
A veces quiero justo lo que no quiero. Y a veces me siento sola cuando quiero estar sola.
Quizá lo único que me haga falta sea un buen tortazo no literal. Algo que desordene tanto mi desorden que acabe por ordenarse solo.
Pero es muy complicado encontrar tornados que no acaben por llevarse todos nuestros nudos mentales sin llevarnos a nosotros detrás, o con la fuerza justa como para poder deshacerlos. Por eso hay veces que sufrimos tantas bonitas catástrofes humanas buscando la estabilidad propia, que acabamos por convertirnos en un oleaje.
Un oleaje de contradicciones.
Eso es lo que soy.
Un oleaje de contracciones buscando una luna que lo calme.
Y en mi vida a todas horas parece ser de día.
Pero lo verdaderamente curioso es que acabo de terminar de escribir esto y ya no me siento sola. Qué cosas.

sábado, 3 de mayo de 2014

De cómo dejé de tener miedo a las tormentas.

Me dijo "si haces tanto ruido no me dejas escuchar", y acto seguido me hizo sentarme en el borde de la cama.
Le dije "me dan miedo los truenos, tengo que moverme", porque creía que abriendo y cerrando cajones fingiendo que buscaba un libro, dando portazos echándole la culpa al viento, o dejando caer mis bolígrafos al suelo, silenciaría una tormenta.
Me dijo "anda, quédate quieta y mira" y me llevó hasta la ventana mientras nos cubrían las cortinas como una tienda de campaña.
Me dijo "mira" y me agarró de la mano al mismo tiempo que se mojaban los cristales.
(Pero, cómo quería que mirase, si yo sólo era capaz de mirarle a él.)
Y miré entre la lluvia, y vi que las calles estaban vacías, que el cielo estaba gris y morado, que las aceras parecían uno de esos océanos que en Madrid ya no había, y que lo bonito de las tormentas era el silencio que causaban, y no el rugido de sus truenos.
Me dijo "¿Sigues teniendo miedo ahora?"
Y no supe cómo decirle que probablemente volvería a tenerlo si él se fuera y tuviera que mirar la lluvia sola.

miércoles, 30 de abril de 2014

Tal cual me dejaste.

En la mesita de noche tenía una lámpara blanca de encaje que no era antigua, pero lo parecía. Seguía estando sobre ella también el reloj de muñeca que te dejaste por error, y la cajita (ahora vacía) donde se suponía deberían estar tus lentillas.
La cama estaba perfectamente hecha, pero juraría que en tu lado aún podía verse la forma de tu cuerpo acurrucada junto a mis piernas. Y, bueno, aún jugaba a imaginar que las sábanas eran nuestro fuerte secreto. Allí donde nadie más podía entrar, ni siquiera el invierno, ahora tampoco entrábamos nosotros.
La pared seguía estando igual de fría que siempre, la ventana seguía teniendo esas cortinas, casi transparentes, que dejaban pasar la luz del día casi mejor de lo que dejaban pasar el viento que las bailaba; y los cajones seguían completamente llenos de tu ropa, llenos de ti. Tus camisetas seguían dobladas, porque creía que así a lo mejor vendrías a ponértelas de nuevo, y tus vaqueros favoritos (no muy distintos del resto) estaban igual de rotos.
Todo seguía estando tal cual lo dejaste, y yo no moví ni un ápice, porque creí que así, quizá, se pararían los relojes y dejarías de marcharte a cada minuto que marcaba tu reloj de muñeca. Como si el tiempo pudiera detenerse mientras se mantenga todo intacto.

jueves, 24 de abril de 2014

Inexplorada.

Tenía esa manera de comportarse que no puede tenerse dos veces en la vida, la manía de quedarse quieta cada vez que me acercaba a ella porque no estaba acostumbrada a que la distancia fuese milimétrica, en lugar de tener tendencia a las autovías. Cada vez que la cogía de la cintura se ponía rígida, inamovible, como una estatua, y tenía que hacerla venir si quería que de verdad viniera, en lugar de mirar cómo me miraba ella.
Tenía ese tipo de piel que sólo se puede tener una vez en la vida: impoluta y completamente libre de otra piel pasada. Ese tipo de piel que deja que unas manos afortunadas moldeen (hoy) lo que será ella al día siguiente, y le roben lo que no puede tenerse una vez que se pierde: la inocencia de no saber lo que es querer a alguien.

martes, 22 de abril de 2014

Evolución rebobinada.

Hoy no he venido aquí a escribir cosas metáforicas, o a hablar de mis "musos" (qué mal suena, Dios) o de las cosas que se me ocurren mientras me ducho o me aburro estudiando. He venido aquí a quejarme. A quejarme porque hasta ahora me he limitado a vivir pensando que me había tocado nacer en una sociedad desarrollada, libre de violencia o de guerra. Y 16 años después me encuentro con que no es así, con que la sociedad es una putísima mierda a juego con la desastrosa humanidad que la compone.
Desastrosa humanidad que no respeta el planeta, ni mucho menos a sí misma. Desastrosa humanidad cegada por la certeza de que el mañana será una replica del utópico hoy que creen vivir, cuando en realidad estamos más jodidos de lo que creemos. Ya no sólo porque a saber en cuestión de cuántos años los polos terminarán de derretirse o las abejas de morir, sino porque nos tomamos a risa cualquier advertencia o nos desentendemos de conflictos que no ocurren en nuestro país. Porque como no nos ocurre a nosotros, entonces no importa.
Miremos ahora más cerca, miremos Madrid, por ejemplo, que es la ciudad donde me ha tocado vivir por suerte o por desgracia. Niñas que desaparecen, chicas de mi edad que deberían estar en su habitación viciándose a series o escuchando su grupo favorito. ¿Y por qué ellas? Porque aún existe en esta sociedad la concepción de la mujer como algo débil, como algo que puede usarse cual objeto o muñeca hinchable. Aún hay gente que se queja cuando una mujer viste muy "destapada" o "provocativa", como si eso fuese una especie de pecado o cartel de neón que diga "Viólame". Pero óigame, ¿a usted qué coño le importa el largo de mi vestido?
Y es que aún siguen habiendo hombres que no tienen respeto por las mujeres, y mujeres que no se tienen respeto a sí mismas. Y seguirá siendo así mientras sea yo la que tenga que llegar más pronto a casa que mi hermano porque él no corre el mismo riesgo que yo en plena noche por mi barrio.
Me he ido por  los cerros de Úbeda, ya lo sé. Me he liado a hablar del Calentamiento Global y he acabado sacando mi lado más feminista. Pero el resumen viene a ser el mismo, que soy una chica de 16 años asqueada con una humanidad entera que, a día de hoy, continúa creyendo que hemos dejado de ser animales, cuando a medida que pasan las horas sigue demostrando lo contrario. Cuando un mundo sin guerras, ni violaciones, ni secuestros se sigue considerando utópico a pesar de que debería ser la realidad.
Esto, señoras y señores, es el siglo XXI.

sábado, 19 de abril de 2014

Continentes que contienen lo que yo no tengo.

Recuerdo aquella vez que fui a Francia y me di cuenta de que no me gustaba. Me agobiaba que estuviera tan llena, que fuese tan bonita que estuviese casi obligada a enamorarme de sus edificios. No me gustaba París, mucho menos Francia. Y quizá entonces debí saber que era algo extraño, que casi todo el mundo sueña con esa ciudad, pero yo no. Puede que eso fuese una metáfora de lo poco que me gustan las ciudades estipuladas para escapar, las ciudades grandes de las que cualquier persona (o al menos la mayoría) tiene un póster en su habitación que mira cada vez que busca algo que le quite las ganas de pegarse un tiro.
Pongamos Madrid, Barcelona. Pongamos Londres o Roma. Pongamos cualquier ciudad grande para así poder decir que lo que todas tienen en común es que ninguna de ellas me hace sentir libre, que veo barrotes en todos sus edificios, que veo sólo rostros donde debería haber personas. Pongamos Madrid, pongamos mi casa, pongamos mi calle, pongamos mi ventana. Todas ellas barrotes, todas ellas nada.
Y es que cada vez que veo un pájaro esconderse entre las nubes, me pregunto si ellos también se sentirán libres o si el mundo entero es una jaula porque es tan amplio que es imposible recorrerlo de un continente a otro, o huir de él.
¿Saben los pájaros volar o es como quien camina de una acera a otra sin destino aparente?
Yo recuerdo aquella vez que fui a Francia, y aquella vez que fui a Barcelona, y a Torrevieja y a Asturias, y a Extremadura, y ninguna de esas veces me sentí menos encerrada que cuando estaba contigo. Y ninguna de esas veces me sentí menos libre que cuando te tenia lejos y sólo me quedaba soñar con ser un pájaro y poder decir que al menos mi jaula era real, y que al menos mi jaula no llevaba tu nombre.
Porque nadie es plenamente libre, porque ni los pájaros tienen un lugar al que llamar hogar. Permanente, que no se esfume. Porque ni los pájaros pueden volar eternamente y ni los pájaros tienen a alguien que les arrope mejor de lo que tú me arropas a mí.
Porque la única manera que existe de escapar es estando contigo y la única manera que tengo de estar contigo es escapar.

sábado, 12 de abril de 2014

Echar raíces.

Estaba volviendo a casa en autobús por la noche. Era sábado, y llegaba tarde por tercera vez en un mismo mes mientras sonaba Regina Spektor de fondo. Cogí el asiento de la parte de atrás que daba a la ventana porque me gustaba fingir que iba sola y que vivía dentro de una de las películas de aire francés que veía cada viernes.
Al otro lado del cristal todo eran luces y calles vacías, algunas llenas con dos personas cogidas de la mano o regresando a casa con la mirada demasiado gris.
Me di cuenta entonces de que conocía demasiado bien cada parada, cada acera, cada carretera, cada edificio; que había visto demasiadas veces todas esas esquinas, que tenía demasiado vista esa ciudad. Y recordé, por quinta vez en una misma hora, que no me gustaba Madrid. Que estaba cansada de saberme de memoria a qué hora estaba más transitada la Gran Vía y de arañarme las piernas cada vez que pasaba por Atocha para no salir corriendo y colarme en uno de sus trenes.
A veces me cruzaba chicas por la calle más mayores que yo (o de mi misma edad, no importa) y me preguntaba si estaban conformes con vivir aquí, conformes con la idea de quedarse en un mismo lugar para siempre. Porque yo no, yo no lo estaba.
Yo quería irme pero no sabía a dónde. Tenía miedo de echar raíces, de quedarme atascada en un mismo sitio y llevarme bien con la monotonía (o al menos soportarla).
Yo quería ver ciudades, independizarme en una comunidad nueva, empezar de cero aunque fuese demasiado arriesgado. No sé, tenía diecisiete años, no sabía nada de la vida. Creía que hacer las maletas era tan fácil como deshacerlas.
Era una adolescente que tenía demasiado planeado su futuro y que creía que ''hogar'' era un apartamento cerca de la playa.
Pero entonces te conocí a ti y Madrid a los veinte años me parecía más bonito, y quería perderme por sus calles y quedarme de pie viendo cómo se hacía de noche y se encendían las farolas.
Me gustaba cuando me cogías de la mano y me llevabas sin saber a dónde. Me gustaba cuando nos sentábamos en Sol a ver la gente pasar y a imaginarnos sus vidas, sus nombres, el lugar del que venían y al que querían ir.
De repente Madrid me pareció más bonito y no me importó retrasar unos años el tener que marcharme para no ahogarme, porque no veía la necesidad de hacerlo, porque me di cuenta de que mi hogar eras tú y que irse sólo era prioritario si dejabas de arroparme los pies si me daba por quedarme dormida sin querer.
Por eso aquella noche, cuando volvía a casa mediahora tarde, me di cuenta de que Madrid no me gustaba porque no te tenía a ti. Porque no tenía a nadie que me hiciese sentir menos sola cada vez que cogía un autobús y me sentaba en la parte de atrás, fingiendo que me gustaba mirar la ventana en lugar de mirar cómo tu rodilla se chocaba con la mía.

miércoles, 2 de abril de 2014

Autoestima.

Muchas veces me he preguntado si alguien me ha mirado alguna vez de verdad. Como cuando una persona está distraída leyendo un libro o algo así y te apoyas sobre tu mejilla para observarla igual que se observa una obra de arte, y el hecho de que no se dé cuenta de que estás contemplándola como un imbécil te hipnotiza aún más.
Entonces, quizá, en ese preciso instante, crees que es adorable o cualquier otra cosa por el estilo aunque ella piense lo contrario o aunque no sea especialmente guapa, y te enternece tanto seguir mirándola que no puedes parar hasta que parece notar la presión de tus pupilas y las apartas intentando disimular que has estado desnudándola con ellas durante un minuto o dos.
A veces me pregunto justo eso, si alguien me ha mirado alguna vez de esa manera. Porque yo sí, yo sí me he quedado embobada mirando lo que para mí era, no perfecto, sino adorable. Adorable es la palabra. Adorable.
Yo sí he mirado como se mira a una obra de arte, y me he apoyado sobre mi mejilla para poder admirar mejor de qué manera sus ojos se perdían entre las páginas de un libro, y deseando, inútilmente, que en lugar de leer un best-seller me estuviese leyendo a mí, pero en braille.
Luego una mezcla de modestia y realidad me da una bofetada y me contesto yo sola a mí misma: que no. Que a mi nadie me ha mirado nunca de esa forma y que quizá sea porque hay personas que nacen para admirar y no para ser admiradas. Igual que hay personas que nacen para inspirar poemas y otras para ser los poetas que escriben paralelismos sobre ellas.

lunes, 31 de marzo de 2014

Sólo los escritores saben mentir verdades bonitas.



He borrado cerca de diez veces la primera frase de este texto, porque no sabía cómo empezarlo. No sabía cómo comenzar a decir lo que nunca he sabido decir, pero que siempre ha estado ahí, en forma de garabato en mi cabeza. Un garabato abstracto que yo misma sé interpretar de manera intrínseca, pero que si tuviera que explicar sólo sabría hacerlo con metáforas o frases sueltas como ''eres lo más bonito que odio en esta vida'' o demás mariconadas que hasta a mí (que soy la que lo escribe) me da asco leer.
Me han preguntado muchas veces que a quién escribo y tú eres la primera persona en la que pienso cada vez que escucho esa pregunta. Claro que eso no es muy difícil, teniendo en cuenta que te veo a todas horas de manera involuntaria.
(Te veo cuando llueve, porque a ti te encantaba la lluvia, te veo en mi instituto, porque me gustaría que estudiases en él. Te veo en mi habitación porque, oh, Dios, lo que daría yo por que tú estuvieses en mi habitación).
Y sin embargo, nunca he llegado a decirle a nadie que quien sobre escribo, es sobre ti. Porque nadie sabe quién eres.
(Nadie sabe que me da un hormigueo en el estómago cuando veo una fotografía tuya, ni siquiera saben que aún puedo ver fotografías tuyas).
¿Y qué sentido tendría decir tu nombre si nadie va a sentir lo mismo que yo al escucharlo? ¿Qué sentido tendría convertirte en una persona normal y corriente como las que me cruzo cada día por la calle? ¿Qué sentido tendría sacarte de mis historias y hacerte real?
Dime, ¿No es más bonito seguir fingiendo que no existes, o seguir fingiendo que aún escribo sobre ti cuando, a lo mejor, ya no es así?
Escribirte es la única manera que tengo de hablar contigo, de poder hacerte ver todo lo que nunca supe cómo decir. Tú mismo lo dijiste, mi capacidad para expresarme es una mierda. Y tienes razón, es una mierda. Una gran mierda. No sé expresarme si no es con letras impresas. Por eso ahora tú eres mis metáforas.
Así que te lo digo: escribo sobre ti.
Cada puto párrafo habla de ti.
Cada historia está protagonizada por ti.
Siempre hago que el viento te acaricie el pelo o te describo sentado junto a la ventana de una cafetería en pleno invierno.
Te he dibujado alto, bajo, moreno, rubio. De ojos verdes o marrones. Te he dibujado de todas las maneras posibles, en un intento de que tú nunca supieses que estaba camuflando tu manía de leer a oscuras y lo mucho que me gusta cuando tu voz se quiebra.
Así que te lo vuelvo a repetir: escribo sobre ti.
Y Pablo Neruda escribiría sobre ti si no hubiese estado demasiado ocupado con sus musas.
Y cualquier escritora con un mínimo de inteligencia hubiese adorado tu manera de reír, y hubiese dicho que eres tú si hay viento y si la luna llora.
Porque eres la mayor inspiración que puede destrozar la vida de alguien en igual manera que tú me la destrozaste a mí.
Por eso ahora eres mi literatura, porque es la única manera que tengo de poder decir que eres plenamente mío.
Y de mentir mejor que cualquier actor de Hollywood, porque escribo sobre ti, pero al mismo tiempo, no escribo sobre nadie.

sábado, 29 de marzo de 2014

Cuando mirarse en un espejo es cosa de expertos.

Decían que estaba completamente loca. Pero no una de esas locas de manicomio, sino una de esas otras que pierden la cabeza por alguien.
Decían que estaba tan loca que se compró un apartamento en la playa sólo para verle a él caminar por el paseo marítimo todas las mañanas de camino al trabajo. Dicen que le besaba por todas partes excepto en los labios, porque adoraba cada uno de sus lunares.
Que le quería tanto
que dejó de quererse a sí misma
y era incapaz
de mirarse en un espejo
sin echarse a llorar.
Porque la otra era más guapa, tenía los ojos más bonitos y el pelo perfectamente ondulado. Porque la otra era más bajita y menos delgada y tenía unas curvas en las que era fácil estrellarse.
Porque la otra no estaba loca y por eso él la prefirió antes que a ella.
Y entonces perdió aún más la cordura porque quería ser perfecta pero no sabía cómo. Y se pintaba los labios de rojo aunque se creía que no le favorecía y de la rabia rompía los espejos y se hacía no apropósito heridas más grandes que las metafóricas que la consumían por dentro.
Que le quería tanto
que dejó de querer a nadie más
y era incapaz
de mirar a alguien
y no ver maldad en sus ojos.
Porque él quería a la otra y acabó destrozándola a ella. Y creyó que si nadie la había querido nunca entonces no tenía sentido seguir buscando unos brazos en invierno.
Decían que le quería tanto
que murió de pena
e incluso muerta
creció una flor
para seguir cuidando de su amado
y ser
por fin
                                   perfecta
aunque ella ya lo era
pero estaba
tan ciega
que se creía fea
y eso era lo que la hacía
completamente preciosa
a los ojos de cualquiera.

viernes, 28 de marzo de 2014

El arte de romper los relojes.

Recuerdo aquellos días de aquellos años en los que tú y yo seguíamos rompiendo relojes para ver si el tiempo se quedaba encerrado dentro. La manera que teníamos de tener diecisiete y diez años a la vez como a veces pintan en las películas.
Se ve todo tan distinto cuando eres adolescente, tan... inmenso, infinito. Como si de verdad fuésemos capaces de ser jóvenes por siempre, de poder hacer avanzar las horas sólo con chasquear los dedos, o hacerlas retroceder cada vez que echaba de menos que tus dedos me acariciasen a mí. O capaces simplemente de equivocarnos cuanto quisiésemos, o hacer lo que nos diese la gana, porque tendríamos toda una vida por delante para solucionar nuestros problemas.
Besarte las veces que quisiese, gritarte las veces que quisiese, hacerte gritar tan alto como quisiese. Perderte, encontrarte, romperte y abrazarte para arreglarte de nuevo.
Hacer contigo todo lo que no ha hecho nadie aún, porque tenemos diecisiete años y el mundo entero puede irse a la mierda, porque me he bajado de él desde el momento en que vi cómo me mirabas cuando creías que no me daba cuenta.
Esa, esa era la sensación que tenía estando contigo. Que podía hacer cualquier mínima cosa porque si me sujetabas era libre. Que podíamos huir tan lejos que ni siquiera nos movíamos.
Por eso ahora todas las luces de la Gran Vía me recuerdan a ti, y a la cantidad de relojes que podríamos estar rompiendo en este mismo instante si aún siguieses conmigo.

lunes, 24 de marzo de 2014

La muñeca de porcelana.

Me contó que hacía un par de noches tuvo un sueño extraño. Me contó que soñó que estaba en un parque, por la noche. Al principio pensó que estaba solo, que aquel sitio era una especie de intermedio entre un sueño y otro. Sin embargo, vio a lo lejos una chica sentada en un columpio. Llevaba un vestido azul muy claro, casi blanco, que no le llegaba por las rodillas, y pisaba la arena con sus pies descalzos como quien acaricia la piel de su amante con miedo de romperla.
Entonces él se acercó a ella y le preguntó que qué era lo que hacía allí tan sola, pero la chica bajó la vista al suelo y siguió meciéndose en silencio.
No era un fantasma, de eso estaba seguro, porque era demasiado real (irónicamente, pues estaba soñando).
- A veces - dijo - me siento como una muñeca de porcelana. Como si cualquier cosa fuese capaz de romperme: el viento, un abrazo, una despedida cursi o incluso otra persona - levantó la vista hacia la luna -. A veces... me siento como una muñeca de porcelana que la gente utiliza. Que la gente utiliza.
Repitió esto último casi en un susurro, bajando una vez más la vista.
Entonces él la miró y vio que en verdad tenía la piel tan pálida que parecía de porcelana. Quiso tocarla, pero no lo hizo, porque tenía miedo de que así fuera.
- A veces - volvió a hablar - me gustaría que alguien me considerase especial, diferente. Tanto, que fuese incapaz de hacer las cosas más simples sin acordarse de mí - miró al frente -. A veces, me gustaría que alguien se acordase de mí como yo sé acordarme del resto, y no me tratase como una muñeca de porcelana.
Se dio cuenta en ese preciso instante de que ella no le miraba y temió ser sólo unos de esos espectadores que escuchan pero no son vistos, como en una pantalla de cine.
-¿Por qué te utiliza la gente si no eres de porcelana? - preguntó.
Ella siguió sin mirarle.
- A veces - dijo. Ahora estaba seguro de que sabía que estaba allí - unas personas utilizan a otras como sustitutas. A veces una persona se va y deja un hueco tan grande que no sabes qué hacer, y te sientes perdido, desorientado - se miró sus propias manos, con angustia -. Buscas una brújula o un mapa y en lugar de buscarlo dentro de ti mismo crees que puedes encontrarlo en alguien que se le parezca. O que no tenga ningún parecido, no importa - se abrazó a sí misma -. A veces... No, siempre, soy yo a quien eligen para sustituir a alguien porque soy como una muñeca de porcelana.
-¿Qué tiene que ver una muñeca de porcelana?
Entonces ella le miró y sonrió, y él notó que sus ojos brillaban casi tanto o más que la luna. La chica se levantó y se inclinó hacia él.
-Nadie ve maldad en alguien que es capaz de romperse - susurró.

-Y desperté - finalizó.
Estaba sentado en frente de mí, abrazando con sus dos manos una taza de café, absorto en el vapor que ésta desprendía. Yo me quedé callada, mirándole. Me gustaba la manera que tenía de tratar con delicadeza las cosas más insignificantes.
-Bueno, ¿qué? - me miró -, ¿qué crees que significa?
Yo me encogí de hombros y apreté mis labios. Porque en realidad con quien había soñado era conmigo.

jueves, 20 de marzo de 2014

Y para ti.

Son las dos de la madrugada, y me gustaría poder decir que puedo verte dormir desde mi lado de la cama. Que pareces un ángel con los ojos tan cerrados y respirando casi tan despacio como respiro yo cada vez que te veo a ti.
Me gustaría poder decir que sigues aquí, pero no puedo.
Por eso me despido en un papel y no con una nota escrita con pintalabios en el espejo del baño, o dejándote esta misma carta justo debajo de tu almohada. Porque no estás.
Y es que en estos dos años todo ha sido eso, querer decirte lo que no digo y acabar diciendo lo que no quiero. Ya sabes cómo soy, un completo desastre que no fuiste capaz de ordenar (ni tú ni nadie).
Un desastre que ahora se va, con las maletas sin hacer porque no las necesita.
Te he dejado toda mi ropa en el armario por si quieres regalársela a la próxima chica que decidas querer en lugar de a mí, y en el segundo cajón de tu mesita tienes mi libro favorito, por si te da por querer saber a qué mundos escapo por las noches.
Que no se te olvide que también te he dejado mi perfume en alguna que otra sábana que tú nunca llegaste a compartir conmigo, porque siempre fuiste más de usar las de ella; y que mi película favorita aún sigue puesta en el vídeo, así que sácala y quémala si quieres, antes de que Amélie decida parecerse demasiado a mí y te haga creer que aún sigo durmiendo contigo.

Y si algún día te preguntas si alguna vez te quise
busca alguno de mis textos
y verás
que todos hablan
                                                                 de ti.


domingo, 16 de marzo de 2014

Pero no estás.

El otro día soñé contigo, otra vez. Pero no aparecías. Quiero decir, eras tú, pero no estabas. Era yo la que salía enviándote una carta.
No sé qué decía, si te pedía que volvieses o que no regresaras nunca. Si te enviaba una fotografía entera o hecha pedazos.
Recuerdo, sin embargo, que sentía lo mismo que siento cada vez que suena tu grupo favorito en la radio y me giro para mirar a un espacio vacío en el que deberías estar tú y tus ojos brillando.
Entonces, si estuvieses, te levantarías, y me cogerías de la mano, y me obligarías a dar vueltas por la habitación hasta acabar totalmente mareados.
Pero no estás.
Por eso sentía lo mismo que siento cada vez que veo una película y no te veo a ti, o cada vez que no encuentro el puto mando de la tele.
O cada vez que hace demasiado frío y tengo las manos demasiados frías y ni un sólo estúpido guante.
O cuando voy en autobús y creo verte en todos los parques rodeándole la cintura a ella en lugar de rodeármela a mí.
Sentía justamente eso, que te echaba en falta.
Pero al mismo tiempo, cuando me vi sentada escribiéndote de nuevo, quise hacer que mi bolígrafo dejase de escribir aquella carta.
Porque bien sabemos tú y yo que si no estás es porque en realidad nunca estuviste conmigo, de la manera en que una persona se ata a otra hasta el punto de romperse si una de las dos se suelta.

sábado, 15 de marzo de 2014

Por qué decidí volverme una insensible a los 16 años y 10 meses.

He llegado a una estúpida edad en la que a veces pasa que hay quien idolatra el amor como si fuese una religión. Los he visto incluso decir ''Tengo mis dudas, necesito pensar. Estoy pasando por una crisis'' como si Cupido de verdad existiese y no terminaran de creer si sus flechas son de plástico o si es bizco y eso le impidiese apuntar bien.
Menuda idiotez, ¿no?
Sin embargo, hay otras personas (más imbéciles aún) que también idolatran el amor, pero de una manera más ciega. Los pobres ignorantes se creen que viven en una película de éstas que ponen los domingos y que no ve nadie porque dan ganas de vomitar de lo malas que son.
Piensan ''Oh, algún día vendrá mi media naranja y seremos felices, y tendremos hijos, y viviremos en un pisito adosado y jugaremos al cluedo todos juntos los sábados como en los anuncios de la tele''. Por favor.
Estos últimos son casi peores. Estos últimos viven por y para encontrar al individuo perfecto para crear descendencia. Y claro, para ello visualizan un concepto de ''perfecta mujer'' o ''perfecto hombre'' que cumple una serie de características. Dicen ''Tiene que escuchar mi misma música, ver mis mismas películas, haber leído mi libro favorito, comer y desayunar lo mismo que yo, respirar las mismas veces que respiran mis pulmones y bombear sangre a mi compás''.
Dios santo, así les pasa luego, que encuentran a alguien medianamente acorde a sus estereotipos y acaban perdiendo el culo. Se fijan simplemente en las características que cumplen y pasan por alto que son unos capullos o unas subnormales.
Así que, tenemos dos tipos de personas que, aunque son casi contrarias, dan igual importancia al hecho de enamorarse. Como si eso fuese algo prioritario, necesario. Como si hubiéramos nacido exclusivamente para eso, y no casarse fuera sinónimo de ser un fracaso. Por tanto no es de extrañar que hoy en día el amor no exista, si nadie tiene ni puta idea de qué es.
Yo tampoco sé qué es el amor, no tengo ni la menor idea y probablemente sea la persona menos adecuada para ponerme a definirlo. Pero la verdad es que tengo claro qué no es el amor.
El amor no es encontrarlo a la vuelta de la esquina, ni casarte con él, ni ser igual que él, ni depender de él, ni ser feliz por él. El amor no es algo prioritario, el amor es secundario, un complemento adicional sin el que se puede vivir perfectamente.
Y ese es el problema, que vivimos en una sociedad mediocre donde la gente ha sido educada para pensar que para triunfar hay que casarse y tener hijos, como si eso fuese el amor.
Nos hemos cargado el amor, lo hemos idealizado tanto que ya no tiene importancia y cualquiera que sienta nervios en el estómago se cree que ha encontrado a su Romeo o a su Julieta.
Nos hemos cargado tanto el amor, que hemos creado uno totalmente nuevo basado en el tópico de la necesidad y la perfección, al mismo tiempo que lo menospreciamos como si fuese algo fácil de encontrar.
Un nuevo amor de plástico del que yo me considero atea.

jueves, 13 de marzo de 2014

Mentirte la verdad.

Estabas tan diferente cuando me preguntaste desde aquella mesa, de aquel café, que qué había sido de mi vida todo este tiempo.
Casi tan diferente, como lo que dije y lo que quise decir.
Pero cómo decirte que
me he follado a medio Madrid
para ver si te encontraba a ti
en una de esas camas.
Que cada vez
que se escapaba un tren
soñaba con escaparme yo con él
por si acaso me estabas esperando
en una de sus paradas.
Cómo decirte que
miraba a luna como
si eso fuera mirarte a ti
a los ojos
como solías mirarme
cada noche
antes
de quitarme
la ropa.
Cómo decirte que eres jodidamente
dañino
y que desearía que
no me hubieras hecho añicos
de la misma manera
que te hizo añicos ella a ti.
Cómo decirte que estaba enamorada
de ti
cuando es mucho más fácil decir que todo me ha ido bien, que he querido a otras personas, y que volveremos a vernos otra vez.
Aunque todo eso sea mentira.

viernes, 7 de marzo de 2014

21 de Marzo.

23:00
Ayer el cielo estaba gris, porque te fuiste. Y los pájaros ya no cantaban porque sin ti no sabían cómo seguir el ritmo, después de que el invierno que dejaste les dejase completamente mudos.
Mis manos ya no son mis manos, ahora están casi tan frías como el hueco de mi cama que ya no ocupa nadie, ni nadie ocupa tampoco el hueco de mis manos. Porque ahora que no puedo rozarte con mis propios dedos, ya no los siento.
Al igual que no siento los golpes del viento que te olvidaste llevar junto con las palabras que nunca me atreví a decir(te).
Y es que ahora preguntas por Enero, y todos sus sinónimos llevan a mi nombre y se alejan del verano.

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Ayer las flores volvieron a salir, porque te fuiste. Y los pájaros seguían cantando porque sin ti, nada había cambiado. Mis manos, seguían siendo mis manos. Capaces de seguir sintiendo cada ola del océano de sábanas que cubría lo fríos que siempre han estado mis dedos. Porque ahora que no puedo rozarte, no siento la necesidad de hacerlo.
Al igual que no siento que te hayas ido llevándote contigo el mismo viento que se llevaba la voz que nunca me atreví a dejar libre.
Y es que le pregunté a la primavera por ti, y me respondió que ninguna flor lleva a tu nombre.
Ni tú fuiste capaz nunca de llevarme un ramo de flores.

domingo, 2 de marzo de 2014

Querido Casper:

He intentado escribirte de todas las maneras posibles: en poesía, en historias, en cuentos infantiles donde tú eras el monstruo benévolo que comía galletas, o incluso en cartas como esta que en lugar de acabar en un buzón, terminaron medio quemadas en el fregadero de mi cocina. Y he intentado escribirte, precisamente, porque es la única manera que conozco de controlar las palabras.
(Porque bien sabes que mi voz aún no termina de hacerme mucho caso, y me desobedece cada vez que le pido que se calle).
Así que déjame decirte, ahora que tengo domesticado a mi bolígrafo, que esta es la cuarta carta que te escribo, y que muy probablemente habrá una quinta. Déjame decirte todo lo que yo no me dejé decirte.
<<¿Y qué quieres decirme?>> preguntas.
Pues quiero decirte.
Quiero decirte.
Describirte como se describe a una persona idealizada. Gritarte, si hace falta, que eres la tormenta más perfecta que se ha atrevido a despeinarme, y la calma de mis propios diluvios.
Quiero hacerle ver al mundo que eres las golondrinas de Bécquer y los caminos que nunca recorrió Machado. Y que si tú ríes, la primavera se detiene al compás del estremecimiento de tus hombros para ver, ensimismada, lo bonitos que son tus hoyuelos.
Quiero decirte, hacerte metáfora. Hacerte ver que eres la razón por la que me vuelvo completamente loca en un mundo de cuerdos.
(Pero, ¿qué es un mundo de cuerdos sin locos con el corazón roto?)
Pero, dime, ¿qué es un mundo sin ti?
Te escribo, para decirte. Simplemente decirte.
Y hacerte saber, de paso, que eres la decepción más bonita que ha pasado por mis poemas.
Así que ahora déjame que me marche
y si algún día vuelvo a verte
entonces
dime
si alguna vez te levantaste
echándome de menos.
                                                                                                   Casi siempre tuya,                                                                                                                                         Lorraine
                                     

sábado, 1 de marzo de 2014

Utopía.

A veces, muchas veces, he mirado por la ventana como se miran los barrotes de una celda, y me he imaginado que habían pasado ya dos o tres años y que podía ir por fin a cualquier sitio. Me he imaginado cogiendo un tren o un autobús, con una maleta casi llena y el mar esperándome en una estación incierta.
He dibujado en el aire todas las fotografías que podría tomarte si tú me dejaras. Las cartas que podría escribirte si aún siguieran enviándose cartas. O las canciones que te cantaría cuando no pudieses dormir.
A veces, muchas veces, he abierto la puerta y he soñado con dejarla cerrada para siempre, con escaparme a una estación de tren y viajar sin saber a dónde.
Pero todas esas imaginaciones, sueños, o incluso deseos, se quedan simplemente en eso: en imaginaciones, sueños, o incluso deseos.
Siempre he tenido que correr la cortina porque aún seguía siendo demasiado pequeña y no podía ir a cualquier sitio, ni tampoco coger un tren o un autobús porque me caería una bronca de campeonato si mis padres se diesen cuenta de que he ido a la playa y vuelto en un mismo día.
He borrado del aire que me falta todas las fotografías que nunca llegaré a tomarte, porque nunca me dejarás tomarlas. El bolígrafo no termina de hacerme caso cada vez que le pido que te escriba, y ni la voz me responde cuando intento cantarte una nana.
He tenido que abrir la puerta y volverla a cerrar todas las mañanas, para después volver a abrirla al regresar a casa, porque no tuve ni el valor ni la posibilidad de dejar que un tren me llevase.
Siempre he tenido que ver cómo la realidad me daba un bofetón en toda la cara y me decía: <<El mundo con el que sueñas no es real. Nada de lo que deseas lo será jamás>>.
Y lo triste es, que ese monstruo oscuro que algunos llaman mundo, tiene razón.
Imagino demasiado, sueño demasiado. Me paso los días dejándolos pasar porque todo lo que quiero está escondido en un verano que aún no ha llegado ni llegará hasta que sea mayor.
Salgo de casa, vuelvo a casa. Estudio, duermo, ceno. Veo las mismas caras de siempre y las mismas decepciones, agobios y amarguras de siempre.
Recorro el mismo camino de cada mañana: todo recto, luego a la derecha y todo recto otra vez, izquierda, recto, derecha, recto y recto hasta que ¡he llegado a mi destino!
Seis horas después es el mismo recorrido, pero al revés.
Y al final del día me doy cuenta de que lo único que he hecho ha sido dejar pasar las horas imaginándome lejos. Imaginándome que las cosas cambian. Que mi vida cambia. Que me levanto una mañana y existe alguien, no hecho para mí como en esas estúpidas novelas, sino más bien alguien que me hace sentir que sentimos a partes iguales.
Pero, no me malinterpretes, no es que quiera o necesite a alguien que me quiera o necesite. Es que son casi las dos de la madrugada y no entiendo por qué me siento tan sumamente sola. Tan sumamente... inquerible en el sentido en que se quiere a una persona a la que no eres capaz de colgar el teléfono.
A veces, muchas veces, me cuestiono seriamente si es posible que algún gilipollas se enamore de mí, en lugar de pasarme la vida imaginando escenarios que nunca llegarán a cumplirse.

miércoles, 26 de febrero de 2014

Al Atlántico.

¿A dónde va el amor cuando se acaba?
Dices
involuntariamente retórica.
Y es que
es casi irónico
cuando preguntas por amor
siendo tú
uno de esos océanos
a los que van las olas a morir
como muere alguien
cada vez
que se enamora
                                                      de ti.

sábado, 22 de febrero de 2014

Pero no eras tú.





Anoche soñé contigo, pero no eras tú. Me trajiste una maleta llena de ropa que nunca podré ponerme para pedirme que volviese, como si esa maleta llena de ropa hubiese sido mía tiempo atrás, y hubiera acabado en tu puerta.
-Vuelve, ven conmigo - decías - vamos a destrozar el mundo de nuevo.
Y yo sonreía, como sonríe un heroinómano antes de tomar la primera dosis de su recaída.
''Vale'', dije. Y empecé a caminar hacia ti de la manera en que camina un niño hacia una tienda de caramelos.
-¡Déjala! - gritó alguien.
-¡Déjala! - gritó otra persona - ¡Ya le hiciste suficiente daño, no te necesita!
Entonces me detuve en seco y vi en tus ojos la mirada vacía de alguien vacío. Dos pozos negros esperando a que yo me hundiese en ellos, a que me ahogase.
-No... - susurré - no voy contigo.
Salí corriendo, todo lo deprisa que pude. No quería irme contigo, porque no eras tú. Tú dejaste de ser tú hacía mucho tiempo. Tú ya no existías. Ni siquiera cuando cerraba los ojos.
Tú habías perdido las mariposas de tu estómago, el latir en exceso de velocidad de un corazón kamikaze. Las sonrisas ladeadas de un imbécil que no puede contener ni sus propios sentimientos. La mirada, las lágrimas, los impulsos altruistas (y egoístas a la vez) de quien se enamora como se enamoran los poetas.
Tú ya no eras un poeta, ni yo la musa de tus versos. Ahora era yo quien escribía poemas sobre tus lunares.

Entonces, de pronto, me detuve de nuevo. Había llegado a una playa. Estaba sola, totalmente sola. El único sonido que rompía el silencio era el de las olas mismas.
Avancé despacio hacia la orilla, aún con la respiración entrecortada, y cansada por haber corrido tanto (ya ves, incluso soñando asfixiabas mis pulmones).
El cielo estaba gris. O azul. O azul y gris al mismo tiempo, igual que mi vestido.
Ya no tenía zapatos, en algún momento habían desaparecido como por arte de magia, y podía sentir el mar acariciando mis pies como tú nunca supiste hacer.
<<¿No quieres saber - parecía decirme - hasta dónde llega el horizonte? ¿No quieres saber qué hay más allá de los sueños?>>
Sí, quería saberlo.
Empecé a entrar en el agua.
Quería saber qué había al otro lado de un océano infinito.
El vestido comenzó a mojarse.
Quería ver dónde terminaba el mundo y huir allí.
El agua me llegaba por la cintura.
Quería descubrir si el fin del mundo era el único lugar donde me protegerías del tú que ya no eres.
Entreabrí los labios para decirte adiós, porque podía sentir cómo me mirabas escondido en algún sitio, pero no supe. Nunca supe qué decirte.
Iba a tocar el horizonte, mis manos casi podían tocarlo, sentirlo, sentir cómo el mundo terminaba en el extremo de la punta de mis dedos. Casi podía sentir que era libre.
Pero no.
Alguien me agarró de la mano y tiró tras de mí. Alguien me sacó del agua y me hizo recordar que me daba miedo adentrarme en un océano.
Pero no eras tú, porque tus manos eran más finas y color porcelana.
Era el sonido de un despertador, a las diez de la mañana.






miércoles, 19 de febrero de 2014

365 días y varios batacazos después.

<<Te darás cuenta de que no era como las demás. Que no era una cualquiera. Date cuenta. Échame en falta al menos, que no parezca que mis lágrimas son en balde.>>
<<Siempre pensé que alguien acabaría ocupando mi lugar, pero nunca imaginé que la sustituta fuera yo.>>
<<Me dedicaré a esperar que algún día regreses, y mientras ocuparán tu lugar, porque sé de sobra que a mi ya me has sustituido. O lo harás.>>
<<¿Cómo quieres que me quede contigo si no me dejas? No importa. Te da igual que me vaya, te da igual perderme. Te doy igual.>>
<<Aún así si quieres marcharte, si no sientes dolor al dejarme, si crees que soy algo sustituible en tu vida, entonces vete.>>
Esto, y otros muchos ''vuelve'' es a lo que lleva el llamado ''desamor''. Es triste, ¿no? llegar a arrastrarse tanto por alguien que lo único que te queda es lanzar al aire mil y una llamadas de atención que nadie ve.
''¡Vuelve! ¡Vuelve!'' ''Oh, mi vida no merece la pena si no estás tú'' son cosas que resuenan en tu cabeza, que resonarán durante un tiempo y que te volverán completamente loca si no sabes cómo hacerlas callar.
La verdad es que es jodido, llegar a sentir tanto por una persona que pierdes el control sobre ti misma, que lo único que quieren tus piernas es correr tras esa espalda; y tú corazón, dejar de latir si no la alcanzas. Crees que nunca vas a salir de ese pozo sin fondo (que algunos no ven tan hondo hasta que caen en él), y que la caída es en picado y chocando con los bordes de un acantilado.
Pero no.
Todo termina, incluso las épocas que más nos cuestan.
Puedes pensar que algo es terrible, que algo no tiene final, que te han hecho daño, que has hecho daño. Pero nunca quieras... nunca te arrastres por que alguien regrese contigo. En serio, no lo hagas.
Si ese chico, o esa chica no se queda es porque el hueco les venía demasiado grande, o demasiado pequeño, que no eran la pieza que encajaba ahí. Por ello, eso no significa que nadie más pueda llenar ese vacío.
No tienes que correr tras él o tras ella, no tienes que obligarle a agarrar tu mano, no tienes que ir llorando por las esquinas como si eso fuera a hacer que tu ''mitad'' sea ese o esa que se ha ido.
Tienes que dejarles ir, tienes que irte tú también. Tienes que llorar, tienes que reír, tienes que sentirte bien estando completamente solo y ser feliz de esa manera, porque solamente así seguirás siéndolo cuando otro alguien venga.
Tienes... que valorarte más de lo que te valoran.

Mi madre decía que las personas son como autobuses: que cuando uno se va, otro viene.
Y es cierto.
Pero eso no quiere decir que tengamos que quedarnos siempre en el mismo trayecto o esperar a que venga uno nuevo. A veces se está bien sentado en el parada viendo cómo pasan frente a tus ojos.

Lo que quiero decirte, a ti que ya no puedes leerme, pero que te hubiera gustado poder hacerlo cuando más sola y más mierda te sentiste.
A ti.
A mí.
Decirte, decirme, que la única capaz de hacerte feliz eres tú misma, que las cosas cambian aunque no lo parezca, que los acantilados que tanto miedo te dan son perfectamente escalables, y que si existiera una máquina del tiempo, fingiría ser otra persona sólo para abrazarte.
Por ello nunca te arrastres, porque no sirve de nada excepto para convertirte en la estúpida que no eres.

Así que por fin, me atrevo a decir, que lo triste de esta vida (afortunadamente triste) es que todo se supera por muy imposible que parezca.



sábado, 15 de febrero de 2014

viernes, 14 de febrero de 2014

El mismo polo opuesto.

Nací gritando ''revolución'' al mismo tiempo que nacía ella
proclamando el pacifismo.
Pinté paredes con mis ideales mientras ella
las hacía bellas con sus versos.
Lloré océanos por dentro al mismo tiempo que ella
lloraba manantiales con sus ojos negros.
Viví gritando que el amor no existe al mismo tiempo que vivía ella
demostrándome que estaba equivocado.
Ella era la calma de mi tormenta y la lluvia de verano.
Ella era la cautela que paraba mis impulsos.
Ella era más de Elvis Presley que de Queen
y
ella era prácticamente todo lo contrario a mí
y
yo era prácticamente todo lo contrario a ella.
Así que no era de extrañar
que ambos fuéramos iguales.
Como si formáramos las dos caras
de un folio en blanco
esperando a ser escrito
por mi bolígrafo y su pintalabios.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Borrador de una novela interrumpida.

-''Te quise'' no es quizás lo peor que pueden decirte - dice, desde el otro lado del micrófono -. Quizás son sólo dos simples palabras, pero el caso es que esa persona se dormía o se levantaba pensando en ti, o cocinaba mientras sonaba tu canción favorita de fondo - sonríe con la mirada perdida -, o en mitad de clase de historia se daba cuenta de que tú eras la única guerra que quería librar.
La chica hizo una leve pausa para tomar aire y luego continuó menos energética.
-Y un día, sin más ya no te quiere. Te quiso - se le resquebraja la voz -. Y es entonces cuando te preguntas cómo es posible que alguien deje de querer a alguien en un instante, o dos - inspira hondo, pero nadie parece darse cuenta. Luego continúa más enérgica -. Te preguntas por qué la sangre de sus venas empieza a bombearse por otra persona, y no por ti. Por qué esa persona. Por qué se levanta una mañana diciéndote ''te quiero'' y cierra los ojos diciéndole ''te quiero'' a ella - baja el tono de voz -, cuando tú no eres capaz ni de hablar de él en pasado.
Ella se humedece los entreabiertos labios y echa un vistazo rápido a las hojas que sostiene.
- ''Te quise'' no es quizás lo peor que puede decirte, pero sí lo peor que puede romperte - termina de leer con una leve sonrisa a modo de gracias, y sale del escenario.
La gente aplaude y los focos se apagan.
-¿Quién es? - pregunté.
-La mayor mentirosa que vas a encontrarte en tu vida.
-¿Mentirosa? ¿Por qué?
-Porque escribe poesía - me dijo - la poesía es la mentira más bonita que puedes leer.
-Pero casi llora, ¿no lo viste?
-¡Bah! - hizo un gesto de desdén con la mano.
Quizás, puede, debí haberle hecho caso cuando me advirtió que todos los poetas son grandes mitomaníacos. Pero, cómo iba a creerle si me vi a mí mismo reflejado en sus versos.
Quizás, puede, no debí haberla seguido hasta su mesa para preguntarle cómo se llamaba, ni haber dejado que me llevara por un oscuro callejón hasta su calle favorita. Ni haber descubierto cuál era su canción preferida.
Quizás, no debí haberla conocido ni dejar que ella me conociese a mí.
Pero lo hice, yo estuve allí esa noche en que fui el único que vio que tenía de verdad lo que algunos llaman ''un corazón roto''; y aquella otra noche en que el que tuvo el corazón roto fui yo.
No era una mentirosa.
Era tan honesta que nadie la creía, ni ella creía a nadie. Ni siquiera cuando le decía que la quería.

-Nunca te enamores de un poeta - me dijo ella un día.
-¿Ah, no? ¿Por qué? - pregunté desde debajo de las sábanas.
-Porque exageran lo que sienten o se lo inventan.
-¿Entonces tú haces eso?
-Puede - sonrió.
-A mí no me vas a engañar, yo sé que lo que escribes es de verdad, porque hablas demasiado poco.
Sí, hablaba muy poco. No sabía expresarse. Se trababa cada vez que quería decir algo importante, en parte, porque era una cobarde. Sin embargo a mí me gustaba cuando lo hacía, porque eso significaba que en su cabeza todo estaba más enrevesado. 
Ella era una chica bastante peculiar. Le gustaba estar sola, pero no sentirse sola. Cantaba cuando creía que no había nadie en casa y bailaba tan mal que me producía hasta ternura.
Tenía el pelo largo y ondulado y tan café como sus ojos. Siempre llevaba los labios de rojo. Siempre. Tan rojos que era imposible no mordérselos.
Tampoco sabía cocinar, ni dibujar, ni tocar bien la guitarra aunque le gustase hacerlo de todas formas.
Lo cierto es que era un completo desastre. Y yo no podía resistirme a querer ordenarlo.
Maya era de ese tipo de personas que sólo existen en los libros.

-Quiero que vengas conmigo.
-No puedo.
Ella suspiró y asintió.
-Quiero que vengas conmigo - repitió, como una niña pequeña.
-No puedo.
-Pues entonces no te vayas.
-Tampoco puedo hacer eso.
-No tienes que irte allí a estudiar - me reprimió -. No tenías por qué hacerlo.
-La gente no vive sólo de fantasías y novelas románticas, ¿sabes? - espeté -. Baja de tu nube.
Me arrepentí de haber dicho eso nada más terminar de decirlo. Maya era de ese tipo de personas que sólo viven como en los libros. Nunca tenía los pies en la tierra, siempre estaba soñando como una cría e imaginando cosas imposibles.
-¿Tantas ganas tienes de irte a esa universidad de Inglaterra y perderme de vista? - dijo, antes de cerrar la puerta.
<<No>> pensé.
Y ese era el problema, que yo estaba siempre pensando en lugar de actuando. Siempre pensando en el futuro, siempre pensando en lo seguro. Nunca arriesgándome. Tanto que no me di cuenta de que lo que de verdad quería era quedarme allí con ella.

Quizás, puede, debí haber deshecho las maletas. Quizás, puede, debí haberla escrito aquel poema que tenía siempre en la cabeza cada vez que la veía.
Quizás, puede, debí haberme dado cuenta de que yo también era un poeta, y haberle dicho, que los poetas rompen corazones casi sin darse cuenta. Porque lo que buscan es una historia dramática que convertir en metáforas.

Quizás.
No.
Estoy seguro.
Debí haberme dado cuenta
de que tenía el corazón tan roto
después de irme
como lo tenía ella.
Y haber vuelto a buscarla
antes
de que me buscase a mí.


sábado, 8 de febrero de 2014

Fin.

No me digas que olvidar no es para siempre,
porque entonces
no le veo utilidad
a romper todas tus fotografías de golpe.
Ni a vivir
cada día
con la esperanza de que mañana no vuelvas
de la manera
en que volviste ayer.

Epílogo de un corazón roto.

<<La verdad es que llega un momento en la vida de toda persona - piensa con la mirada perdida - en el que empiezas a ver la realidad como realidad y no como una cuento de ciencia ficción. Es un desvirgamiento filosófico: alguien llega, te hace daño y después ya nada vuelve a ser lo mismo. Ya no puedes ver a las personas como algo duradero, ya no puedes ver la lluvia como algo meteorológico, sino metafórico - entreabre los labios para decir algo, pero todo continúa en su cabeza mientras sus ojos siguen acariciando el cristal de la ventana -. Ya no puedes... tener luz en tus pupilas. Se apaga tu mirada y convives con una espina amarga clavada en el pecho. Sobrevives, no vives. Respiras, pero te estás ahogando - ahora es su mano la que acaricia la ventana -. Y si vives es vivir sin importarte nada, ni nadie. Si vives, es en gris. Como las nubes de tormenta. Y el problema de ese gris - continua pensando después de un rato - es que es casi tan adictivo, como los labios de quién te lo provoca.>>

Entonces se aparta del cristal, y camina con las piernas totalmente desnudas y el pelo recogido hasta la puerta. La cierra, y la habitación se queda casi completamente vacía. Lo único que queda dentro es el silencio de una cama deshecha.
Al poco rato la puerta vuelve a abrirse y la chica entra, igual de atrayentemente desaliñada que antes, pero con un café entre sus manos.
<<Me pregunto si es posible volver a ver el mundo con una paleta de colores diferente a la de las películas de los años cincuenta.>>
Se hace el silencio una vez más, esta vez también en el interior de ella. Alguien había aparecido en su portal.
-Maldito idiota.
La chica se aparta de la ventana y corre la cortina.
El timbre suena, pero nadie abre la puerta.

lunes, 3 de febrero de 2014

De cuando no estás.

Y si te echo de menos
tendré
que decirlo
y gritarle al mundo
lo injusto que me parece.
Y si te echo de menos
tendré
que llorarte un océano
y gritarle al Atlántico
toda la envidia que le tengo
por tenerte.
Y si te echo de menos
se me encoge el estómago
a la vez
que se me encoge el mundo
si no estás tú para hacerme ver
que soy más grande
que mis miedos.
Y sí,
te echo de menos.
Y no existen metáforas que expresen
lo vacía
que me siento
si no te tengo,
                                                              Amor.
         

miércoles, 29 de enero de 2014

Desde un idiota punto de vista.

Si te vieses con los ojos que yo te veo
te enamorarías de tu propio reflejo
en lugar
de tenerle miedo.
Si te vieses con los ojos que yo te veo
caminar
nunca más volverías
a pisar el suelo con menos fuerza
de la que me pisaste a mí.
Si te vieses con los ojos que yo te veo
                                                                                             (si te quisieses la mitad de lo que yo te quiero)

me creerías cuando te digo
que decirte
que eres lo más bonito que tengo
es casi tan redundante
como llamarte bonito a ti.

lunes, 27 de enero de 2014

Una noche más.

Te veo en cada rincón, en cada parte de mi habitación o incluso de mí. Y eso que no has estado nunca en ninguno de esos sitios.
De nada me sirve sustituirte con canciones, aunque sean lo más cerca a estar cerca de ti.
De nada me sirve nada
Si no eres tú lo último que escucho
Antes de soñar contigo una noche más.
Y aún así dudarás de si te quiero o si estás detrás de todos mis textos.
Maldito ciego.
Yo no te quiero.
Yo siento algo más que eso.
Yo te siento aunque estés lejos
Y te adoro
Más
De lo que nunca llegarás a saber.

jueves, 23 de enero de 2014

De tus diluvios.

Una vez dije (o me dijeron, no recuerdo) que eras la tormenta y yo la que pasea sin paraguas, que algún día acabarías por mojarme y ya no habría fuego capaz de secarme.
Y yo (tan temeraria como siempre) no pensé que en verdad fueses capaz de empapar al resto igual que me empapas a mí, aunque en la calma de antes haya sido la única a la que le hayas regalado tus relámpagos.
Y es que por mucho que destroces mi ropa (y lo que late) yo seguiré optando por ir descubierta por la calle.
Por pisar tus charcos con los pies descalzos,
y esperar sentada el arcoiris
que solías darme antes
de tus diluvios
universales.

miércoles, 22 de enero de 2014

Presagio II.

Iré creyendo por ahí
que el amor no existe
hasta que me demuestres lo contrario.

Presagio.

Estaba completamente loca
pero
no del tipo de locura que se encierra
sino
más bien del tipo de cuerda
que busca saber
qué es lo que esconde
una mente ajena.
Estaba completamente loca,
a veces
se encerraba
y
lloraba desconsolada
porque no habías respondido a sus cartas
o a sus llamadas.
Ella no era como Neruda
no le gustaba cuando callabas.
Estaba completamente loca
completamente
laberintizada.
Y lo peor no
era
que tuviera el corazón hecho pedazos
sino más bien
que le gustaba saber
                                                 (creer)
que sólo tú
podías pegarlo
como pega abril los pétalos de mayo.
Ella no era una loca cualquiera,
era de esas
que llaman
a su obsesión
                                                amor,
y amor a todo el daño
que estaba por venir
pero que aún
no había llegado.


miércoles, 15 de enero de 2014

No hay gardenia que se olvide de Abril.

Quiero que te quedes quieto conmigo. Así, sin moverte. Haciendo que el mundo entero siga girando, y corriendo, y corriendo y corriendo, mientras tú y yo nos quedamos atrás. Imagínatelo: la gente avanzando y nosotros dos en medio de una calle llena de agobios y gente totalmente gris. Imagínatelo y hazlo tuyo.
Podemos hacer el tiempo infinito si queremos, podemos crear nuestro propio mundo (nuestro propio universo, si te empeñas de esa manera que sólo tú sabes) con un simple silencio.
Así que quédate quieto conmigo y finge por un momento que somos indestructibles. Porque tal y como dijo Fernando Vallejo:
<<Nada está quieto, todo se mueve y lo que se mueve cambia y lo que cambia pasa y lo que pasa se olvida.>>
Y tú, amor, quiero que seas para mí lo que es la primavera para las flores.

sábado, 11 de enero de 2014

Como una cría de cinco años.

Soy una caprichosa.
Lloro cuando cada vez que
te vas me dejas sola, aunque
hayamos estado juntos desde
las tres
hasta las seis de la tarde.
Lloro cada vez que cuelgas
el teléfono
o me enfado antes de que puedas
si quiera llegar a decir adiós
porque me supera saber
que no te volveré a ver
hasta la llamada siguiente.
Pero quién no va a encapricharse contigo
si eres el invierno menos frío
que ha pisado Madrid en mucho tiempo
y a tu lado los lunes se convierten siempre
en sábados infinitos.

jueves, 9 de enero de 2014

Como mirarse a un espejo.

Una de las cosas que más me gustaban de ese chico era que se parecía bastante a mí. No en sus grupos favoritos o en los libros que leía cada noche, sino más bien en su manera de caminar, de arrugar la nariz cada vez que se enfadaba, o de odiar el café por las mañanas. Era como mirarme a mí misma en un espejo, pero más alta y con el pelo más corto.
-Oye, ¿y si nos vamos? - le dije un día.
-Anda, qué dices, ¿a dónde vamos a ir?
Yo me encogí de hombros y seguí mirando los coches. La verdad es que siempre estaba mirando los coches, me gustaba el sonido que hacían al pasar debajo del puente en el que estábamos. Igual que olas, pero más dañinas.
Y así nos pasábamos las tardes-noches, sentados al borde de un puente en medio de la carretera. Sin decir nada. Absolutamente nada.
Supuse que a eso se referían todas aquellas estúpidas historias y películas sobre ''almas gemelas'' (qué asco me daba lo comercial que habían vuelto esa palabra), que se referían a que la gracia está en encontrar a alguien con el que el simple hecho de estar mirando como dos imbéciles un vaivén de coches, te haga feliz.
Precisamente por eso no sé qué hubiera hecho si se hubiese ido él solo en tren a esa ciudad que tanto nos gustaba. Supongo que tendría que ver el mar de luces largas yo sola, sin nadie que estuviese callado conmigo.
Sin nadie que me quisiera tanto como yo le quería a él.