El otro día soñé contigo, otra vez. Pero no aparecías. Quiero decir, eras tú, pero no estabas. Era yo la que salía enviándote una carta.
No sé qué decía, si te pedía que volvieses o que no regresaras nunca. Si te enviaba una fotografía entera o hecha pedazos.
Recuerdo, sin embargo, que sentía lo mismo que siento cada vez que suena tu grupo favorito en la radio y me giro para mirar a un espacio vacío en el que deberías estar tú y tus ojos brillando.
Entonces, si estuvieses, te levantarías, y me cogerías de la mano, y me obligarías a dar vueltas por la habitación hasta acabar totalmente mareados.
Pero no estás.
Por eso sentía lo mismo que siento cada vez que veo una película y no te veo a ti, o cada vez que no encuentro el puto mando de la tele.
O cada vez que hace demasiado frío y tengo las manos demasiados frías y ni un sólo estúpido guante.
O cuando voy en autobús y creo verte en todos los parques rodeándole la cintura a ella en lugar de rodeármela a mí.
Sentía justamente eso, que te echaba en falta.
Pero al mismo tiempo, cuando me vi sentada escribiéndote de nuevo, quise hacer que mi bolígrafo dejase de escribir aquella carta.
Porque bien sabemos tú y yo que si no estás es porque en realidad nunca estuviste conmigo, de la manera en que una persona se ata a otra hasta el punto de romperse si una de las dos se suelta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario