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sábado, 22 de febrero de 2014

Pero no eras tú.





Anoche soñé contigo, pero no eras tú. Me trajiste una maleta llena de ropa que nunca podré ponerme para pedirme que volviese, como si esa maleta llena de ropa hubiese sido mía tiempo atrás, y hubiera acabado en tu puerta.
-Vuelve, ven conmigo - decías - vamos a destrozar el mundo de nuevo.
Y yo sonreía, como sonríe un heroinómano antes de tomar la primera dosis de su recaída.
''Vale'', dije. Y empecé a caminar hacia ti de la manera en que camina un niño hacia una tienda de caramelos.
-¡Déjala! - gritó alguien.
-¡Déjala! - gritó otra persona - ¡Ya le hiciste suficiente daño, no te necesita!
Entonces me detuve en seco y vi en tus ojos la mirada vacía de alguien vacío. Dos pozos negros esperando a que yo me hundiese en ellos, a que me ahogase.
-No... - susurré - no voy contigo.
Salí corriendo, todo lo deprisa que pude. No quería irme contigo, porque no eras tú. Tú dejaste de ser tú hacía mucho tiempo. Tú ya no existías. Ni siquiera cuando cerraba los ojos.
Tú habías perdido las mariposas de tu estómago, el latir en exceso de velocidad de un corazón kamikaze. Las sonrisas ladeadas de un imbécil que no puede contener ni sus propios sentimientos. La mirada, las lágrimas, los impulsos altruistas (y egoístas a la vez) de quien se enamora como se enamoran los poetas.
Tú ya no eras un poeta, ni yo la musa de tus versos. Ahora era yo quien escribía poemas sobre tus lunares.

Entonces, de pronto, me detuve de nuevo. Había llegado a una playa. Estaba sola, totalmente sola. El único sonido que rompía el silencio era el de las olas mismas.
Avancé despacio hacia la orilla, aún con la respiración entrecortada, y cansada por haber corrido tanto (ya ves, incluso soñando asfixiabas mis pulmones).
El cielo estaba gris. O azul. O azul y gris al mismo tiempo, igual que mi vestido.
Ya no tenía zapatos, en algún momento habían desaparecido como por arte de magia, y podía sentir el mar acariciando mis pies como tú nunca supiste hacer.
<<¿No quieres saber - parecía decirme - hasta dónde llega el horizonte? ¿No quieres saber qué hay más allá de los sueños?>>
Sí, quería saberlo.
Empecé a entrar en el agua.
Quería saber qué había al otro lado de un océano infinito.
El vestido comenzó a mojarse.
Quería ver dónde terminaba el mundo y huir allí.
El agua me llegaba por la cintura.
Quería descubrir si el fin del mundo era el único lugar donde me protegerías del tú que ya no eres.
Entreabrí los labios para decirte adiós, porque podía sentir cómo me mirabas escondido en algún sitio, pero no supe. Nunca supe qué decirte.
Iba a tocar el horizonte, mis manos casi podían tocarlo, sentirlo, sentir cómo el mundo terminaba en el extremo de la punta de mis dedos. Casi podía sentir que era libre.
Pero no.
Alguien me agarró de la mano y tiró tras de mí. Alguien me sacó del agua y me hizo recordar que me daba miedo adentrarme en un océano.
Pero no eras tú, porque tus manos eran más finas y color porcelana.
Era el sonido de un despertador, a las diez de la mañana.






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