Me dijo "si haces tanto ruido no me dejas escuchar", y acto seguido me hizo sentarme en el borde de la cama.
Le dije "me dan miedo los truenos, tengo que moverme", porque creía que abriendo y cerrando cajones fingiendo que buscaba un libro, dando portazos echándole la culpa al viento, o dejando caer mis bolígrafos al suelo, silenciaría una tormenta.
Me dijo "anda, quédate quieta y mira" y me llevó hasta la ventana mientras nos cubrían las cortinas como una tienda de campaña.
Me dijo "mira" y me agarró de la mano al mismo tiempo que se mojaban los cristales.
(Pero, cómo quería que mirase, si yo sólo era capaz de mirarle a él.)
Y miré entre la lluvia, y vi que las calles estaban vacías, que el cielo estaba gris y morado, que las aceras parecían uno de esos océanos que en Madrid ya no había, y que lo bonito de las tormentas era el silencio que causaban, y no el rugido de sus truenos.
Me dijo "¿Sigues teniendo miedo ahora?"
Y no supe cómo decirle que probablemente volvería a tenerlo si él se fuera y tuviera que mirar la lluvia sola.
Es precioso, en serio.
ResponderEliminarAsí yo también perdería el miedo a las tormentas.
http://www.azucarycenizas.blogspot.com.es
Muchas gracias! quién pudiera perderlo de esa manera...
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