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sábado, 8 de febrero de 2014

Epílogo de un corazón roto.

<<La verdad es que llega un momento en la vida de toda persona - piensa con la mirada perdida - en el que empiezas a ver la realidad como realidad y no como una cuento de ciencia ficción. Es un desvirgamiento filosófico: alguien llega, te hace daño y después ya nada vuelve a ser lo mismo. Ya no puedes ver a las personas como algo duradero, ya no puedes ver la lluvia como algo meteorológico, sino metafórico - entreabre los labios para decir algo, pero todo continúa en su cabeza mientras sus ojos siguen acariciando el cristal de la ventana -. Ya no puedes... tener luz en tus pupilas. Se apaga tu mirada y convives con una espina amarga clavada en el pecho. Sobrevives, no vives. Respiras, pero te estás ahogando - ahora es su mano la que acaricia la ventana -. Y si vives es vivir sin importarte nada, ni nadie. Si vives, es en gris. Como las nubes de tormenta. Y el problema de ese gris - continua pensando después de un rato - es que es casi tan adictivo, como los labios de quién te lo provoca.>>

Entonces se aparta del cristal, y camina con las piernas totalmente desnudas y el pelo recogido hasta la puerta. La cierra, y la habitación se queda casi completamente vacía. Lo único que queda dentro es el silencio de una cama deshecha.
Al poco rato la puerta vuelve a abrirse y la chica entra, igual de atrayentemente desaliñada que antes, pero con un café entre sus manos.
<<Me pregunto si es posible volver a ver el mundo con una paleta de colores diferente a la de las películas de los años cincuenta.>>
Se hace el silencio una vez más, esta vez también en el interior de ella. Alguien había aparecido en su portal.
-Maldito idiota.
La chica se aparta de la ventana y corre la cortina.
El timbre suena, pero nadie abre la puerta.

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