La chica hizo una leve pausa para tomar aire y luego continuó menos energética.
-Y un día, sin más ya no te quiere. Te quiso - se le resquebraja la voz -. Y es entonces cuando te preguntas cómo es posible que alguien deje de querer a alguien en un instante, o dos - inspira hondo, pero nadie parece darse cuenta. Luego continúa más enérgica -. Te preguntas por qué la sangre de sus venas empieza a bombearse por otra persona, y no por ti. Por qué esa persona. Por qué se levanta una mañana diciéndote ''te quiero'' y cierra los ojos diciéndole ''te quiero'' a ella - baja el tono de voz -, cuando tú no eres capaz ni de hablar de él en pasado.
Ella se humedece los entreabiertos labios y echa un vistazo rápido a las hojas que sostiene.
- ''Te quise'' no es quizás lo peor que puede decirte, pero sí lo peor que puede romperte - termina de leer con una leve sonrisa a modo de gracias, y sale del escenario.
La gente aplaude y los focos se apagan.
-¿Quién es? - pregunté.
-La mayor mentirosa que vas a encontrarte en tu vida.
-¿Mentirosa? ¿Por qué?
-Porque escribe poesía - me dijo - la poesía es la mentira más bonita que puedes leer.
-Pero casi llora, ¿no lo viste?
-¡Bah! - hizo un gesto de desdén con la mano.
Quizás, puede, debí haberle hecho caso cuando me advirtió que todos los poetas son grandes mitomaníacos. Pero, cómo iba a creerle si me vi a mí mismo reflejado en sus versos.
Quizás, puede, no debí haberla seguido hasta su mesa para preguntarle cómo se llamaba, ni haber dejado que me llevara por un oscuro callejón hasta su calle favorita. Ni haber descubierto cuál era su canción preferida.
Quizás, no debí haberla conocido ni dejar que ella me conociese a mí.
Pero lo hice, yo estuve allí esa noche en que fui el único que vio que tenía de verdad lo que algunos llaman ''un corazón roto''; y aquella otra noche en que el que tuvo el corazón roto fui yo.
No era una mentirosa.
Era tan honesta que nadie la creía, ni ella creía a nadie. Ni siquiera cuando le decía que la quería.
-Nunca te enamores de un poeta - me dijo ella un día.
-¿Ah, no? ¿Por qué? - pregunté desde debajo de las sábanas.
-Porque exageran lo que sienten o se lo inventan.
-¿Entonces tú haces eso?
-Puede - sonrió.
-A mí no me vas a engañar, yo sé que lo que escribes es de verdad, porque hablas demasiado poco.
Sí, hablaba muy poco. No sabía expresarse. Se trababa cada vez que quería decir algo importante, en parte, porque era una cobarde. Sin embargo a mí me gustaba cuando lo hacía, porque eso significaba que en su cabeza todo estaba más enrevesado.
Ella era una chica bastante peculiar. Le gustaba estar sola, pero no sentirse sola. Cantaba cuando creía que no había nadie en casa y bailaba tan mal que me producía hasta ternura.
Tenía el pelo largo y ondulado y tan café como sus ojos. Siempre llevaba los labios de rojo. Siempre. Tan rojos que era imposible no mordérselos.
Tampoco sabía cocinar, ni dibujar, ni tocar bien la guitarra aunque le gustase hacerlo de todas formas.
Lo cierto es que era un completo desastre. Y yo no podía resistirme a querer ordenarlo.
Maya era de ese tipo de personas que sólo existen en los libros.
-Quiero que vengas conmigo.
-No puedo.
Ella suspiró y asintió.
-Quiero que vengas conmigo - repitió, como una niña pequeña.
-No puedo.
-Pues entonces no te vayas.
-Tampoco puedo hacer eso.
-No tienes que irte allí a estudiar - me reprimió -. No tenías por qué hacerlo.
-La gente no vive sólo de fantasías y novelas románticas, ¿sabes? - espeté -. Baja de tu nube.
Me arrepentí de haber dicho eso nada más terminar de decirlo. Maya era de ese tipo de personas que sólo viven como en los libros. Nunca tenía los pies en la tierra, siempre estaba soñando como una cría e imaginando cosas imposibles.
-¿Tantas ganas tienes de irte a esa universidad de Inglaterra y perderme de vista? - dijo, antes de cerrar la puerta.
<<No>> pensé.
Y ese era el problema, que yo estaba siempre pensando en lugar de actuando. Siempre pensando en el futuro, siempre pensando en lo seguro. Nunca arriesgándome. Tanto que no me di cuenta de que lo que de verdad quería era quedarme allí con ella.
Quizás, puede, debí haber deshecho las maletas. Quizás, puede, debí haberla escrito aquel poema que tenía siempre en la cabeza cada vez que la veía.
Quizás, puede, debí haberme dado cuenta de que yo también era un poeta, y haberle dicho, que los poetas rompen corazones casi sin darse cuenta. Porque lo que buscan es una historia dramática que convertir en metáforas.
Quizás.
No.
Estoy seguro.
Debí haberme dado cuenta
de que tenía el corazón tan roto
después de irme
como lo tenía ella.
Y haber vuelto a buscarla
antes
de que me buscase a mí.
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