Entonces, quizá, en ese preciso instante, crees que es adorable o cualquier otra cosa por el estilo aunque ella piense lo contrario o aunque no sea especialmente guapa, y te enternece tanto seguir mirándola que no puedes parar hasta que parece notar la presión de tus pupilas y las apartas intentando disimular que has estado desnudándola con ellas durante un minuto o dos.
A veces me pregunto justo eso, si alguien me ha mirado alguna vez de esa manera. Porque yo sí, yo sí me he quedado embobada mirando lo que para mí era, no perfecto, sino adorable. Adorable es la palabra. Adorable.
Yo sí he mirado como se mira a una obra de arte, y me he apoyado sobre mi mejilla para poder admirar mejor de qué manera sus ojos se perdían entre las páginas de un libro, y deseando, inútilmente, que en lugar de leer un best-seller me estuviese leyendo a mí, pero en braille.
Luego una mezcla de modestia y realidad me da una bofetada y me contesto yo sola a mí misma: que no. Que a mi nadie me ha mirado nunca de esa forma y que quizá sea porque hay personas que nacen para admirar y no para ser admiradas. Igual que hay personas que nacen para inspirar poemas y otras para ser los poetas que escriben paralelismos sobre ellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario