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miércoles, 30 de abril de 2014

Tal cual me dejaste.

En la mesita de noche tenía una lámpara blanca de encaje que no era antigua, pero lo parecía. Seguía estando sobre ella también el reloj de muñeca que te dejaste por error, y la cajita (ahora vacía) donde se suponía deberían estar tus lentillas.
La cama estaba perfectamente hecha, pero juraría que en tu lado aún podía verse la forma de tu cuerpo acurrucada junto a mis piernas. Y, bueno, aún jugaba a imaginar que las sábanas eran nuestro fuerte secreto. Allí donde nadie más podía entrar, ni siquiera el invierno, ahora tampoco entrábamos nosotros.
La pared seguía estando igual de fría que siempre, la ventana seguía teniendo esas cortinas, casi transparentes, que dejaban pasar la luz del día casi mejor de lo que dejaban pasar el viento que las bailaba; y los cajones seguían completamente llenos de tu ropa, llenos de ti. Tus camisetas seguían dobladas, porque creía que así a lo mejor vendrías a ponértelas de nuevo, y tus vaqueros favoritos (no muy distintos del resto) estaban igual de rotos.
Todo seguía estando tal cual lo dejaste, y yo no moví ni un ápice, porque creí que así, quizá, se pararían los relojes y dejarías de marcharte a cada minuto que marcaba tu reloj de muñeca. Como si el tiempo pudiera detenerse mientras se mantenga todo intacto.

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