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viernes, 11 de julio de 2014

Caos que bailan de la mano.

Son las dos de la mañana y escucho tu nombre y tiemblo aunque lo haya dicho yo, como en un susurro tímido y agónico frente al espejo, como alguien que acaba de descubrir al culpable de un crimen por error.
Y se me enfrían el estómago y los brazos, haciendo competencia a mis manos.
Son las dos y media y tiemblo, hasta que se estremece conmigo mi cama. Hasta que yo misma podría haber sido el epicentro de un terremoto en pleno Madrid.
Hasta que a las tres decido escribir con letra inestable y un lápiz que baila entre mis dedos.
Y se me olvida progresivamente que hoy he vuelto a decir tu nombre de forma consciente, y que hoy he vuelto a aquellos días en los que el Atlántico estaba en mis ojos y no contigo.
Y de pronto calma.
De pronto ya no hay terremotos ni epicentros. Ni olas en mis océanos.
De pronto me quedo dormida sin querer y te veo.
Te vuelvo a ver.
Y me doy cuenta de que el verdadero seísmo eres tú, y de que ojalá podamos provocar maremotos juntos de nuevo.

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