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domingo, 6 de julio de 2014

La toxicidad de las personas.

Hoy te vi. Estabas en esa cafetería que tanto te gustaba, sentado junto a la ventana y tomándote un café. Yo me quedé un rato mirándote desde fuera, parada en mitad de la calle, temiendo que me vieses y queriendo que lo hicieses al mismo tiempo.
Vi cómo leías un libro y abrazabas una taza, totalmente absorto a todo lo que pasaba a tu alrededor: a la gente que se levantaba, a la gente que se marchaba, a la gente que venía y a la gente que, como yo, te miraba esperando que les mirases tú de vuelta.
Conservabas también esa manía de darle dos vueltas al café antes de tomártelo, dejándolo sobre tus labios lo suficiente como para hartarte de amargura. Estabas tan diferente que no habías cambiado en nada, por mucho que te dejases crecer el pelo seguías siendo un crío. Los dos seguíamos siéndolo.
Entonces alguien se chocó conmigo y me gruñó que me apartase. Y tú levantaste la vista, como si los cristales no fueran una barrera del sonido y me hubieses escuchado ensimismarme contigo.
Y te quedaste ahí. Mirándome desde el otro lado del cristal. Mirándote desde el otro lado del cristal. Y los segundos se hicieron tan eternos en tus dos pozos negros, que me dio tiempo a recordar que es más tóxico tenerte cerca que al otro lado de una ventana.
Así que no dije nada y me fui, como el resto de veces que te has topado en mi vida. Porque sólo yéndome sabes tenerme, y sólo teniéndome haces que me vaya.
Por mucho que me cueste conformarme con mirarte de lejos.

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