Una vez dije (o me dijeron, no recuerdo) que eras la tormenta y yo la que pasea sin paraguas, que algún día acabarías por mojarme y ya no habría fuego capaz de secarme.
Y yo (tan temeraria como siempre) no pensé que en verdad fueses capaz de empapar al resto igual que me empapas a mí, aunque en la calma de antes haya sido la única a la que le hayas regalado tus relámpagos.
Y es que por mucho que destroces mi ropa (y lo que late) yo seguiré optando por ir descubierta por la calle.
Por pisar tus charcos con los pies descalzos,
y esperar sentada el arcoiris
que solías darme antes
de tus diluvios
universales.
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