Seguidores

viernes, 28 de marzo de 2014

El arte de romper los relojes.

Recuerdo aquellos días de aquellos años en los que tú y yo seguíamos rompiendo relojes para ver si el tiempo se quedaba encerrado dentro. La manera que teníamos de tener diecisiete y diez años a la vez como a veces pintan en las películas.
Se ve todo tan distinto cuando eres adolescente, tan... inmenso, infinito. Como si de verdad fuésemos capaces de ser jóvenes por siempre, de poder hacer avanzar las horas sólo con chasquear los dedos, o hacerlas retroceder cada vez que echaba de menos que tus dedos me acariciasen a mí. O capaces simplemente de equivocarnos cuanto quisiésemos, o hacer lo que nos diese la gana, porque tendríamos toda una vida por delante para solucionar nuestros problemas.
Besarte las veces que quisiese, gritarte las veces que quisiese, hacerte gritar tan alto como quisiese. Perderte, encontrarte, romperte y abrazarte para arreglarte de nuevo.
Hacer contigo todo lo que no ha hecho nadie aún, porque tenemos diecisiete años y el mundo entero puede irse a la mierda, porque me he bajado de él desde el momento en que vi cómo me mirabas cuando creías que no me daba cuenta.
Esa, esa era la sensación que tenía estando contigo. Que podía hacer cualquier mínima cosa porque si me sujetabas era libre. Que podíamos huir tan lejos que ni siquiera nos movíamos.
Por eso ahora todas las luces de la Gran Vía me recuerdan a ti, y a la cantidad de relojes que podríamos estar rompiendo en este mismo instante si aún siguieses conmigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario