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viernes, 8 de agosto de 2014

Espíritu libre.

La primera vez que la vi estaba llorando, pero yo no me di cuenta hasta pasados unos minutos. Mantenía la mirada inmóvil en el fin del mar, como si estuviera intentando leer qué había más allá de un horizonte. Como si de verdad fuese posible atrapar uno.
Tenía el pelo largo y ondulado cubriéndole las mejillas mojadas, y llevaba puesto un vestido fino y vagamente azul con dibujitos de pájaros blancos en él. A su espalda, tenía una mochila. Estaba tan disimuladamente llena que me permití pensar que ella era una trotamundos. Y no me equivocaba.
Me apoyé en el muro a pocos metros de donde se encontraba y me permití observarla sin permiso. Fue entonces cuando me fijé en que lloraba totalmente callada, sin emitir sonido alguno. Se limitaba a dejar que las lágrimas rodaran por sus mejillas lentamente hasta saltar como kamikazes por el acantilado de su barbilla. Y eso era muy triste, más triste que llorar a gritos era llorar sin decir nada. Porque llorar a gritos encierra dolor, pero llorar con calma significa sucumbir a la tristeza. Llorar con calma significa que ya no te importa llorar, que ya ni siquiera te molestas en hacer nada a parte de dejar caer las lágrimas. Llorar con calma encierra algo más que dolor, encierra un mundo entero de desgarros que han acabado por absorberte.
Así que al ver que no cesaba y que estaba totalmente absorta, me acerqué a ella y le ofrecí un pañuelo.
-Gracias -dijo.
Y siguió mirando el océano.
Le pregunté entonces por su nombre y me contestó que se llamaba Maya. La pregunté después por qué lloraba y no respondió nada más.
De ella supe con el tiempo que desde muy pequeña había querido marcharse y ver mundo. Viajar, aunque fuera sola. Le aterrorizaba la idea de echar raíces y estancarse. Estancarse había sido precisamente el miedo que más problemas le había ocasionado. Ella misma me lo había dicho, era complicado encontrar a alguien que comprendiera su visión de ser libre.
-Ser libre -me dijo- es poder hacer lo que quieras sin ataduras. Por ejemplo, si a mí me apetece viajar a Michigan ahora mismo, podría hacerlo. Eso es ser libre, poder cumplir tus antojos sin pensar <<Tengo que cuidar de mis hijos>> o <<No puedo, mi jefe me despediría>> o incluso <<No tengo dinero>>. Eso son ataduras.
Y después de decir aquello apretaba sus rojos labios a modo ''esto es lo que hay, acéptalo'' y me miraba desde el otro lado de la sábana.
Por supuesto, yo lo aceptaba, pero eso no quería decir que no estuviera completamente atemorizado. Atemorizado, porque sabía que si ella era libre no podría retenerla conmigo eternamente. No podría decirla <<Quiero vivir contigo el resto de mis días>> porque la asustaría y echaría a volar. Atemorizado, principalmente, porque era consciente de que Maya podría marcharse en cualquier momento y no existía en el mundo posibilidad alguna de hacerla quedarse.
Maya era libre.
Al menos ella lo creía así.
Así lo creía, pero en el fondo yo sabía que no es posible ser libre, porque para ello es necesario renunciar y renunciando corremos el riesgo de ser infelices.
Maya era infeliz.
Al menos así lo creía yo desde la primera vez que la vi, llorando frente al mar. Nunca quiso contarme por qué lo hizo, pero algo me decía (quizá mi parte empática) que había dejado atrás demasiadas cosas con tal de escapar y había terminado por crear su propia jaula.
Ella era del tipo de persona que no puede encerrarse, porque acaba muriendo por dentro. Ese tipo de personas son las más asustadizas y, por consiguiente, las más dañinas. Son pájaros con el ala rota por haber vivido atrapadas demasiado tiempo.
Y te encariñarás con ellas, y les curarás el ala para que puedan volar en lugar de darse batacazos, pero entonces se marcharán porque no conocen otro modo de vivir que no sea el de huir todo el tiempo.
Así era Maya.
Un ave que nunca supo cómo volar.
Se había pasado media vida cortando sus raíces y al final había terminado por echar raíces en sí misma.
Por eso vivía perseguido por el temor de que podría marcharse en cualquier momento, porque ella tenía más miedo que yo. Mucho más miedo que yo.

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