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martes, 7 de mayo de 2013

¿Y tú en qué mundo vives?

Realidad. Estúpidas ocho letras que nos alejan de lo que verdaderamente queremos. Admitámoslo, ¿a quién le gusta? A nadie, ni siquiera los enamorados están conformes con ella. El tiempo les tiene limitados.
Odiamos tanto ese ir y venir de días, que huimos de ella creando mundos paralelos. Mundos particulares que nadie más puede colonizar. 
Hay tantos mundos como personas caminan sobre la tierra. Tantos, que no existen dos iguales.
Existen algunos pequeños, donde solo cabe un habitante real de verdad. Dicho habitante vive rodeado de otros que aún no existen, pero que le gustaría conocer algún día. Esto es el conocido sueño que todos tenemos de la vida que nos encantaría vivir en un futuro.
Otros son más grandes, y en él caben tantas personas como se quiera. Personas que vemos día a día, que podríamos tocar si quisiéramos, pero que la falta de valor nos impide hacerlo. Aquí es donde la mayoría de soñadores felices se refugian, en un entorno paralelo donde encuentran toda la valentía que no tienen. Aunque puede que este solo sea un escondite para cobardes que no se atreven a hacer de su realidad el mundo que tanto anhelan.
Mundos de cristal que creamos solo para evadirnos cuando nos aburrimos, mundos más fuertes en los que ni siquiera nosotros mismos somos capaces de entrar, porque lo que hay en ellos son nuestros más profundos miedos; mundos abandonados a los que su dueño dejó de hacer caso porque su día a día se convirtió en un lugar mejor del que soñaba. 
Mundos, mundos y más mundos.
Mi mundo.
Un lugar pequeño rodeado de murallas demasiado altas como para escalarlas, que evitan que el agua del mar se escape entre ellas. Y a unos metros de la orilla, un pequeño ático donde vivo con un gato y una cámara vieja.
En mi mundo casi siempre llueve, y las gotas de lluvia nos empapan las mejillas mientras reímos sin preocuparnos por estropearnos la ropa.
Ah, ya te has dado cuenta: no estoy sola.
En mi mundo estás conmigo, sigues teniendo esa sonrisa que tanto me gusta, y tu mano nunca deja de perder la fuerza suficiente para evitar que me caiga. Aquí somos felices, no tenemos que temer al mañana que quizás nos separe, no tenemos que intentar parar las agujas del reloj porque no hay tiempo. No lo necesitamos.
En mi mundo no existen las despedidas, nadie se va, pero nadie llega. Incluso las personas que se fueron vuelven a la vida aquí, sin importar que en la realidad sus huesos ya estén desgastados. 
En mi mundo me quieres y te quiero. Cumplimos las promesas que dejamos a medias ahí afuera y creamos otras nuevas sin miedo a romperlas.
Viviría aquí si pudiera, pero no sería lo mismo.
Quizás ese sea el problema de los mundos: que no son reales.
Puedes crear tantos como quieras, pero ninguno de ellos llenará el vacío que tanto daño te hace. Porque la verdadera felicidad se encuentra cuando nuestros sueños se convierten en la realidad que compartimos.

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