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viernes, 24 de mayo de 2013

El arte de rompernos y fingir recomponernos.

Con la luz apagada y las cortinas echadas, te miras al espejo buscando una respuesta. Ni siquiera sabes de quién es ese reflejo, si es tuyo o si por el contrario es solo una coraza. Esa que has construido o te ha ido ocultando descontroladamente con el tiempo.
Bajas las mirada y rozas con ella tus muñecas. Subes lentamente hasta los hombros, y te deslizas por el cuello hasta llegar a tus labios, que están entreabiertos como queriendo decir algo, pero sin terminar de encontrar la fuerza suficiente para hacerlo.
Y de pronto una lágrima se escapa, intentando echar una carrera contra la curva color rosa que adorna tu cara, la misma que estaba a punto de torcerse antes de que un recuerdo extraviado chocara contra tu pecho, como queriendo destruirlo pero quedándose solo en hacer daño.
Apartas la mirada de la persona que se rompe frente a ti, en un intento de convencerte de que esa coraza destrozada no es la tuya. Gritas en silencio que no necesitas a nadie, que eres capaz de salir del agujero negro con seudónimo de vida en el que te han metido.
Pero no es verdad.
Quieres que unos brazos te sorprendan por la espalda mientras cierras los ojos para no ver tu desastre, que alguien te susurre al oído que todo irá bien, y te bese la mejilla al compás de tu respiración y de la suya juntas.
Quieres que tu habitación deje de estar vacía y oscura. Quieres que las cortinas estén recogidas a juego con tu pelo, y que la luz pase cegándote como él solía cegarte con solo dedicarte una media sonrisa apagada.
Quieres que te salven. Que te salve.
Pero nadie va a salvarte.
Los brazos que se suponía que iban a abrazarte están ocupados encerrando a otra persona, y tus mejillas están sin marcar todavía, porque sus labios están besando a la persona equivocada. Tampoco eres capaz de oír su voz acariciándote con palabras llenas de valor, porque sus cuerdas vocales han decidido tocar melodías para una chica diferente.
No va a rescatarte de ti misma.
Y lo sabes.
Vuelves a mirar tu reflejo, con las lágrimas transformadas en rabia. No eres la del espejo, odias a la persona débil que él te muestra.
Así que con los puños cerrados, casi destrozándote la palma de la mano, rompes el cristal que te separaba de esa realidad alternativa que tanto detestabas.
Y cayeron los restos de hielo artificial, y con ellos tú de rodillas al suelo.
Ahora tiemblas. Un media sonrisa con los dientes apretados por la rabia comienza a combinarse con las mejillas secadas.
No sientes el dolor de la mano. No sientes nada.
Solo te quedas tirada en el parqué, sin esperar a nadie excepto al tiempo, que parece ser el único capaz de cicatrizar tus heridas.
(O echarles sal, depende del día).
Cierras los ojos, humedeces tus labios y te tumbas en el suelo.
Destrozaste el reflejo de tu parte débil. Solo su reflejo. Aún así, ahora eres lo suficientemente fuerte como para ser tu propia heroína.
Y lo sabes.
Y sonríes.
Y vuelven a abrirse las cortinas, y las bombillas empiezan a colorearse de electricidad.
Y sigues estando sola, pero te da igual.
Te da igual.

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