Recuerdo cuánto te gustaba
aquella gran ventana que tenías
en un rincón escondido de
tu habitación.
Recuerdo cómo pasabas
las tardes de verano
mirando por entre los cristales,
buscando alguien que se girara
para verte.
Recuerdo qué cara pusiste cuando
alguien apagó la luz y no pudiste
distinguir tu ventana de un póster.
Y lo mucho que intentaste poder
dar luz otra vez a tu escondite
para encontrar las cortinas
que tantas veces te habían cobijado.
Recuerdo que no encontraste
el interruptor que te faltaba,
y que escuchaste risas de
la gente que pasaba.
Recuerdo cómo te sentiste
al ver que eras el único
que vivía a oscuras,
y lo mucho que querías
volver a tener una bombilla.
Recuerdo cuánto envidiabas
a los que tenían una ventana
con la que huir cuando no se tiene nada
excepto el miedo que entre risas falsas
se escapa.
Recuerdo que dijiste que lo dejabas,
que no querías seguir buscando
una chispa que te alumbrara.
Que no querías tener más una ventana,
porque te habías acostumbrado
a estar a oscuras.
Recuerdo cómo llorabas,
y lo falsa que resultaba tu sonrisa
ahogada entre tantas lágrimas.
Recuerdo que te vi entre nada,
y te di mi mano a ciegas aún sin saber
qué buscabas.
Recuerdo que chocamos contra un cristal
que ya estaba enfriado,
de tanto esperar que alguien lo encontrase
entre tanta luz camuflada en negro.
Recuerdo tu sonrisa en aquel momento,
lo mucho que reías sabiendo
que tu bombilla seguiría luciendo,
aunque el interruptor estuviera roto
o la luz se estuviera consumiendo.
Recuerdo que volviste a ser feliz
a pesar de todos esos malos momentos,
porque tu fuerza y tu paréntesis de los labios
siempre habían estado brillando.
Y lo seguirán haciendo aunque pasen años,
porque nadie más que tú merece
tener una ventana por la que
mirar cada verano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario