Seguidores

miércoles, 29 de mayo de 2013

La persona que te protege está detrás del arma que te apunta.

Estaba oscuro, ni siquiera la luna era capaz de dar un brillo falso a la habitación. Lo único parecido a luz era una bombilla que se balanceaba con un resplandor intermitente. Los muebles estaban rotos y tirados por el suelo. Tampoco la ventana se había librado de acabar hecha pedazos, con las cortinas desgarradas.
Y en mitad del desastre ahí estabas, jadeando y apuntándome con una pistola. Tenías la camisa rota y el pelo alborotado más de lo normal. Tus ojos me miraban con un odio que supe que era falso, que en realidad detrás de él se escondía el ''lo siento'' nunca dicho.
 Unos centímetros más adelante, cara a cara con el gatillo, estaba yo. Con mi vestido desgarrado y manchado de restos de sangre a juego con mi cara, y el pelo revuelto cayéndome por la espalda.
-Dispara. - Dije, arqueando una ceja.
No tenía miedo de morir si eras tú quien lo hacía.
Tragaste saliva y me dedicaste un último paréntesis con una risa casi inaudible de fondo. Te acercaste más a mi y pusiste la pistola contra mi frente, al mismo tiempo que tu mejilla rozaba mi pelo.
-Dispara. - Repetí, esta vez en un suspiro.
Apartaste la cabeza de mi hombro para mirarme directamente a los ojos.
Y tu mirada y la bala hicieron contacto conmigo al mismo tiempo.
Entonces supe que no eras tú quien tenía el control del gatillo, que tú habías muerto mientras la estantería chocaba contra la alfombra, y las paredes se agrietaban; que cuando pasaste de usar esa misma pistola para apuntarme en lugar de para defenderme, ya te habías ido.
No eras tú quien disparaba. Ni tampoco era yo quien había acabado tirada en el suelo, mientras tú abrías la puerta y la cerrabas como si no hubieras destrozado nada ahí dentro.
No éramos tú y yo, eran tu orgullo y el mío.
No éramos tú y yo, nosotros ya estábamos muertos.
No éramos tú y yo. Nunca lo fuimos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario