Muchas veces habrás querido parar el tiempo, hacer que el mundo deje de girar y convertir en eterno un momento con fecha de caducidad. Sería bonito poder hacerlo, ser inmortales solo durante unos segundos. Pero es imposible, nunca dejamos de movernos.
Aunque nos tiremos en la cama y finjamos que estamos quietos, las manecillas del reloj siguen corriendo, arrastrándonos con ellas sin poder hacer nada por pararlas.
El tiempo vuela y nosotros con él, como una corriente de agua que arrasa con todo. Puede que por eso estemos constantemente huyendo de las horas y minutos, queriendo hacerlas ir más deprisa o más despacio, controlar las manecillas o incluso encerrar los días en un reloj de muñeca.
Queremos atrapar el tiempo, manejarlo, tocarlo, sentirlo. Pero es él el que nos dirige a nosotros.
Es nuestra barrera y nuestro salvavidas, el aire que respiramos o el humo que nos asfixia. Es eso que queremos rozar con la punta de los dedos y guardar para siempre, pero que se escapa al mínimo contacto.
El tiempo es incontrolable.
Quizás por eso me gustaba tanto estar contigo, porque por un momento parecía que de verdad tú y yo éramos capaces de parar el mundo.
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