A veces me pregunto qué es eso de ser valiente, qué se sentirá sin tener miedos o límites y siendo amiga de la muerte. Envidio a esas personas que viven día a día como si su mañana estuviera asegurado, aunque no tengan un certificado que les diga si existe o si por el contrario no es más que una ilusión.
Quisiera ser así, sin que me tiemblen las piernas cada vez que pienso en las mil y una maneras que podría escoger el futuro para desvanecerse; sin tener pavor a hacer planes infundados al mismo tiempo que no paro de hacerlos, solo porque cabe la posibilidad de que nunca lleguen a cumplirse.
Y puede que no sea mi culpa, que mis miedos vayan de la mano de lo que he visto, de la cantidad de esperanzas que se escaparon ante mis ojos de entre los dedos de la gente que quería. Puede que esté demasiado acostumbrada a un futuro frágil, al giro de acontecimientos que toman siempre las cosas.
Puede que perder a muchas personas por la misma causa, me haga replantearme si yo también perderé algún día una batalla que no quiero luchar.
Por eso me gustaría poder vivir sin dejar que mis pensamientos me controlen, con la suficiente seguridad o pasotismo como para saltar a un vacío sin esperar que haya un colchón al final de la caída.
Pero no soy capaz de hacerlo por mucho que lo intente.
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