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sábado, 29 de junio de 2013

La chica del vestido azul

La vi a lo lejos, sentada mirando al mar. Estaba de espaldas, pero supe que era ella. Reconocería ese vestido azul en cualquier parte. Bajé las escaleras lentamente, y caminé hacia ella con paso firme.
Cuando estuve a su lado, me di cuenta de que estaba llorando, temblando y esforzándose por no emitir sonido alguno.
Ni siquiera se percató de mi presencia, estaba demasiado perdida en el ruido de las olas.
Ella, era débil. No porque su cara estuviera demasiado empapada o porque se hubiese dejado consumir por la arena. No era débil por sus lágrimas, sino por el motivo de ellas.
Y yo sabía su historia.
Sabía que había luchado demasiado durante varios años solo para no sentirse sola. Sabía lo mucho que había intentado matar a la muerte y traer de vuelta a la vida fantasmas del pasado.
Sabía que se había negado a ver la realidad porque era demasiado horrible para plantarle cara, y que cuando ese mundo que ella misma había creado terminó por desvanecerse, empezó a sentir los efectos de no saber cómo volver a encerrarse en él.
Sabía, también, que había encontrado la felicidad en el lugar equivocado, y que había visto perdices donde solo había un final trágico.
Sabía que estaba rota, que quería desahogarse y arremeter contra todos y contra todo. Que quería que el tiempo fuera su venganza, aunque éste para ella corriera demasiado rápido, alejándola de esa felicidad falsa que no hacía más que dañarla.
Yo sabía su historia, porque era también la mía.
Me senté a su lado y la miré hasta que se giró para devolverme la mirada. Entonces se dio cuenta de quién era, y supo por qué había venido.
Pensé que tendría miedo, que intentaría huir. Pero en lugar de salir corriendo, se apoyó en mi pecho y lloró aún más fuerte.
La abracé y sentí que sus lágrimas mojaban mi vestido amarillo.
-Ya ha pasado todo - la acaricié el pelo - ya ha pasado todo...
Se agarró a mi espalda con más fuerza, y aproveché para hacerlo.
La disparé.
Ya no se escuchaban lágrimas ni un <<¡Vuelve, por favor, te necesito!>> como música de fondo. Ya no se escuchaba nada, excepto el mar arañando la arena.
Había matado a mi parte débil y no estaba dispuesta a dejarla volver.
No estaba dispuesta a dejar que nadie me destrozase como a ella.
Ni siquiera yo misma.

lunes, 24 de junio de 2013

Que responda ahora o calle para siempre.

Cada noche me pregunto, en uno de estos intermedios entre el sueño y el insomnio, si piensas en mí antes de cerrar los ojos; si recuerdas el sonido de mi voz susurrando tu nombre en bucle hasta que te quedas dormido. Y por muchas interrogaciones que busque, nunca encuentro el <<sí>> que quiero o el <<no>> que tengo miedo de adivinar.
Tú no me das una respuesta, ni yo consigo hacerte una pregunta, porque siempre fuimos más de dejar las cosas a medias, y es difícil hacer interrogatorios desde camas separadas.
Así que pasan las horas, y la luna sube y baja mientras el sol se apaga. Y yo sigo sin poder dormir, porque detesto imaginar que eres capaz de soñar todas las noches o cada mañana con una risa diferente.
Y entonces despierto a las once, o a las doce, cuando todo el mundo ya ha hecho su cama, y vuelvo a preguntarme si al abrir los ojos has pensado qué estaría haciendo; si estoy desayunando o si más bien sigo durmiendo. Vuelvo a preguntarme si te preguntas a veces qué hago, qué tal me van las cosas, qué tal serían si me hubiera quedado.
Así que pasan las horas, y la luna sube y baja mientras el sol se apaga. Y yo sigo sin poder soñar despierta, porque tú sigues siendo el interrogante que me falta.
Y tú sigues dormido, porque yo ya no soy la respuesta que callas.

viernes, 21 de junio de 2013

De protagonista a espectador, y viceversa.

Dices, con los ojos en blanco y una sonrisa falsa, que nadie espera a nadie, que no van a esperarte. Dices, que ninguna chica va a quedarse mirando la puerta con la esperanza de que vuelvas, que una vez hayas hecho las maletas, no querrán que las deshagas.
Dices que todas son iguales, pero con un carmín diferente y los ojos más claros o más oscuros. Dices que no hay nadie que te haya tenido en cuenta. Que todas te han echado de su vida sin hacer nada por que te quedes.
Dices que nadie te ha querido, o que si lo han hecho no han sabido hacerlo lo suficiente. Dices que eres distinto, que no eres el típico chico que usa a las chicas como si fueran cámaras desechables.
Dices, dices, dices.
Dices tantas cosas creyendo saberlo todo, cuando en realidad no tienes ni idea de lo que hay detrás de una puerta cerrada.
Dices que tras el cerrojo no hay más que una chica esperando a que llegue alguien diferente para abrirlo, pero no te das cuenta de que estaba esperándote a ti.
Dices que no hay diferencia, porque nunca llegaste a ver lo que había debajo de sus cicatrices, ni te molestaste en saber qué pintalabios usaba. Ni siquiera te enterabas de que ella antes nunca había utilizado uno, hasta que quiso dejar marcas en el cuello de tu camisa. Sólo de tu camisa.
Dices que te tiraron como si no fueras nada, mientras tú fuiste el primero en girar el pomo de la puerta cuando a ti no te importó marcharte.
Dices que estabas enamorado, pero no sabes lo que es quedarse atascado entre una página y otra, sin poder decidirte entre releer lo que has escrito o empezar un capítulo nuevo. No sabes lo que es ser el juguete roto de alguien.
Dices que eres diferente, pero perdiste toda tu carisma cuando ella te susurró gritando desde el suelo y el vestido medio roto, que no quería que te fueras. Cuando el ''nunca más estarás sola'' se quedó en palabras vacías, porque sabías de antemano que no podrías cumplirlas.
Dices, dices, dices.
Dices, pero nunca preguntas nada. Te limitas a culpar al resto de tus propios errores, sin tener en cuenta que ellos ya tienen suficiente con los suyos.
Nunca te preguntas por qué se fue, sólo admites que tenía sus propios motivos, que no tenía claro lo que quería. Que no te quería lo suficiente.
Y no tienes ni idea de cuáles eran esas razones, de lo segura que estaba de que tenía que marcharse (y ''tener'' no es lo mismo que ''querer''); ni de lo mucho que acelerabas sus pulsaciones.
Puede que en lugar de dejar pasar las cosas y hacer como que nunca han existido, debieras empezar a ver todo por cómo es, y no por cómo quieres que sea.
Empezar a ver que puede que el día que llegue la última, no habrá otra que la sustituya.

miércoles, 19 de junio de 2013

''Mis gritos envasados al vací­o reventaron al fin''.

Vete. Coge tus cosas, tus maletas o lo que sea que hayas traído. Coge tus fotografías, tus mentiras o tus verdades, me da igual, y quémalas. Coge todo y márchate.
No te quiero aquí, no te quiero. Quiero que te vayas lejos y hagas como que nunca me has conocido y que de paso me regales un botón de reseteo para olvidarte yo a ti.
Que te busques a otra persona, que borres con una goma o que taches con permanente mi nombre escrito al lado del tuyo, y que mutees el sonido de mi risa.
Vete. Quiero que te vayas, no te quiero en mi cabeza, no te quiero.
Coge tus dibujos, tus historias, tus jodidos planes sin futuro y tíralos por la ventana. Deja que el viento se los lleve al mar o a un charco y haga que el agua los emborrone hasta que no quede nada.
Hazlo, es lo justo. Yo me marché y borré todas las huellas que pude haber dejado. Me marché sin dejar rastro aunque nunca quise hacerlo, aunque fueras tú quien me obligara.
Me marché, así que ahora vete tú también. Porque estoy harta de vivir atada a tu camisa sin poder desatar este nudo de recuerdos.
Vete y déjame al menos poder irme yo también.
Déjame ser feliz sin ti.
Déjame.

martes, 18 de junio de 2013

Cambio luces de neón por farolas de puerto.

Muchos (por no decir todo el mundo) aman la tierra en la que se han criado. Le tienen un cariño especial y el hecho de tener que separarse de ella les supondría un gran esfuerzo.
A mí no.
Detesto Madrid, aunque algo dentro se me remueva cada vez que lo digo. No me importaría coger un tren e irme al sur, o volar en avión hasta América.
Y sí, es cierto, me crié entre El Retiro y la M-30; recorrí mil y una veces las calles del centro hasta el punto de saberme de memoria cada tienda y cada paso de cebra. He visto cambiar las luces de la Plaza Mayor en Navidad, y he cantado la canción de ''Cortilandia'' con los nervios rompiéndome el estómago porque los Reyes Magos estaban a pocos días de mi casa.
Pero aún así, nunca llegué a coger aprecio a ninguno de estos edificios. Incluso cuando era pequeña tenía cierto miedo a la zona de la Plaza Mayor y Gran vía. No me convencía el bullicio de la gente en callejones grandes.
Ojalá pudiera quererte, Madrid, desear quedarme contigo para siempre y enamorarme de un piso pequeño en el que vivir cuando tenga edad suficiente para tener una cama doble que compartir. Pero no te quiero, y quisiera hacerlo.
No sé cómo ni por qué, fui tejiendo mis propias alas y dibujando un mapa alternativo con destino a otros lugares más pequeños. Puede que la capital me venga grande. O que me haya cansado de no encontrar a nadie aquí a quien dejarle controlar mis pulsaciones.
Así que supongo que algún día me iré, cerca del mar o a las profundidades de los Estados Unidos, donde pueda disfrutar de conciertos indefinidos y cine del bueno a todas horas, de ese tipo de cine que solo se ve en las películas.
Y entonces, nadie podrá impedir que me marche, a no ser que me dé motivos para quedarme. Motivos tamaño XL y suspiros propios. Motivos que me hagan volver a respirar sin miedo a hacerme daño en los pulmones.
Motivos con nombre propio y apellidos.
Motivos como tú, o como él.
Motivos que a día de hoy no tengo.
Aunque preferiría encontrar a alguien que quisiera huir conmigo, en lugar de retenerme entre los barrotes que tanto me va a costar romper.

lunes, 17 de junio de 2013

Antítesis de un adiós.

Haré que te deshagas de esa camiseta con estampado de problemas y que dejes de odiar las madrugadas para empezar a amarlas. Haremos música sin necesidad de una guitarra, con la única luz de la ventana y la habitación apagada. Memorizaré con los ojos cerrados cada rincón de tu espalda, como si fuera el mapamundi de tu propio cuerpo; y tú rozarás el mío como queriendo encontrar mi archipiélago perdido de lunares.
Encajaré mi paréntesis con el tuyo, y formaremos el antónimo perfecto de tristeza.
Yo seré tuya y tú serás mío.
Y no habrá olvido que pueda borrar este recuerdo, porque seremos inmortales durante un tiempo.
Escribiré a fuego tu nombre en mis besos, y los guardaré para más tarde. Para cuando no quede nada excepto los restos de lo que un día fuimos y seremos, aunque no quieras reconocerlo.
Te salvaré de ti mismo, o de mí, quién sabe. Fingiré ser tu salvavidas aunque ya no me quede aire. Y no me importará que me rompas, porque al menos llevaré heridas con tu nombre.
Tú serás mi poesía y yo la metáfora que la adorna. Y seremos inmortales en el borde de unos versos escritos a base de recuerdos.

Querido tú:

Han pasado varios meses desde que te pedí que te fueras (aunque ya habías hecho por ti mismo las maletas hacía tiempo), y después de pasar días y noches enteras esperándote, me he dado cuenta de que cerraste la puerta con llave.
Supe, no sé cómo ni por qué, que tardaste poco en ser feliz con otra persona. Y no, no te reprocho nada, eres libre de mirar a los ojos de quién quieras, aunque no sean los míos. Pero, ya deberías saber que de esa manera corres el riesgo de encontrar la mirada equivocada, de ese tipo de miradas que te hipnotizan y te atraen para luego hacerte daño en el momento más inesperado posible. Una mirada que no es la mía, ni lo será nunca, porque ningunos ojos verdes, azules o incluso marrones van a saber acariciarte como los míos. No van a quererte como yo lo hice, y ojalá (ojalá de verdad, no de esos que se dicen para quedar bien) encuentres a alguien que te dedique la mitad de mis te quiero's.
He estado pensando, y he caído en que no existió un <<nosotros>>, siempre fue un <<tú>> para mí y un <<yo>> para ti, (al menos eso espero); que nunca tuvimos algo propiamente real (aunque yo siga viendo realidad en tus promesas incumplidas); y que por tanto entiendo que hagas como que no nos hemos conocido.
Y sí, harás eso. Quizás no ahora, pero llegará un momento en el que alguien te preguntará por las personas importantes en tu vida, por las relaciones que has tenido, y entonces mi nombre no aparecerá en esa respuesta, porque no hubo relación alguna ni nos tuvimos cerca. Aunque puede que eso de borrarme ya lo hayas hecho, creo que es lo más probable.
Así que resulta estúpido que yo siga dándote importancia. No sé muy bien por qué lo hago, no sé por qué rompo mis principios por alguien que me rompió a mí. Supongo que te acabé viendo de una manera diferente a cómo realmente eras, lo mismo que hiciste conmigo.
Qué triste, ¿verdad? pasar de desconocidos a enamorados (¿enamorados?) y de enamorados (o enamorada) a desconocidos. Es triste pasar de todo a nada, es triste hacer como que nada ha pasado. Es triste que no haya pasado nada.
Al menos a mí me resulta decepcionante el hecho de conocer a alguien para terminar con esa persona sin saber nada de ella. O sabiendo más que otros, pero fingiendo no tener ni idea de cuál es su chocolate favorito.
Es como que cuando algo se separa, se va borrando poco a poco, hasta que solo quedan recuerdos emborronados que no son ni siquiera reales, porque el paso del tiempo los ha ido transformando a su gusto, quitándole matices y añadiendo colores totalmente diferentes a los que tenían al principio de formarse, en el momento justo de ese cachito de pasado.
<<Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.>> Dijo Neruda, y qué razón tenía.
Así que, bueno, han pasado unos meses como ya bien sabes, y hace bastante que he perdido la esperanza de que vuelvas. Me parece hasta cómico haber barajado esa posibilidad, ya ni siquiera me apetece escribirte. Porque ni me lees, ni me escribes, ni me piensas, ni me reconoces.
Qué desastre hemos causado, todo por encapricharnos. Por encapricharte.
Se acabó, pongo punto y final a esta comedia con final trágico, pero sin decir adiós. Porque yo (tú, no sé) odio despedirme de ti.  

Atentamente, y todavía con amor (o algo parecido). 
Yo.
                                                                  

sábado, 15 de junio de 2013

Lo que queda cuando ya no hay nada.

Me gustaban tus ojos, y tu pelo, y tu sonrisa. Y tú, tú también me gustabas. Tenías una forma de reír que más que risa era melodía, una melodía que hubiera escuchado en bucle si hubiese estado grabada en un vinilo.
Y tu voz, tu voz era sencillamente perfecta. Y tu nariz, tus lunares, tus piernas, tus brazos.
Tú, tus hoyuelos, tú.
Me gustaba cada rincón de tu cuerpo, me hubiese encantando poder acariciarlo yo misma, memorizarlo para poder fingir que te tengo a mi lado aunque sea solo un sueño con matices de realidad.
Eras perfectamente precioso para mí. No sé si para ella también, pero te aseguro que no tanto.
Y quizás esté exagerando, quizás se me haya olvidado mencionar alguna que otra cicatriz de tu piel o un mechón mal cortado. Quizás te vea a mi manera, y no como eres realmente.
Pero es que si no te tengo, al menos déjame pintarte en mi cuadro de recuerdos con paletas de colores que aún no han sido utilizadas. Déjame que te acaricie desde lejos sin tocarte. Déjame ponerte el nombre de platónico si no puedo tenerte.
Serás la inspiración detrás de cada palabra. Serás mi poesía y yo la idiota que te escriba aún sabiendo que no vas a leerme.
Serás mi secreto mejor guardado, porque nadie más que yo sabrá que es a ti al que estoy intentando hacer inmortal con cada historia, con cada texto que pinte mi bolígrafo.
Serás mi todo y yo seré tu nada.
Me gustaban tus ojos, y tu pelo y tu sonrisa. Pero tú no me gustabas. Yo a ti te quería.
¿Puedes tú decir lo mismo?

Miedos con complejo de vida.

A veces me pregunto qué es eso de ser valiente, qué se sentirá sin tener miedos o límites y siendo amiga de la muerte. Envidio a esas personas que viven día a día como si su mañana estuviera asegurado, aunque no tengan un certificado que les diga si existe o si por el contrario no es más que una ilusión.
Quisiera ser así, sin que me tiemblen las piernas cada vez que pienso en las mil y una maneras que podría escoger el futuro para desvanecerse; sin tener pavor a hacer planes infundados al mismo tiempo que no paro de hacerlos, solo porque cabe la posibilidad de que nunca lleguen a cumplirse.
Y puede que no sea mi culpa, que mis miedos vayan de la mano de lo que he visto, de la cantidad de esperanzas que se escaparon ante mis ojos de entre los dedos de la gente que quería. Puede que esté demasiado acostumbrada a un futuro frágil, al giro de acontecimientos que toman siempre las cosas.
Puede que perder a muchas personas por la misma causa, me haga replantearme si yo también perderé algún día una batalla que no quiero luchar.
Por eso me gustaría poder vivir sin dejar que mis pensamientos me controlen, con la suficiente seguridad o pasotismo como para saltar a un vacío sin esperar que haya un colchón al final de la caída.
Pero no soy capaz de hacerlo por mucho que lo intente.

viernes, 14 de junio de 2013

Un reloj de pared con nombre propio.

Muchas veces habrás querido parar el tiempo, hacer que el mundo deje de girar y convertir en eterno un momento con fecha de caducidad. Sería bonito poder hacerlo, ser inmortales solo durante unos segundos. Pero es imposible, nunca dejamos de movernos.
Aunque nos tiremos en la cama y finjamos que estamos quietos, las manecillas del reloj siguen corriendo, arrastrándonos con ellas sin poder hacer nada por pararlas.
El tiempo vuela y nosotros con él, como una corriente de agua que arrasa con todo. Puede que por eso estemos constantemente huyendo de las horas y minutos, queriendo hacerlas ir más deprisa o más despacio, controlar las manecillas o incluso encerrar los días en un reloj de muñeca.
Queremos atrapar el tiempo, manejarlo, tocarlo, sentirlo. Pero es él el que nos dirige a nosotros.
Es nuestra barrera y nuestro salvavidas, el aire que respiramos o el humo que nos asfixia. Es eso que queremos rozar con la punta de los dedos y guardar para siempre, pero que se escapa al mínimo contacto.
El tiempo es incontrolable.
Quizás por eso me gustaba tanto estar contigo, porque por un momento parecía que de verdad tú y yo éramos capaces de parar el mundo.

miércoles, 12 de junio de 2013

La prueba.

Nos soltaron sin decirnos de qué iba la cosa, sin explicarnos qué teníamos que hacer y qué no, con la única guía de los rumores que habíamos escuchado a los que ya habían pasado su prueba.
No conocía a nadie, ni nadie me conocía a mí, sin embargo todos estábamos en la misma situación e igual de desarmados. O al menos eso creía.
Algunos temblaban de miedo mientras otros lo hacían de nervios; unos cuantos miraban a los demás como si fueran sus presas, deseando que sonara el toque de salida, y el resto éramos un cuadro abstracto pintado con una extensa paleta de diferentes reacciones. No sabíamos qué sentir.
Pero entonces sonó.
No fue un disparo ni un timbre, sino la voz de un hombre, la que nos indicó que había comenzado.
-Corred y encontrad vuestra mitad. - Se limitó a decir.
Y eso empezaron a hacer.
Un caos de empujones y gente gritando me rodeó en cuestión de segundos, sin dejarme siquiera tiempo para pensar qué significaba eso de ''mi mitad''. No entendía cómo podían correr sin saber qué buscaban.
<<¡Quita!>> o <<¡¿Eres mi pareja?!>> era lo único que podía oírse de fondo.
Todo era un auténtico desastre, una marea de personas desesperadas que no sabían lo que querían.
Un último empujón me hizo caer al suelo, y entonces reaccioné. No iba a dejar que nadie me pisara o me derrumbase. Me levanté y salí corriendo fuera del mogollón antes de que el cúmulo de gente acabara por asfixiarme.
Tomé aire y miré hacia atrás. Por primera vez me alegraba de estar sola.
Sin embargo, estaba equivocada: otras dos personas más habían salido corriendo unos segundos antes que yo. Iban de la mano, riéndose, siendo aparentemente felices entre tanto desastre. Como no parecieron verme, me escondí detrás de un árbol.
-Me alegro de haber encontrado mi mitad tan fácilmente... - dijo ella acercándose a él.
-Yo me alegro de haberte encontrado a ti. - La abrazó.
Entonces lo entendí todo. ''Mi mitad'' era otra persona y tenía que encontrarla, el problema era que no tenía ni idea de quién podría ser ni de cómo se suponía que iba a saberlo.
La empalagosidad que desprendía la pareja me dio ganas de vomitar. Pareceré una amargada diciendo esto, pero por aquel entonces consideraba que demostrar los sentimientos tan fácilmente era algo demasiado azucarado para mí.
Estaba dispuesta a marcharme cuando volví a escuchar la voz de la chica, esta vez gritando de dolor.
-Creí... que eras mi mitad... - susurró por última vez.
-Creíste mal. - sonrió ladeadamente mientras guardaba el cuchillo en su mochila.
Fue como ver la luz al final del camino, como cuando resuelves un problema de matemáticas que encontrabas imposible. Así me sentí cuando descubrí por qué la gente corría desesperada tratando de encontrar a su pareja, gritando, huyendo...
Intentaban escapar de las personas que querían traicionarlas, y solo encontrando a su mitad serían capaces de salvarse.
Aún así, seguí sin encontrarle el sentido a por qué hacían de algo bonito, una cacería. Hubiera sido más fácil preguntar educadamente <<¿Eres mi pareja? Oh, ¿no? Bueno, ¡suerte!>> en lugar de herir a la persona incorrecta.
Supuse que nos soltaban de esa manera, para enseñarnos a ser fuertes.
-¿Disfrutaste del espectáculo?- Una voz rasgada sonó a mis espaldas.
Me sobresalté, no esperaba que hubiera alguien más escondido.
-Yo... pensé que no había nadie. - Dije, intentando disimular el temblor de mis piernas.
Le observé con detenimiento. Era un poco más alto que yo, lo suficiente como para poder llamarme enana si quisiese; su mochila estaba medio vacía y se le veía poco cansado, así que deduje que él también había estado escondido. No parecía de ese tipo de personas que van hiriendo a los demás.
-¿Quieres ser mi pareja? - sonrió, tendiéndome la mano.
-¿Eso se puede hacer? -No terminaba de fiarme.
-¿El qué?
-Fingir que alguien es tu mitad aunque no lo sea. - Mi voz sonaba débil. Yo era débil.
-Siempre y cuando no vayamos a hacernos daño... sí.
No esperó a que respondiera ni yo le hice prometerme nada, solo cogió mi mano y salimos corriendo.
Apenas sabía su nombre, si su color favorito era el verde o el azul, si tenía miedo igual que yo o si por el contrario solo estaba usándome como salvavidas hasta que sonara el toque de queda. Pero corrí, y me sentí segura.
Llevábamos poco tiempo huyendo, cuando se paró en seco. Se giró para mirarme y soltó mi mano para apartar las ramas de unos árboles, dejando al descubierto un acantilado.
-Hasta aquí hemos llegado.
Sonrió, y vi en su paréntesis la sombra de lo que sería mi final.
No me dio tiempo a arrepentirme, cogió mi brazo y me empujó. Y aún mientras caía, seguía pensando que saltaría para buscarme.
Pero no lo hizo, se quedó mirando desde arriba, con arañazos en sus manos como único recuerdo de mi nombre.
Todo se volvió oscuro, creí que mi vida terminaba ahí.
-Número de muertes: 1. Sigue intentándolo. - dijo una voz mecánica desde alguna parte.
No había muerto, había vuelto a nacer.
Me puse en pie. Ya no era débil, ya no me fiaba de los demás ni estaba dispuesta a morir otra vez. Si alguien tenía que caer por un acantilado, sería Él.
Salí corriendo, sabía que tenía que hacerlo sin dejar que nadie me atrapase, sabía que nadie debía escogerme.
En aquel campo me di cuenta de que hay personas que juegan solo por el placer de sentir que llevan el control, creyendo que eso les hace más fuertes. Pero no son más que unos cobardes con miedo a perder.
Hubiera ido hacia la multitud de haber sabido dónde estaba. Había caído a una especie de despeñadero vacío.
En cierto modo, eso me mantenía segura: nadie podría hacerme daño. Sin embargo, no quería estar sola.
Corrí y corrí, huyendo de nada y buscándolo todo, hasta que comprendí que para encontrar algo (o más bien a alguien) tenía que escalar el acantilado.
Abrí mi mochila y lo único que vi fueron armas que no estaba dispuesta a usar. Si iba a hacer daño, sería a la misma persona que me tiró a este pozo sin fondo.
Así que tuve que salvarme yo sola, sin poder usar una cuerda y sin poder llamar a nadie para que me tendiese una escalera.
Subí, ¡vaya sí subí!
Me hice arañazos y cortes en las manos, dejé de sentir los brazos y estuve a punto de caer cientos de veces, pero no me rendí nunca.
Y al final, después de destrozarme yo sola, conseguí llegar arriba.
Me tumbé en la hierba, no tenía miedo de que alguien pudiera verme porque sabía que tenía la fuerza suficiente como para defenderme.
<<He subido un acantilado, ¿qué no podré hacer?>> me dije a mí misma.
Escuché pasos, pero esta vez no iba a esconderme.
-¿A cuántas has tirado tú? - preguntó una voz aguda.
-A cinco - rió - ¿quién nos iba a decir que La Prueba no era más que un juego?
Un coro de risas resonó cada vez más cerca, hasta que me vieron.
-Mira, otra - susurró el de la voz de chica.
-¿Vas tú o voy yo?
No le di tiempo a responder, me puse en pie de un salto y me acerqué con paso firme. No se esperaban mi reacción, así que se echaron hacia atrás sin quitarme los ojos de encima.
Metí mi mano en el bolsillo y rocé con la punta de los dedos una pistola.
Cuando les tuve delante, no dije nada. Pasé mi mano por el cuello del de la voz aguda y susurré:
-¿Número de muertes?
-¿Qué?
-¿Número de muertes? - repetí, acercándome más a su oído.
-Ninguna.
-Error. - le tiré al suelo.
El otro chico hizo un amago de sacar un arma, pero le disparé antes de que pudiera hacerlo.
Me acerqué al de la voz de pito, que aún estaba tumbado por el golpe, y le pisé para impedir que se levantara.
-¿A cuántas dices que has matado? ¿Cuatro? - dije sarcásticamente- Ah no, eran cinco...
-¡No me hagas nada, quiero llegar limpio al toque de queda! - Me rogó.
-Ah, quieres llegar limpio... - asintió - Bueno, pues saluda a esas cinco chicas cuando las veas.
Y disparé.
Aún recuerdo como si fuera ayer el momento en el que hice daño a alguien que se lo merecía, lo sucia que me sentí a pesar de que estaba haciendo una especie de justicia.
Prometí que nunca más volvería a hacerlo.
Eché a correr, todos aquellos acontecimientos me habían hecho ver que ''mi mitad'' no estaba en los alrededores, que ahí solo se escondían los cobardes como el de la voz de niña o Él, el que me empujó al vacío. Y yo no era una cobarde.
Así que me dispuse a llegar a la muchedumbre y encontrar a mi pareja, por muy difícil que fuera.
Muchas veces intentaron agarrar mi mano personas que no eran la correcta, algunos incluso se engancharon a la manga de mi camisa sin querer soltarla, implorándome que fingiera ser su mitad para salvarles.
Pero no les hice caso, seguí mi camino hasta llegar al inicio de todo.
Volví a ver el caos del que una vez conseguí escapar, y me di cuenta de que lo echaba de menos. Estaba cansada, sentía que mis fuerzas se habían quedado en el despeñadero o en la pelea que había tenido con aquellos dos idiotas. Aún así, hice un esfuerzo por llegar, arrastrando los pies a la vez que me arrastraba a mí misma.
Estuve a punto de entrar, de rozar con la punta de mis dedos los gritos de los que aún andaban perdidos buscando su sitio, cuando alguien se me lanzó tirándome al suelo.
Empezamos a forcejear. No sabía si quería matarme, pero me negaba a volver a escuchar la voz metálica de aquella mujer, subiendo mi ''número de muertes'' a dos.
Rodamos por la hierba hasta que me sujetó las manos y me miró fijamente. Tenía los ojos marrones y el pelo alborotado, no sabía si porque había luchado demasiado o porque había sido siempre así.
Se quedó mirando las marcas de mis brazos, estudiando cada una de mis heridas. Y sonrió de una manera que no había visto nunca antes. No como Él o como el chico que vi cuando estaba escondida tras un árbol. Sonrió... de verdad.
Pero yo ya no creía en las sonrisas, así que le di una patada y le tumbé, cambiando de roles.
Esta vez fui yo la que vio sus heridas, y me di cuenta de que eran como las mías, encajaban.
-Así que eres mi mitad. - Se encogió de hombros.
-Supongo. - Volvió a adornar su cara con ese paréntesis que tanto me gustaba.
Le solté, deslicé mis manos por sus brazos hasta llegar a las suyas y entrelacé mis dedos con sus dedos fuertemente.
Había encontrado a la mitad que me completaba y ya nadie podría hacernos daño.




lunes, 10 de junio de 2013

Parches que buscan salvavidas rotos.

-No sé cómo me las apaño - dijo - no tengo ni la menor idea. Llego, intento marcar la diferencia en la vida de alguien, de curar sus heridas aunque ya estén cicatrizadas y de darlo todo por ellos, ¿Y qué gano? Nada, absolutamente nada - sonrió sarcásticamente - . Pero no me malinterpretes, no es que quiera algo a cambio, es que no es justo luchar por alguien, o al menos intentar protegerle, para que luego te sustituya o simplemente pase de ti como si no hubieses hecho una mierda por salvarles. -Se hizo el silencio por unos minutos, hasta que se volvió para mirarme-. ¿Sabes qué es lo peor de todo? - negué con la cabeza - Lo peor de todo es que volvería a hacerlo. 
Volvería atrás en el tiempo, y volvería a conocerles, y haría como si no supiera que van a acabar haciéndome daño. - sonrió, está vez de verdad -.
-Tu problema es que prefieres ver reír al resto mientras tú lloras, a que alguien lleve una herida con tu nombre. - Dije, con la mirada perdida.
Y no respondió, porque sabía que llevaba razón. Lo único que hizo fue apretar los labios en un intento de sacar la impotencia que tenía retenida dentro, porque por mucho que quisiera cambiar, ella había nacido de esa manera: demasiado confiada.
Supuse que algún día alguien le haría el suficiente daño como para volverla diferente, y deseé que ese momento no llegara nunca, porque no quería que cambiase.

Luces, cámaras y acción.

Dicen que cuando pierdes a alguien importante para ti, revives una y otra vez cada momento que pasasteis juntos, como si todo el tiempo que compartisteis hubiera sido grabado por alguien sin que os dierais cuenta, y ahora esa cinta estuviera puesta en modo repetición.
Dicen. O más bien digo, porque mi día a día se ha convertido en un bucle de recuerdos, la mayoría de ellos ficticios, con una textura diferente a la que solían tener. Quizás porque las verdaderas escenas se encuentran entre las tomas falsas.
Y quisiera poder darle al pause, sacar la cinta y guardarla en una cajita que nunca más abriré; dejarla en una estantería y esperar a que se llene de polvo hasta que un día no consiga recordar en qué estante la escondí.
Pero yo no tengo el control del mando a distancia.
Dicen que cuando mueres, revives una y otra vez cada momento de tu vida, no importa que sea feliz o esté emborronado por las lágrimas; como si hubieras pasado de ser el protagonista, a un mero espectador.
Entonces, puede que perder a alguien sea morir de cierta manera, porque una parte de nosotros se va con ellas. Nos dejan el hueco del pedacito que se han llevado, y el suyo propio, haciéndonos sentir como si estuviéramos vacíos. Pero no lo estamos, es solo que nos habíamos acostumbrado demasiado a estar llenos. Llenos de alguien.
Así que, podría decirse que morimos y volvemos a nacer muchas veces en la vida, hasta que un día llega alguien que encaja perfectamente en ese hueco que nos han ido excavando con el tiempo. Y no moriremos más, porque para esa persona seremos inolvidables. Seréis inmortales el uno para el otro.
No habrá más películas repetidas en bucle, ni escenas finales que han sido retiradas de la pantalla. No habrá un final triste, porque los finales felices son esos que no terminan nunca.
Y tu película será una historia interminable.

domingo, 9 de junio de 2013

Butaca 13 fila 2.

Decías nada y todo al mismo tiempo, palabras vacías que escondían un <<te quiero>>. O se suponía que debían hacerlo. Aún así tu voz seguía siendo como una melodía perfectamente afinada que no me hubiera importado repetir en bucle en medio de una noche de estas oscuras, en las que ninguna luna puede dar falsa luz a una habitación apagada.
Estar contigo era como ser protagonista de una tragicomedia, tan llena de risas como de lágrimas y tan falsa y real al mismo tiempo como el teatro. Y aunque me hiciste creer que el papel principal era mío, no tardaste en buscarme sustituta aquel día que decidí dejar de actuar para ti, porque me había dado cuenta de que mi parte del guión era más extensa que la tuya.
Y se llenó el escenario de actrices y bailarinas de cabaret, a cada cual más vacía que la otra, acompañadas de la música de una orquesta que tocaba solo por el precio del contrato, sin tener en cuenta las notas musicales de los violines o el piano.
Siguieron bailando hasta que el teatro se quedó tan lleno como muerto, con personas que eran solo copias las unas de las otras.
Y tú seguías teniendo ese papel principal que solías compartir conmigo, seguías teniendo esa sonrisa ladeada que tantas veces quise enmarcar solo con mirarla. Seguías diciendo tus cuatro líneas mal escritas, pero esta vez no era yo la que actuaba contigo.
Conseguiste llenar el escenario transformando nuestra tragicomedia en un ''Moulin Rouge'' donde yo no aparecía, a la vez que llenabas mi espacio con chicas morenas de ojos verdes y rubias de ojos azules.
Pero seguías sin decir nada y todo al mismo tiempo, palabras vacías que escondían un <<te quiero>>.
Sin embargo allí ya no había nadie que quisiera escucharlo, porque tu única espectadora se había cansado de vivir actuando.

miércoles, 5 de junio de 2013

Metáfora de un adiós con matices de hasta pronto.

Eran las cinco y el sol ya se marchaba, no porque fuera de noche, sino porque estaba cansado de ver siempre el mismo azul panorama. Así que se fue la luz y vinieron las nubes con un velo gris que tapó el cielo.
Y todo se hizo más bonito aunque lloviera, puede que porque la verdadera belleza estaba en los truenos y no en el sonido de los pájaros.
Se hicieron las seis y aún seguían mojándose los cristales. Y las siete, y las ocho y las nueve. Y aún seguía sonando una melodía compuesta por relámpagos.
Al día siguiente no salió el sol, ni el viernes, ni el sábado.
Ya no existía esa estrella que nos dejaba ciegos con solo mirarla, impidiéndonos ver el mundo. Ya no hacía calor en primavera, ni frío en invierno; tampoco cantaban los pájaros, porque con tantos truenos se habían acabado durmiendo, y las ventanas se habían convertido en sólidas cataratas.
Y todo se hizo más bonito aunque lloviera, porque el sol nos había acabado deslumbrando demasiado.
Y hacía daño aunque fuera agradable sentirlo en la piel cada verano, aunque nos gustase salir a la calle y ver cómo las flores bailaban entre sus rayos.
El sol era precioso, pero quemaba.
En cambio la lluvia era todo lo contrario. Demasiado gris como para que supieran ver la belleza en ella, demasiado catastrófica como para que fueran capaces de soportarla durante mucho tiempo. La lluvia es tormenta, truenos y relámpagos, pero no hace daño.
Acaricia nuestra piel al mínimo contacto, y no duele mirarla, porque es precisamente lo que quiere que hagamos. La lluvia es música, tristeza y felicidad al mismo tiempo. La lluvia es arte hecho naturaleza.
Eran las cinco de la semana siguiente, y el sol no salía.
Ni nadie quería verlo, aunque se le echase de menos.
Y todo se hizo más bonito aunque lloviera, porque tanto sol nos había acabado ocasionando una sequía.
Y las nubes nunca se fueron, y nunca se apagó la tormenta.
Y siguieron sonando los truenos, los relámpagos y los rayos.
Y el sol no salía.
Ni nadie quería que lo hiciera.

martes, 4 de junio de 2013

Las hasta pronto y no tan tarde.

Miré el reloj hace cuatro meses y ahora, y parece que no han pasado las horas; que el tiempo se ha quedado estancado y yo con él, porque hay algo que no me deja seguir adelante.
Y no sé qué es ese algo, si soy yo misma o eres tú que le has cogido cariño a mi almohada. No lo tengo claro, pero supongo que algún día podré descubrirlo. 
Aunque puede que se quede solo en signo de interrogación, que nunca llegue a saber si te has ido, o aún queda algo que lleve propiamente tu nombre en uno de mis cajones; si sigues volviendo a mirarme cuando yo no te miro (aunque esta vez no vengas solo, sino que traigas a alguien de tu mano), o si por lo menos sigues recordando que mi nombre existe.
No lo sé, creo que nunca terminaré de adivinar si sigo estando contigo o si ya me he ido, porque no depende de mi el seguir formando parte de ti.
Así que dime, ahora que no me lees ni sabes que te escribo, ¿qué soy para ti? ¿Un recuerdo o ni siquiera eso?
¿Dejé un vacío milimétrico o fue más bien como un pozo sin fondo?
¿Te quiere alguien ahora de la manera en que yo lo hice? ¿O al menos se preocupan por ti un cuarto de lo que yo lo hago?
Piénsalo, tienes toda la vida para hacerlo. Aunque no creo que vayas a encontrar nunca las respuestas, sin antes saber quién soy yo. Y eso nunca lo has sabido. 
Miré el reloj hace cuatro meses y ahora, y parece que las manecillas se van moviendo, aunque siga pasando lento el tiempo. Y las dos marcaban la hora de seguir adelante, y dejarte atrás.


domingo, 2 de junio de 2013

Besos con mi nombre en la boca equivocada.

Te miré con los labios entreabiertos esperando que los tuyos imitaran a los míos y dijera esas palabras que tanto deseaba poder escuchar, pero ni siquiera cambiaste tu forma de mirar al verme cerrar la puerta de un golpetazo.
Entonces bajé las escaleras y volví a subirlas un mes después, creyendo que quizás aún me estarías esperando tras el cerrojo que nunca llegué a girar del todo.
Pero la llave estaba echada y se escuchaban risas desde el otro lado de la madera desgastada. Y no era la mía, pero sí la tuya con otra que no reconocía.
Escuché que dabais pasos medio bailados hacía la puerta, y volví a saltar por los peldaños antes de que pudierais si quiera saber que os había escuchado.
Y cuando salisteis por la puerta yo no me atrevía a irme todavía, aunque quizás debí haberlo hecho y no ver aquel espectáculo grotesco. No debí haber vuelto pensando que mi llave aún abriría tu cerrojo.
Y tú la besabas con besos que no eran suyos, sino míos, porque habías estado acumulándolos hasta el momento que pudieras dármelos.
Y nunca me los distes. Nunca nos los damos.
Así que ahí estabas, desperdiciando caricias con cualquiera que tuviera escrita la palabra fácil en la frente, porque te habías cansado de leer entre líneas.
Pero no sabías que felicidad no es sinónimo de fácil, ni la cantidad de historias que se esconden en la dificultad, esperando a ser contadas.
Os fuisteis de la mano. Yo me fui llorando, con mis historias escondidas y la llave hecha pedazos.
Qué diferente hubiera sido todo si no te hubieses callado ese ''quédate'' que estaba esperando.
Aunque puede que nunca quisieras que no abriera la puerta.

La única cosa que te pido.

No vengas, no aquí. Aunque sea lo que más quieras hacer ahora mismo por los recuerdos que se esconden en estas calles estrechas, no lo hagas.
No importa que las luces de la Gran Vía te cieguen por la noche, y el parque del Retiro te parezca verdemente atractivo. No es la capital, es una cárcel que te encierra entre carreteras y museos.
Así que no vengas, no aquí. Quédate allí cerca el mar, y espérame hasta que pueda hacer las maletas para ir a buscarte.
Sé que es difícil, que llevas años soñando con venir y dar vida a lo único que te queda, que podrás teletransportarte al pasado aún estando en el presente o que encontrarás la felicidad en una sonrisa perdida que encaje con la tuya.
Pero no lo hagas. No vengas, no aquí.
Porque no quiero que las falsas estrellas te quiten el brillo de los ojos, o cojas el tren en dirección paralela y sentido contrario al mío. No quiero que estos barrotes de ladrillos te cojan también a ti.
Y no tengo derecho a pedirte que te quedes meciéndote con las olas, contando los minutos y segundos que quedan para que llegue, puesto que sé que no tienes intención de hacerlo.
Pero es que no quiero que termines de marcharte y volvamos a estar separados, con los lugares intercambiados. No quiero que nuestros caminos se crucen y no nos encontremos.
Así que no vengas, no aquí. Solo te pido eso.

sábado, 1 de junio de 2013

Se acabó el espectáculo.

Hemos visto miles de veces cómo ellos reían mientras nosotros hacíamos todo lo posible por disimular el color rojo de nuestros ojos, y el resto de agua dulce en nuestra cara.
Hemos visto cómo una puerta con nombre y apellidos se cerraba ante nuestras propias narices, sin poder hacer nada para detenerla.
Hemos visto nuestra confianza rota por aquellas personas que prometieron recomponerla, y hemos pisado los restos del cristal en un intento de volver a por ellas.
Hemos visto cómo nos borraban de su libro de invitados sin esfuerzo alguno, y escribían encima otro diferente sin siquiera recordar que ahí estábamos nosotros antes.
Hemos sentido envidia, odio, arrepentimiento y amor al mismo tiempo.
Hemos sentido nada mientras vosotros lo sentíais todo.
Hemos sentido cómo nuestras heridas seguían abiertas, mientras las vuestras nunca habían existido o se habían quedado solo en arañazos.
Hemos caído, y vosotros habéis seguido andando.
Y hemos dado un espectáculo mientras vosotros os quedabais mirando.
Así que ahora es nuestro turno de ver cómo no somos nosotros los que llevan la palabra ''descartado'' escrita a fuego en el pecho.
Ahora es nuestro turno de dejaros atrás a vosotros.