Seguidores

lunes, 30 de septiembre de 2013

Octubre.

¿Alguna vez has sentido que eres diferente? Ya sabes, como haber nacido para hacer grandes cosas. Sentir que tu vida misma es una película que acaba de empezar pero que ya está escrita. O que la estás escribiendo y filmando al mismo tiempo que caminas, quién sabe.
Dime, ¿lo has sentido? ¿te has sentido igual que el protagonista de una tragicomedia? Pues yo sí, desde que era pequeña.
Yo siempre pensé que era distinta, en cualquier aspecto. Recuerdo que con ocho años o siete llegué incluso a ver al resto de personas como robots programados para llevar a cabo una función en el escenario. Qué idiota, ¿no? Y qué egocéntrica, creerme que era la única con un corazón palpable.
Pero eran cosas de críos, como cuando mirábamos debajo de la cama o dentro del armario buscando monstruos azules y gigantes. Aunque, no me culpo de haberlo creído así, la verdad es que me veía distinta.
Al fin y al cabo, ellas corrían deprisa y yo era siempre la que prefería estar sentada o leyendo un libro (para mayores o con menos dibujos de los necesarios); ellas aspiraban a jugar con las muñecas y yo ya estaba planeando mi futuro, con alguien. Y, bueno, ellas tenían a alguien y yo... yo tenía mi imaginación, aunque suene cómico.
Me he pasado dieciséis años imaginando cómo sería mi vida a los dieciocho o a los veinticinco, siempre imaginando lo que sería ser mayor, ser libre. Escribir, tener un libro publicado, alguien que te abrace y te vea diferente al resto.
Y el caso es que quizás, mi error haya sido ese: imaginar, en lugar de hacer algo, quedarme sentada esperando que tú llames a mi puerta.
En esperar se basan mis días. En huir de mis miedos porque, sí, mientras ellas se comían el mundo yo prefería quedarme con las sobras.
Me veía distinta, vaya que si me lo veía. Y no lo voy a negar, ahora también. Así que supongo que éste es el momento en el que tú dices ''¡oh, vaya, qué creída!'' y yo lo niego porque no es creidismo, es el resultado de ver a todo aquel que te rodea actuar y aspirar a lo mismo. 
Excepto a ti, tú también eras diferente. Tú eras como yo pero peor. Peor porque tú estabas convencido de quién eras, y yo simplemente lo creía. Tú estabas seguro de saber lo que querías, de hacer lo correcto, de que lograrías evitar cualquier daño posible.
Pues te digo, dulce otoño de martes, que estabas equivocado. Que te dije que no eras igual al resto porque pensé que eras mi reflejo, incapaz de desvanecerse. Te tomé por algo etéreo y no eras más que humo. Un espejismo, algo que finge ser una persona diferente porque tiene miedo y rabia dentro al mismo tiempo. Y eso es de cobardes. Tú siempre fuiste más cobarde que yo.
Porque a mí me dan miedo los callejones oscuros, las personas que se cruzan conmigo por la calle o incluso un simple viaje en avión. Pero a ti (oh, a ti), a ti te daba miedo yo.
Así que te digo que si, soy diferente al resto y tan inofensiva como una simple mariposa, no tenías por qué temer.
Pero tú siempre fuiste un ciego, y no fuiste capaz de ver lo que me diferenciaba del resto. Ni nadie, nadie podrá verlo nunca, porque es algo de lo que sólo yo sé darme cuenta.
La cosa es, que no estuve convencida de quién era hasta que me tomaste por una más.
Y no lo soy. No voy a serlo jamás, no voy a dejarme ser otra gota de lluvia, yo quiero ser la tormenta entera. Quiero hacer cosas grandes y dejar huella en todo aquel que pase por mi vida.
Y tú, tú no has creado el desastre que soy ahora: me has dejado ver mi propio caos.
Y a ti, a ti te cuento estas historias, porque aunque no serás tú quien me lea, al menos será a ti a quien escriba.
O no.
A lo mejor esto es lo último que te dedico.
O no.
Pero al menos sabré que si no viste el fuego que escondía, es cuestión de tiempo que el incendio se extienda.
Y entonces notarás mi calor una vez más creándose paso entre la nieve.
Y no podrás huir de mí, porque habré devorado el mundo después de tanto tiempo imaginando a qué sabría cumplir un sueño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario