Al día siguiente ella llegó antes que yo. Al igual que el miércoles, había pedido un chocolate caliente; sin embargo no traía un libro: traía una libreta. ¿Ella también escribía? No, debía estar dibujando. Demasiadas casualidades para una misma semana.
Decidí sentarme en la mesa de al lado. Fue el acto más valiente que fui capaz de hacer, mirarla de reojo era todo lo que me permitían los nervios. Hablarle, levantarme si quiera, era para mí un esfuerzo preocupantemente costoso. Sentía como si tuviera que romper una barrera para poder verla a ella, para poder saber quién era. Y yo de barreras poco sabía. Construía las mías propias pero no tenía ni la menor idea de cómo destruir el resto.
No, aún no era el momento, tenía que mentalizarme, crear una conversación en mi cabeza y hacer de aquel pequeño acto de conocer a alguien, un instante perfecto.
Ella terminó su chocolate y siguió escribiendo. Hubo un segundo en el que se colocó el pelo detrás de la oreja y sonrió levemente, como si estuviera sumida en sus propios pensamientos, en la historia que escribía.
Escribía. Ella también escribía.
-Hola - dijo una voz grave, desafiante.
La chica levantó la cabeza y la horquilla de sus labios volvió a tornarse recta.
-Hola.
No pareció muy amable, pero el tono cortante no logró disuadir al presidiario (así decidí llamarle).
-Ayer te vi, y... - se le notaba nervioso - ¿puedo sentarme?
-Lo siento, estoy muy ocupada - bajó la mirada a su cuaderno.
Él no se esperaba una respuesta tan directa, así que frunció el ceño, masculló algo entre dientes, y se fue refunfuñando hacia su mesa.
¿Era eso de lo que pretendía advertirme James? ¿Que aquella muchacha de aspecto dulce era en realidad una mujer fría? No, no podía ser eso.
Mordisqueé el interior de mi mejilla, y di un sorbo a mi café. El artista seguía dibujando entre miradas fugaces a ella y sorbos rápidos de Brandy.
Entonces, de repente, él se levanto de un salto que hizo que ella levantara sorprendida la vista de sus historias para mirarle extrañada.
El pintor se sonrojó y dio un último trago su vaso, para después salir a toda prisa del local.
La chica frunció el ceño y siguió escribiendo.
Cuando mi taza se quedó vacía, ella aún seguía sumergida entre la tinta de su bolígrafo. Me pregunté qué estaría escribiendo, si sería una de esas personas que crean historias cutres y ñoñas sólo para plasmar en metáforas un amor frustrado.
<<No lo hagas, Rick, ni se te ocurra>> me dije a mí mismo.
Pero no podía evitar que la curiosidad me matase por dentro. Ella era escritora, como yo. Necesitaba saber si nuestros mundo de papel eran compatibles.
Así que casi sin darme cuenta, me encontré echando un vistazo desde mi mesa a su cuaderno.
No pude leerlo bien, estaba demasiado lejos, tenía que acercarme un poco más, sólo un poco...
Pum.
La silla resbaló y estuve a punto de caerme. El ruido hizo que el café entero se quedara mirándome, incluida ella.
Sus ojos marrones comenzaron a helarme. Estaba enfadada, lo notaba, y era normal. Yo, un hombre desconocido, había intentado introducirme sin permiso en su mundo, un mundo que era solamente suyo y de sus lectores (si es que tenía alguno).
La primera vez que me miraba, y era para regañarme.
Abrí la boca para disculparme, aún con la silla tambaleándose y mi cuerpo haciendo equilibrismos para no caerse, pero entonces ella apartó la mirada y cerró la libreta de golpe, se bebió de golpe el chocolate y salió a toda prisa por la puerta, agarrando con fuerza su chaqueta.
Suspiré, no supe si por alivio o para reprocharme el haberlo fastidiado todo antes incluso de que empezase.
Coloqué la silla y no me molesté en terminarme el café. Todas mis ganas se habían ido con su olor a almendras atravesando el umbral de la cafetería.
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