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viernes, 6 de septiembre de 2013

Cruzarme contigo, metafóricamente hablando (¡Oh, cómo odio que tú y yo nos quedemos en metáforas!).

Ayer te vi. Sí, a ti, no recuerdo en qué calle, pero te vi. ¡Qué importa! si lo que de verdad cuenta no es el lugar, sino la persona.
Llevabas esa camiseta que tanto me gustaba y el pelo más largo que hace unos meses. Seguías caminando de la misma manera que cuando nos conocimos, con la vista al frente y sin fijarte en quién pasaba por tu lado.
Fuiste como un detonante, un detonante de recuerdos. Una bomba de fotografías lista para explotar. Y cómo no, yo siempre fui el blanco perfecto.
Ese olor a ti que la costumbre del día a día hizo que se borrara de mi almohada, fue lo único que quedó cuando me diste la espalda.
Anda, justo como la última vez.
Tu espalda. Ah, sí, tu espalda. Cómo olvidarme de ella, si aún conservo todos los mapas que dibujé para no perderme entre todos aquellos lunares. Nunca tuve madera de astronauta, pero tu astronomía era la única que me gustaba.
Lunares. Sí, también los recuerdo. ¿Dónde decías que tenías esos tres tan bonitos? Aquellos que adornaban tu mejilla.
(¿Tu mejilla?)
Mejilla. Oh, qué bonita era cuando se vestía de rojo. O bien por mi carmín o por mis palabras. O un abrazo, o un beso.
Un beso, ¿aún los recuerdas? Todos los que teníamos reservados. ¡Eran más de mil, y eso que perdiste la cuenta!
Dime, ¿aún los conservas o... se los regalaste a otra? (Por favor, dime que no).
Ayer te vi, sí. Pero sólo fue eso, verte. Y por un momento eché de menos cruzarme contigo en una misma habitación o en un mismo pasillo; ver películas juntos o simplemente prometer que las veríamos. Tenerte próximamente lejos.
Te eché de menos. ¡Vaya si lo hice!
Y quizás al pasar por tu lado sonreíste o me rozaste la mano sin yo hacerte caso, quién sabe.
La cosa es que ayer te vi, pero tú... tú ibas caminando como siempre, con la vista al frente y sin fijarte en quién pasaba por tu lado.
Ni siquiera en mí.

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