Seguidores

sábado, 21 de septiembre de 2013

Un día en tres otoños.

Nunca me gustó septiembre, yo siempre fui más de octubre y de noviembre; de días grises y noches claramente oscuras de luna llena y lluvia en los cristales.
Septiembre, sinónimo de principios, quizás por eso lo encuentro tan vacío, porque yo siempre fui más de intermedios. Intermedios como tú, entre el sueño y el insomnio.
Podría decirte que odio diciembre desde el día en que empezaste a desvanecerte, a estar más nítido, a estar no estando. O febrero (oh, qué fatídico febrero). También podría decirte que lo detesto, pero no.
Incluso mayo se me queda casi tan grande como mi cama sin ti.
Sí, podría decirte que odio todos esos meses, o que vuelvas. También podía decirte que vuelvas. Y entonces quizás, empezaría a coger más cariño a septiembre. Pero no.
-¿Y qué pasa con el verano? -dices, casi susurrando.
Pues pasa que el verano no ha llegado aún. Que ni junio ni julio, ni el calor de agosto tendrán nombre de estación hasta que note tu perfume a mis espaldas.
No será verano hasta que vea el mar en tus ojos, y sepa cómo se alborota tu pelo con el viento.
No será verano hasta que mire el horizonte de tus labios y digas <<Buenos días>> sonriendo detrás de una almohada.
No será verano si tú ríes y yo no estoy allí para escucharlo. No, no lo será.
Porque tú, dulce otoño de martes, no serás verano hasta que sepa dónde te escondes. No seré verano hasta que pueda ver cómo dices mi nombre, una vez más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario