Que quién soy, dices, mientras clavas tu pupila en mi pupila (como diría Bécquer). Que quién soy, preguntas. Que quién eres.
No lo sé, no sé ni siquiera quiénes somos.
Podría decirte que para mí eres una metáfora del otoño que intenta esconder un verano. Podría, por ejemplo, escribirte mil poemas mal rimados para intentar explicarte que sin ti, no hay un yo; y tú no llegarías a leerlos.
Ciento treinta y cuatro veces he intentado gritar tu nombre y ciento treinta y cuatro veces estabas demasiado lejos para escucharlo. Demasiado lejos, siempre demasiado lejos.
Doscientos diez días he llorado porque cada parte de mí me recordaba a ti, y cada parte de ti me recordaba a ella -que no hay un tú sin ella eso lo sabemos todos-.
Y más de cinco mil horas arrepintiéndome de haberte empujado y convertido en una distancia más que kilométrica. (Aunque tú ya hubieras empezado a dar tus propios pasos en dirección contraria).
Tantas cifras, tantas historias que no eran más que tu nombre escrito en palabras. Tantas, que me resulta imposible explicarte quién eres, quién soy, quiénes somos.
¿Y no será que no somos nada? Que tú era(e)s mi todo y yo quería por los dos. Quizás entonces fuera yo la única que formara parte del nosotros.
Cómo explicártelo, cómo. Si más de cien poemas te he escrito, y aún así no encuentro la manera de convertirte en literatura y dejar que seas sólo poesía.
Así que -digo, mientras clavo mi pupila en tu pupila- perdóname si no sé cómo olvidarte y aún sigo sin saber qué significado esconden cada una de las caricias que no has llegado a darme. Perdóname si después de tanto tiempo, sigo buscando la salida de emergencia que me permita rodearte y abrazarte por la espalda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario