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lunes, 9 de septiembre de 2013

Idolatrar es para locos.

-Rick.
Maya. Maya vuelve, no te vayas. Quédate un rato más, quiero conocerte sólo un poquito. Por favor, no cruces la puerta, no sin ir conmigo.
-Rick.
Venga, dime que te quedas. Te invito a chocolate. ¿Es eso? ¿te vas porque te has terminado tu chocolate?
-Rick, por Dios...
Maya.
-¡Rick, despierta!
Pegué un salto. La voz de James me hizo volver a la realidad.
-¿Qué? - miré de un lado a otro.
-Te has quedado dormido, ¡llevas aquí toda la tarde!
¿Toda la tarde? ¿Y Maya? Habíamos estado juntos hacía unos pocos minutos, se acababa de marchar.
-Pero... pero si hace nada estaba con ella.
Hice un ademán de señalar su mesa, pero me di cuenta de que allí no había nadie. Ni siquiera una mísera señal de que alguien hubiese estado tomándose un café o escribiendo notas de papel.
-¿Ella?
-Sí, ya sabes - miré mis manos nervioso- la hija de tu compañero del ejército, Maya.
-¿Maya? Esa chica no se llama así, Rick.
James se sentó a mi lado y me miró compasivo, como si fuera un borracho o un pobre hombre que hubiera sufrido un golpe en la cabeza.
Respiré hondo. Sus ojos aún seguían escrutándome, intentando comprenderme.
Había estado soñando todo este tiempo. Probablemente dejé caer los párpados en una de mis miradas fugaces a la puerta esperando que ella entrase con su olor a almendras de siempre. Sí, eso debía haber sido, era la única explicación posible.
-Oh, vaya -reí- ¡me he quedado dormido sin darme cuenta!
Él me miró extrañado.
-No te preocupes, James. Es sólo que me he desorientado un poco -miré el reloj, aunque no quería saber la hora-. Es tarde, será mejor que me vaya.
Cogí mis cosas y me dirigí hacia la salida aún con su mirada siguiendo cada uno de mis pasos.
-James - me paré - May... La hija de tu amigo, ¿no ha venido hoy?
Negó con la cabeza. Yo asentí y apreté los labios.
Un sueño, sólo fue eso. Demasiado bonito para ser cierto.
Finalmente me marché resignado y con la amarga sensación de que me habían tomado como a un loco.
Sábado por la tarde. Aquel día no vi a Maya.
¿Maya? James decía que no era su nombre, pero yo estaba convencido de que sí, de que esa era la manera con que ella quería que la llamase.
Todo había sido tan real... al menos así me lo pareció. La suavidad del papel, su cuidada caligrafía que daba mil vueltas a la mía, su voz. Ah, su voz, qué dulce era.
Pero nada de aquello sucedió de verdad, no fue más que uno de mis traicioneros sueños. Esos que me dan la felicidad y me la arrebatan al abrir los ojos. Esos. Por ese tipo de sueños daría yo una vida si así pudiera vivir en ellos.
A veces odiaba haber nacido escritor. Odiaba tener una imaginación tan grande que llegaba a creer que mis mundos eran reales y que mi lugar estaba entre los personajes que creaba.
Pero cada uno tiene un don, y el mío estaba en la escritura, así que tenía que amarla aunque muchas veces ésta me traicionase de mil y una formas diferentes.
Recuerdo que aquella fatídica tarde en la que rocé los límites de un cuerdo, llegué a mi casa y le dediqué un cuento. No un poema. Un cuento.
Ella era la protagonista, pero yo no tenía que salvarla. Al contrario: era ella quien me salvaba a mí.
Pasó una noche, la primera noche que me visitó el insomnio, y lo único que podía hacer era dar vueltas en mi cama y pensar en cómo se llamaría ella.
Pensar en qué estaría haciendo (dormir si no era una loca como yo) o escribir. A lo mejor no tenía sueño y estaba viendo la televisión.
¿Dónde vivía? ¿En el paseo marítimo o más bien en el centro?
Puede que tuviese un gato de color blanco y negro, como en las películas; que viviese sola compartiendo piso con él. Sí, eso era.
Maya vivía en el centro, pero no tenía gatos. No tenía, porque le gustaba estar sola. Tampoco había comprado un apartamento cerca del mar porque le molestaba el ruido de las olas.
Una ermitaña. Maya era del tipo de personas que adoraban la soledad, y por tanto su casa estaba en una de esas calles poco transitadas de la ciudad.
¡Ahá, la tenía calada y ni siquiera sabía su nombre!
Sonreí satisfecho desde el otro lado de las sábanas. Ya sabía quién era Maya.
¿Lo sabía? ¿De verdad lo sabía?
-Vamos, Rick, te estás volviendo majareta -dije en voz alta.
Aquella chica me volvía loco.
Pero no estaba enamorado. Qué va, no lo estaba. Era obsesión, de ese tipo de obsesión que sufren a veces lo escritores cuando han encontrado a su musa.
Necesitaba dormir antes de que acabase pidiéndole matrimonio en uno de mis sueños.
Loco, completamente loco. Menos mal que al día siguiente la vi y logré calmarme un poco. Un poco sólo.
-Bueno, aquí viene la Bella Durmiente -bromeó James cuando me vio entrar.
Le sonreí avergonzado mientras meneaba la cabeza.
-¿Un café? - me dijo al pasar por su lado, mientras limpiaba una mesa e intentaba que la bandeja no cayera al suelo.
-Sí, un café.
Me senté donde siempre y eché una mirada fugaz a su sitio. No estaba.
¿De verdad quería verla? ¿Cómo la miraría ahora a los ojos? Cada vez que lo hiciese recordaría aquel sueño, recordaría que no era real.
Mirarla a los ojos, qué gracioso, ¡si nunca lo había hecho, y cuando lo hacía era para hacer el ridículo!
James llegó con el café y disipó mis pensamientos. Menos mal.
-Y no te duermas hoy... -dejó la taza.
-No lo haré, tranquilo.
Aunque no estaba tan seguro de ello, la noche anterior no había sido capaz de dormir más de tres horas seguidas. Cuando lograba cerrar los ojos, al poco volvía a abrirlos.
Maya, su cara se me aparecía hasta con la luz apagada. Maya. ¡Maldita mujer, que me tenía obsesionado!
Jugué con el borde de la taza e hice mi ritual de siempre.
Removí el café y me quedé observando los círculos que dibujaba la cuchara.
Cinco días habían pasado. Cinco. Y ella me tenía tirándome de los pelos porque no sabía quién era. Todo fue a raíz de ese sueño, ese estúpido sueño. Si no me hubiese quedado dormido... si no hubiese sabido lo que era tenerla aún sin hacerlo, ahora mismo no estaría muriéndome de impotencia porque no sé cómo hacer que lo imaginario se torne real.
A lo mejor aquella realidad paralela era una especie de pista. A lo mejor debería haber pedido un chocolate caliente en un lugar del café de siempre.
¿Y si había visto el futuro?
Eché una ligera risa que nadie pareció oír. Ver el futuro...
Un olor a acrílico, el pintor había llegado.
Me quedé pálido, iba vestido igual que en mi sueño: arreglado como si tuviese una cita. También llevaba bajo el brazo lo que parecía ser un cuadro envuelto en papel, posiblemente un regalo para alguien.
Se sentó unas mesas más adelante, pero no pidió nada. Definitivamente esperaba compañía.
Di un sorbo de café aún sin apartar la mirada de aquel curioso individuo. A veces me pasaba que observaba demasiado a la gente, pero no era algo malo (supuse) si no se daban cuenta de ello.
Pasaron lo minutos y su acompañante no llegaba. Vi cómo miraba varias veces nervioso su reloj de muñeca y se ajustaba la pajarita tras comprobar que aún no era muy tarde. Después cruzaba los dedos sobre la madera, como un niño pequeño buscando la postura correcta y el reconocimiento de su profesora.
¿A quién esperaría?
Un olor a almendras me dio la respuesta.
No. No podía ser, no podía ser ella.
La seguí con la mirada ocultándome tras mi taza.
Ella me miró. Maldita sea, siempre me pillaba.
Se quedó mirándome, como en aquel sueño, pero no de la misma manera. Entreabrió los labios sorprendida y abrió los ojos ligeramente.
¿Qué? Qué pasaba? Me giré por si había alguien a mi espalda a quien se sorprendiera de haber encontrado, pero nada. Volví a mirarla y fruncí el ceño.
Ella desvío sus ojos marrones de mí, intentando ocultar la decepción, y volvió a erguirse mientras se dirigía hacia el artista.
<<Debió haberme confundido con alguien>> pensé.
No podía creerlo, Maya y el pintorucho estaban sentados el uno frente al otro. Compartiendo risas, momentos.
Me sentía un intruso aun estando ligeramente lejos de sus asientos. Algo se había roto, ¿una ilusión, tal vez?
<<Idiota, que ella no es tuya, puede tomarse un chocolate caliente con quien quiera>> me dije.
Pero no sirvió de nada, seguía carcomiéndome el sentimiento de traición. Y lo peor era que yo tenía toda la culpa.
 Si hubiese estado aquí el viernes... me hubiera levantado para evitar que ella le mirase y aceptara tener una cita.
Habría dicho: <<¡Eh, tú! ¡Yo la vi antes!>>
No,  no lo haría. Jamás diría una cosa así, sé de antemano que nadie pertenece a nadie. Pero, vaya, yo quería que ella me dijese lo contrario: que se sentía mía y yo suyo. Aunque fuese una de esas mentiras que nos atrevemos a dejar escapar sólo para ver sonreír a otra persona y llamarnos estúpidos.
No aguantaba más, quería irme. Dejar de verles y aceptar que había perdido por cobarde, por no atreverme ni siquiera a saludarla.
Terminé mi café de golpe y cogí mi chaqueta. Justo cuando pasé por su mesa el artista le dio el regalo. Maya suspiró en un intento de decir <<¡No era necesario que me trajeras nada!>>.
Me permití mirar de reojo. Quería saber qué había dibujado ese ''roba musas''.
Sentí un poco de envidia mezclada con admiración al ver que era un retrato de ella perfectamente dibujado.
Esos pómulos resaltados al rojo en combinación con sus labios, su pelo ligeramente ondulado...
Dios, el chico tenía talento.
Aparté la vista de aquel grotesco espectáculo y salí por la puerta.
-¡Espera, Rick! - me detuve.
Sabía que era la voz de James, pero aún tenía la esperanza de que fuese Maya.
-¿Ya te vas? - preguntó extrañando y jadeando. Había venido corriendo.
-Sí, ya me voy.
Él río y meneó la cabeza.
-¿No será porque ella está sentada con Jean?
Jean, así se llamaba aquel... aquel.
-No, ¡claro que no! -arrugué la nariz-. Si no la conozco, hombre.
-Ya... bueno - miró cabizbajo al suelo.
-¿Qué pasa?
Noté su semblante triste.
-Sigues sin recordar nada, ¿verdad?
-Recordar... ¿recordar qué?
No entendía lo que decía.
-Olvídalo - su rostro volvió a iluminarse -. ¡Hasta mañana!
<<Hasta mañana>>. Lo que hubiera dado por que fuese ella quien dijera esas palabras.
Ignoré aquella conversación tan pronto como crucé la esquina del café. Ignoré lo que había sucedido aquella tarde, porque me resultaba estúpido enfadarme con alguien de quien no sabía ni su nombre.



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