A veces, pasa, que cuando corremos al son de las agujas del reloj no nos damos cuenta de hacia dónde estamos yendo. Nos centramos en lo que tenemos delante pero por un momento olvidamos lo que estamos dejando atrás.
Hacemos juramentos y nos prometemos a nosotros mismos convertirnos en una versión mejorada de nuestro yo de hace tres años. Alguien que haga a alguien arrepentirse de habernos perdido, alguien que haga a alguien ver que somos diferentes o que valemos el doble que esas personas por las que nos han sustituido.
Y entonces, pasa, que de tanto mejorarnos acabamos por destrozar todo el mecanismo.
Y evolucionamos mientras seguimos persiguiendo una meta de vapor, hasta el punto de que cuando quieres pararte ya no eres tú. Ya no te reconoces.
Te miras al espejo y ves los mismos ojos de siempre, la misma mirada si has tenido un poco de suerte, pero no la misma persona.
Y quizás no seamos nosotros o no seas tú el que no conozca a su reflejo, quizás soy yo la que no consigue hacerlo.
Quizás he querido superarme tanto que he olvidado quién soy, que he dejado de lado a mi versión de catorce años, o de quince.
Puede, que quizás nunca haya sabido quién soy. Y que sólo ahora que me echo de menos, me arrepiento de haberme dejado atrás cuando más necesitaba tenerme a mi lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario