-No puedes simplemente renegarme, negarte a mirarme a los ojos, salir huyendo porque no tienen la misma seguridad de antes, porque antes esa seguridad no existía - digo, por primera vez desde que volviste a cruzar aquella puerta.
-Has cambiado - dices, mientras meneas la cabeza y me escrutas de arriba a abajo con desprecio.
Y yo, no respondo. Sólo te sonrío de esa única manera que sé: queriendo decir todo con sólo arquear mis labios.
Que he cambiado dices, que no soy la misma.
Pues claro que no.
Oh, quizás esperabas encontrarte con aquella niña asustadiza que no era capaz de cruzar la calle sin agarrarte de la mano. Sí, esa que podías controlar con un sólo roce en su muñeca. Esa que era una muñeca.
Pues claro que no.
Cómo esperas que siga echándome a temblar cada vez que pienso en estar sola, si no conozco sus antónimos desde que supe tu nombre. Cómo quieres que siga siendo igual de ingenua que por aquel entonces, si de tanto confiar en palabras vacías ya no sé diferenciar cuáles están llenas de verdad.
Cómo.
Cómo quieres que siga siendo la misma persona, si tú fuiste quien me dejó completamente rota. Cómo. Si los pedacitos que se destrozan jamás vuelven a cobrar su forma, por mucho que se recompongan.
Cómo, dime cómo esperas poder tener el derecho de decir que la verdadera yo está muerta, si fuiste tú quien me dio la pistola.
Aunque sea cierto que fui yo la que disparó las balas.
-Que he cambiado, dices - repito, en voz alta -, que me has cambiado, di mejor.
Y esta vez no soy yo la que calla. Eres tú.
Porque sabes que has provocado este desastre.
Porque me tienes pánico, ahora que somos completamente iguales.
Y es que ya no existe ingenuidad en este mundo de locos, tan mal llamado nuestro.
O quizá sea que estamos demasiado ciegos para ver, que en realidad ocultamos lo que somos tras una máscara de seguridad falsa.
Como esa que llevas puesta ahora mismo a juego con la mía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario