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sábado, 1 de marzo de 2014

Utopía.

A veces, muchas veces, he mirado por la ventana como se miran los barrotes de una celda, y me he imaginado que habían pasado ya dos o tres años y que podía ir por fin a cualquier sitio. Me he imaginado cogiendo un tren o un autobús, con una maleta casi llena y el mar esperándome en una estación incierta.
He dibujado en el aire todas las fotografías que podría tomarte si tú me dejaras. Las cartas que podría escribirte si aún siguieran enviándose cartas. O las canciones que te cantaría cuando no pudieses dormir.
A veces, muchas veces, he abierto la puerta y he soñado con dejarla cerrada para siempre, con escaparme a una estación de tren y viajar sin saber a dónde.
Pero todas esas imaginaciones, sueños, o incluso deseos, se quedan simplemente en eso: en imaginaciones, sueños, o incluso deseos.
Siempre he tenido que correr la cortina porque aún seguía siendo demasiado pequeña y no podía ir a cualquier sitio, ni tampoco coger un tren o un autobús porque me caería una bronca de campeonato si mis padres se diesen cuenta de que he ido a la playa y vuelto en un mismo día.
He borrado del aire que me falta todas las fotografías que nunca llegaré a tomarte, porque nunca me dejarás tomarlas. El bolígrafo no termina de hacerme caso cada vez que le pido que te escriba, y ni la voz me responde cuando intento cantarte una nana.
He tenido que abrir la puerta y volverla a cerrar todas las mañanas, para después volver a abrirla al regresar a casa, porque no tuve ni el valor ni la posibilidad de dejar que un tren me llevase.
Siempre he tenido que ver cómo la realidad me daba un bofetón en toda la cara y me decía: <<El mundo con el que sueñas no es real. Nada de lo que deseas lo será jamás>>.
Y lo triste es, que ese monstruo oscuro que algunos llaman mundo, tiene razón.
Imagino demasiado, sueño demasiado. Me paso los días dejándolos pasar porque todo lo que quiero está escondido en un verano que aún no ha llegado ni llegará hasta que sea mayor.
Salgo de casa, vuelvo a casa. Estudio, duermo, ceno. Veo las mismas caras de siempre y las mismas decepciones, agobios y amarguras de siempre.
Recorro el mismo camino de cada mañana: todo recto, luego a la derecha y todo recto otra vez, izquierda, recto, derecha, recto y recto hasta que ¡he llegado a mi destino!
Seis horas después es el mismo recorrido, pero al revés.
Y al final del día me doy cuenta de que lo único que he hecho ha sido dejar pasar las horas imaginándome lejos. Imaginándome que las cosas cambian. Que mi vida cambia. Que me levanto una mañana y existe alguien, no hecho para mí como en esas estúpidas novelas, sino más bien alguien que me hace sentir que sentimos a partes iguales.
Pero, no me malinterpretes, no es que quiera o necesite a alguien que me quiera o necesite. Es que son casi las dos de la madrugada y no entiendo por qué me siento tan sumamente sola. Tan sumamente... inquerible en el sentido en que se quiere a una persona a la que no eres capaz de colgar el teléfono.
A veces, muchas veces, me cuestiono seriamente si es posible que algún gilipollas se enamore de mí, en lugar de pasarme la vida imaginando escenarios que nunca llegarán a cumplirse.

3 comentarios:

  1. Puff... Cada día siento esto mismo. Cada día, me escondo en sonrisas ajenas, en falsas promesas, y en falsos "Te quiero". Y en sueños de una vida que seguramente, nunca tendré. Te diría tantas cosas Vero, que entenderías porqué necesito forzar la sonrisa cuando por dentro estoy llorando, pero no quiero aburrirte, con tanto testamento.

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    1. Me gustan los testamentos. Cuando quieras contarlos, ya sabes dónde estoy.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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