Me contó que hacía un par de noches tuvo un sueño extraño. Me contó que soñó que estaba en un parque, por la noche. Al principio pensó que estaba solo, que aquel sitio era una especie de intermedio entre un sueño y otro. Sin embargo, vio a lo lejos una chica sentada en un columpio. Llevaba un vestido azul muy claro, casi blanco, que no le llegaba por las rodillas, y pisaba la arena con sus pies descalzos como quien acaricia la piel de su amante con miedo de romperla.
Entonces él se acercó a ella y le preguntó que qué era lo que hacía allí tan sola, pero la chica bajó la vista al suelo y siguió meciéndose en silencio.
No era un fantasma, de eso estaba seguro, porque era demasiado real (irónicamente, pues estaba soñando).
- A veces - dijo - me siento como una muñeca de porcelana. Como si cualquier cosa fuese capaz de romperme: el viento, un abrazo, una despedida cursi o incluso otra persona - levantó la vista hacia la luna -. A veces... me siento como una muñeca de porcelana que la gente utiliza. Que la gente utiliza.
Repitió esto último casi en un susurro, bajando una vez más la vista.
Entonces él la miró y vio que en verdad tenía la piel tan pálida que parecía de porcelana. Quiso tocarla, pero no lo hizo, porque tenía miedo de que así fuera.
- A veces - volvió a hablar - me gustaría que alguien me considerase especial, diferente. Tanto, que fuese incapaz de hacer las cosas más simples sin acordarse de mí - miró al frente -. A veces, me gustaría que alguien se acordase de mí como yo sé acordarme del resto, y no me tratase como una muñeca de porcelana.
Se dio cuenta en ese preciso instante de que ella no le miraba y temió ser sólo unos de esos espectadores que escuchan pero no son vistos, como en una pantalla de cine.
-¿Por qué te utiliza la gente si no eres de porcelana? - preguntó.
Ella siguió sin mirarle.
- A veces - dijo. Ahora estaba seguro de que sabía que estaba allí - unas personas utilizan a otras como sustitutas. A veces una persona se va y deja un hueco tan grande que no sabes qué hacer, y te sientes perdido, desorientado - se miró sus propias manos, con angustia -. Buscas una brújula o un mapa y en lugar de buscarlo dentro de ti mismo crees que puedes encontrarlo en alguien que se le parezca. O que no tenga ningún parecido, no importa - se abrazó a sí misma -. A veces... No, siempre, soy yo a quien eligen para sustituir a alguien porque soy como una muñeca de porcelana.
-¿Qué tiene que ver una muñeca de porcelana?
Entonces ella le miró y sonrió, y él notó que sus ojos brillaban casi tanto o más que la luna. La chica se levantó y se inclinó hacia él.
-Nadie ve maldad en alguien que es capaz de romperse - susurró.
-Y desperté - finalizó.
Estaba sentado en frente de mí, abrazando con sus dos manos una taza de café, absorto en el vapor que ésta desprendía. Yo me quedé callada, mirándole. Me gustaba la manera que tenía de tratar con delicadeza las cosas más insignificantes.
-Bueno, ¿qué? - me miró -, ¿qué crees que significa?
Yo me encogí de hombros y apreté mis labios. Porque en realidad con quien había soñado era conmigo.
Busqué en brújulas ajenas el norte propio, porque estaba (y estoy) desorientada. Mendigué el amor que no merecía encandilando con una torre de marfil tan bonita por fuera como vacía por dentro. Y la iluminé con una sonrisa, para deslumbrar y que no vieran quien era en realidad. Intenté encajar en un puzle que se parecía al mío a ver si solo por casualidad... Nunca utilicé una muñeca de porcelana. Pero utilicé. Y fui, a su vez, utilizada, por otros como yo: fantasmas, restos, incompletos.
ResponderEliminarNo soñé con ellos. Aunque quise, no valieron suficiente. Aún tenía otro sueño. Quizá algún día consiga dejar de soñarlo.
Pido disculpas por ser la que está al otro lado, la que rompe muñecas de porcelana. Pero antes de ser lo que somos, hubo alguien que nos rompió, o nos vació. Porque yo también he sido una muñeca.
Todos somos muñecas de porcelana al fin y al cabo, espero no romper ninguna nunca.
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