A veces, pasa, que cuando corremos al son de las agujas del reloj no nos damos cuenta de hacia dónde estamos yendo. Nos centramos en lo que tenemos delante pero por un momento olvidamos lo que estamos dejando atrás.
Hacemos juramentos y nos prometemos a nosotros mismos convertirnos en una versión mejorada de nuestro yo de hace tres años. Alguien que haga a alguien arrepentirse de habernos perdido, alguien que haga a alguien ver que somos diferentes o que valemos el doble que esas personas por las que nos han sustituido.
Y entonces, pasa, que de tanto mejorarnos acabamos por destrozar todo el mecanismo.
Y evolucionamos mientras seguimos persiguiendo una meta de vapor, hasta el punto de que cuando quieres pararte ya no eres tú. Ya no te reconoces.
Te miras al espejo y ves los mismos ojos de siempre, la misma mirada si has tenido un poco de suerte, pero no la misma persona.
Y quizás no seamos nosotros o no seas tú el que no conozca a su reflejo, quizás soy yo la que no consigue hacerlo.
Quizás he querido superarme tanto que he olvidado quién soy, que he dejado de lado a mi versión de catorce años, o de quince.
Puede, que quizás nunca haya sabido quién soy. Y que sólo ahora que me echo de menos, me arrepiento de haberme dejado atrás cuando más necesitaba tenerme a mi lado.
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martes, 29 de octubre de 2013
viernes, 25 de octubre de 2013
Un ramo de Anthemis arvensis hecho palabras.
Hoy el día estaba gris. Estaba gris, sí, y triste. También por ti. Y a pesar de que yo siempre fui de las que se decepcionaban al abrir la ventana y ver un sol más brillante que cualquier gota de lluvia en un charco, hoy, no quería que lloviese.
No eran color tormenta las nubes, ni sonaban igual los truenos golpeando los cristales. No, esta vez no era una orquesta, era un llanto.
Y quién no va a llorar un día como hoy, si hoy era tu día y tú eres la única persona que falta.
Quién no va a llorar, si sea 25 o 24 se nota más tu ausencia que un bache en el asfalto.
Quién no va a llorar. Quién.
Si el tiempo pasa tan deprisa, que parece mentira que me haya hecho falta escribir la fecha en un cuaderno para darme cuenta de que eras tú la que fingía ser viento por las mañanas con tal de acariciar mi pelo.
Y aún así, no quise aceptar que ya volvía a ser hoy, que tú habías vuelto, tristemente, de manera metafórica.
Igual de metafórica que esto que te escribo, en un último intento de que salgas de la retórica y regreses, una vez más, para estar conmigo.
No eran color tormenta las nubes, ni sonaban igual los truenos golpeando los cristales. No, esta vez no era una orquesta, era un llanto.
Y quién no va a llorar un día como hoy, si hoy era tu día y tú eres la única persona que falta.
Quién no va a llorar, si sea 25 o 24 se nota más tu ausencia que un bache en el asfalto.
Quién no va a llorar. Quién.
Si el tiempo pasa tan deprisa, que parece mentira que me haya hecho falta escribir la fecha en un cuaderno para darme cuenta de que eras tú la que fingía ser viento por las mañanas con tal de acariciar mi pelo.
Y aún así, no quise aceptar que ya volvía a ser hoy, que tú habías vuelto, tristemente, de manera metafórica.
Igual de metafórica que esto que te escribo, en un último intento de que salgas de la retórica y regreses, una vez más, para estar conmigo.
martes, 22 de octubre de 2013
Lo que esconde una Siempreviva.
-No puedes simplemente renegarme, negarte a mirarme a los ojos, salir huyendo porque no tienen la misma seguridad de antes, porque antes esa seguridad no existía - digo, por primera vez desde que volviste a cruzar aquella puerta.
-Has cambiado - dices, mientras meneas la cabeza y me escrutas de arriba a abajo con desprecio.
Y yo, no respondo. Sólo te sonrío de esa única manera que sé: queriendo decir todo con sólo arquear mis labios.
Que he cambiado dices, que no soy la misma.
Pues claro que no.
Oh, quizás esperabas encontrarte con aquella niña asustadiza que no era capaz de cruzar la calle sin agarrarte de la mano. Sí, esa que podías controlar con un sólo roce en su muñeca. Esa que era una muñeca.
Pues claro que no.
Cómo esperas que siga echándome a temblar cada vez que pienso en estar sola, si no conozco sus antónimos desde que supe tu nombre. Cómo quieres que siga siendo igual de ingenua que por aquel entonces, si de tanto confiar en palabras vacías ya no sé diferenciar cuáles están llenas de verdad.
Cómo.
Cómo quieres que siga siendo la misma persona, si tú fuiste quien me dejó completamente rota. Cómo. Si los pedacitos que se destrozan jamás vuelven a cobrar su forma, por mucho que se recompongan.
Cómo, dime cómo esperas poder tener el derecho de decir que la verdadera yo está muerta, si fuiste tú quien me dio la pistola.
Aunque sea cierto que fui yo la que disparó las balas.
-Que he cambiado, dices - repito, en voz alta -, que me has cambiado, di mejor.
Y esta vez no soy yo la que calla. Eres tú.
Porque sabes que has provocado este desastre.
Porque me tienes pánico, ahora que somos completamente iguales.
Y es que ya no existe ingenuidad en este mundo de locos, tan mal llamado nuestro.
O quizá sea que estamos demasiado ciegos para ver, que en realidad ocultamos lo que somos tras una máscara de seguridad falsa.
Como esa que llevas puesta ahora mismo a juego con la mía.
-Has cambiado - dices, mientras meneas la cabeza y me escrutas de arriba a abajo con desprecio.
Y yo, no respondo. Sólo te sonrío de esa única manera que sé: queriendo decir todo con sólo arquear mis labios.
Que he cambiado dices, que no soy la misma.
Pues claro que no.
Oh, quizás esperabas encontrarte con aquella niña asustadiza que no era capaz de cruzar la calle sin agarrarte de la mano. Sí, esa que podías controlar con un sólo roce en su muñeca. Esa que era una muñeca.
Pues claro que no.
Cómo esperas que siga echándome a temblar cada vez que pienso en estar sola, si no conozco sus antónimos desde que supe tu nombre. Cómo quieres que siga siendo igual de ingenua que por aquel entonces, si de tanto confiar en palabras vacías ya no sé diferenciar cuáles están llenas de verdad.
Cómo.
Cómo quieres que siga siendo la misma persona, si tú fuiste quien me dejó completamente rota. Cómo. Si los pedacitos que se destrozan jamás vuelven a cobrar su forma, por mucho que se recompongan.
Cómo, dime cómo esperas poder tener el derecho de decir que la verdadera yo está muerta, si fuiste tú quien me dio la pistola.
Aunque sea cierto que fui yo la que disparó las balas.
-Que he cambiado, dices - repito, en voz alta -, que me has cambiado, di mejor.
Y esta vez no soy yo la que calla. Eres tú.
Porque sabes que has provocado este desastre.
Porque me tienes pánico, ahora que somos completamente iguales.
Y es que ya no existe ingenuidad en este mundo de locos, tan mal llamado nuestro.
O quizá sea que estamos demasiado ciegos para ver, que en realidad ocultamos lo que somos tras una máscara de seguridad falsa.
Como esa que llevas puesta ahora mismo a juego con la mía.
viernes, 18 de octubre de 2013
El idilio de los meses.
Me preguntas que a qué sabe el viento, que a qué distancia hay que medirnos para dejar de estar lejos aunque estemos cerca, aunque tú duermas y sueñes todas las noches, con alguien, sí. Con alguien menos conmigo.
Me preguntas que si quiero ir contigo al parque, que si tengo tiempo para escucharte y ver cómo lloras porque ese alguien tampoco sabe soñarte.
Y yo, te respondo, que mi hombro es tuyo y puedes tumbarte en él cuando quieras.
Y tú lloras otra vez, y se humedecen tus mejillas, y a mí se me paralizan las piernas porque si yo fuera ella haría que hubiera sequía en esos dos pozos negros.
Me cuentas que te duele aquí y allí, que has olvidado lo que es ser feliz como cuando se tiene diez años.
Y tú lloras, y yo lloro, pero por dentro.
Me cuentas que te gusta ver la lluvia caer y mojarte la ropa, pero que echas de menos la antítesis de las frías mañanas frente a las tardes de calor desubicado.
Que quieres que sea verano, me dices, para volver a ver cómo termina y conocerla de nuevo.
Y lloras, otra vez.
Y yo lloro, otra vez, pero por dentro.
Porque jamás odié tanto ser el Octubre de un Noviembre
que no es capaz de aceptar que Septiembre cuando se va
no vuelve.
Me preguntas que si quiero ir contigo al parque, que si tengo tiempo para escucharte y ver cómo lloras porque ese alguien tampoco sabe soñarte.
Y yo, te respondo, que mi hombro es tuyo y puedes tumbarte en él cuando quieras.
Y tú lloras otra vez, y se humedecen tus mejillas, y a mí se me paralizan las piernas porque si yo fuera ella haría que hubiera sequía en esos dos pozos negros.
Me cuentas que te duele aquí y allí, que has olvidado lo que es ser feliz como cuando se tiene diez años.
Y tú lloras, y yo lloro, pero por dentro.
Me cuentas que te gusta ver la lluvia caer y mojarte la ropa, pero que echas de menos la antítesis de las frías mañanas frente a las tardes de calor desubicado.
Que quieres que sea verano, me dices, para volver a ver cómo termina y conocerla de nuevo.
Y lloras, otra vez.
Y yo lloro, otra vez, pero por dentro.
Porque jamás odié tanto ser el Octubre de un Noviembre
que no es capaz de aceptar que Septiembre cuando se va
no vuelve.
lunes, 14 de octubre de 2013
La chica filofóbica adicta de sus fobias.
Tú sabías que me daba miedo la oscuridad, y por eso dejabas
siempre una luz dada en medio de la habitación.
Y ahora que te has ido siempre apago las luces
por si vuelves a encenderlas mientras duermo.
Pero ya son casi las ocho y el despertador no espera más.
Ni tú has rozado el interruptor de la lámpara
ni yo he pegado ojo por miedo a que surgiera
algún monstruo de debajo de mi cama.
Y ya no sé si tiemblo porque estoy harta de ver todo negro,
o porque ahora me da más miedo perderte
que dormir destapada sin ninguna sábana
con la que protegerme.
Yo, que fui siempre de temer a lo inexistente
y tú, que nunca creíste en los fantasmas.
Quizás sea eso lo que ahora me pierde:
que se me paralizan las piernas con sólo imaginar
que tú dejarás de soñar conmigo incluso antes
de que esto
comience.
domingo, 13 de octubre de 2013
Cuando lo único que nos separa es lo que tardo en romper el minutero.
Yo nunca fui de llevarme bien con los relojes, siempre acababa rompiéndolos o ajustándolos un minuto más o dos minutos menos. Tampoco a ellos parecían gustarles mis muñecas, hacían cualquier cosa por acabar en cualquier lugar de mi brazo menos en ellas. E, irónicamente, no era capaz de ir a ninguna parte sin ellos.
A veces me pregunto quién se creen que son, intentando a toda costa encerrar el tiempo en dos agujas y un segundero, como si eso fuera a hacer que las tardes pasaran más despacio o que la Luna decidiese echar al Sol del escenario antes de las ocho.
No, qué va, se equivocaban. Quizás pensaban que sus péndulos lograban hipnotizar a las horas, que harían llegar a Febrero tarde y a Octubre antes, pero no.
El tiempo no es algo que controle un reloj de pared o ese que llevas ahora mismo cubierto por la manga de tu camisa. Al tiempo no puede controlarle nadie, es más libre que tú y que yo, y que cualquier pájaro migratorio.
El tiempo finge haber perdido para después acabar con nosotros. Nos engaña haciéndonos pensar que podemos manejarlo o conocerlo, hasta que un día se quita esa máscara tan bien caracterizada y nos deja ver que en realidad era él el que nos limitaba a nosotros y no al revés.
El tiempo es... eso que quiero parar cuando estoy contigo, y hacer que vaya más deprisa cuando ya te has dado la vuelta.
Y por eso no me llevo bien con los relojes, porque lo único que saben hacer es marcar las horas. Y ya me dirás tú qué utilidad tiene saber que son las cinco, si a las cinco aún no has llamado al timbre de mi puerta.
A veces me pregunto quién se creen que son, intentando a toda costa encerrar el tiempo en dos agujas y un segundero, como si eso fuera a hacer que las tardes pasaran más despacio o que la Luna decidiese echar al Sol del escenario antes de las ocho.
No, qué va, se equivocaban. Quizás pensaban que sus péndulos lograban hipnotizar a las horas, que harían llegar a Febrero tarde y a Octubre antes, pero no.
El tiempo no es algo que controle un reloj de pared o ese que llevas ahora mismo cubierto por la manga de tu camisa. Al tiempo no puede controlarle nadie, es más libre que tú y que yo, y que cualquier pájaro migratorio.
El tiempo finge haber perdido para después acabar con nosotros. Nos engaña haciéndonos pensar que podemos manejarlo o conocerlo, hasta que un día se quita esa máscara tan bien caracterizada y nos deja ver que en realidad era él el que nos limitaba a nosotros y no al revés.
El tiempo es... eso que quiero parar cuando estoy contigo, y hacer que vaya más deprisa cuando ya te has dado la vuelta.
Y por eso no me llevo bien con los relojes, porque lo único que saben hacer es marcar las horas. Y ya me dirás tú qué utilidad tiene saber que son las cinco, si a las cinco aún no has llamado al timbre de mi puerta.
martes, 8 de octubre de 2013
Hasta que la muerte nos des-separe.
Recuerdo que estaba todo negro al principio, que no podía moverme, ni hablar, ni respirar aunque no lo necesitase. Recuerdo que por un momento pensé que me quedaría atrapado allí para siempre, en la nada. Y la verdad, no me importó mucho, no me sentía vivo. ¿Alguna vez te has desmayado? Porque es lo más parecido a aquel intervalo de tiempo en el que no supe bien dónde estaba, ni tenía a penas consciencia.
Después, de repente, como si hubiera abierto los ojos después de haber perdido el conocimiento, aparecí en una playa.
El cielo estaba gris, no parecía de este mundo. Era como estar en Marte o, qué sé yo, en Júpiter. No sé, nunca estuve allí. El caso es que el horizonte se veía más infinito de lo que él solía serlo, y a la luna le había salido una gemela.
Intenté levantarme, ya podía mover mis piernas. Me acerqué a la orilla, queriendo que las olas mojasen mis zapatos. Me di cuenta entonces de que iba vestido con un traje negro, muy elegante.
Pero no sabía quién era, no recordaba mi nombre. No recordaba de dónde había venido ni qué hacía en ese sitio. Sabía, únicamente, que me sentía solo.
Entonces dejé que el sonido del mar me guiara y miré a mi izquierda. Vi a lo lejos una casa, en un acantilado.
Ah, pero no era una simple casa, había alguien en la entrada.
Caminé hacia ella sin prisa, porque ya había perdido todo mi tiempo y no me quedaba nada más que desperdiciar; y cuando subí por aquella cuesta escarpada, aun sin haber llegado, pude ver con más detalle aquel lugar.
Ella estaba en una mecedora, ¿estaba tejiendo o escribiendo en una libreta? No lo supe. Llevaba un vestido azul, el pelo muy largo y ondulado cayéndole por la cintura, y un pintalabios rojo que hubiera reconocido en cualquier parte.
Avancé hacia la chica, y fue en ese momento cuando quizás una hoja seca del suelo, un simple palo roto o hasta incluso el propio césped, me delató e hizo que mirase en mi dirección.
Se levantó de su asiento y dejó las cosas en la mesa, entonces hizo de su mano una visera y abrió los ojos de par en par al verme a mí. Su carmín se volvió una horquilla, y me empezó a saludar de una forma muy efusiva.
¿Me conocía?
Ese vestido azul.
Seguí caminando y ella moviendo el brazo.
Su pelo.
Otro paso.
El color rojo.
Otro paso.
Y su energía.
Ya había llegado a la entrada.
La conocía, ¡pues claro que la conocía, si era ella!
Quise llorar, abrazarla, decirle cuántos años había estado esperándola en aquel viejo apartamento de los ochenta. Que llevaba muerto mucho tiempo, desde el día en que murió ella.
Pero no hizo falta pronunciar palabra, porque yo ya sabía leer sus ojos.
Así que subí las escaleras de madera y la miré fijamente, y entonces sí, apoyé mi frente contra la suya y la abracé.
Muy fuerte, tan fuerte que hubiera temido asfixiarme si hubiese tenido aire en mis pulmones.
Y después ella sonrió como diciendo <<Yo también estuve esperando>>, mientras agarraba mi mano y giraba sobre sus propios talones para llevarme hacia el otro lado de la puerta.
Tuve miedo, por un momento, de despertar. De abrir los ojos y encontrarme una vez más cara a cara con un hueco vacío al otro lado de mi cama. Miedo de que ella desapareciese a las ocho de la mañana, para volver a verme a las once de la noche. Tan irreal como siempre, y tan nítida como aquel que sueña con lo que ya no tiene.
Entonces me di cuenta de que sí, estábamos soñando. Pero era un sueño del que nunca, jamás, podríamos salir con el simple sonido de un despertador.
Después, de repente, como si hubiera abierto los ojos después de haber perdido el conocimiento, aparecí en una playa.
El cielo estaba gris, no parecía de este mundo. Era como estar en Marte o, qué sé yo, en Júpiter. No sé, nunca estuve allí. El caso es que el horizonte se veía más infinito de lo que él solía serlo, y a la luna le había salido una gemela.
Intenté levantarme, ya podía mover mis piernas. Me acerqué a la orilla, queriendo que las olas mojasen mis zapatos. Me di cuenta entonces de que iba vestido con un traje negro, muy elegante.
Pero no sabía quién era, no recordaba mi nombre. No recordaba de dónde había venido ni qué hacía en ese sitio. Sabía, únicamente, que me sentía solo.
Entonces dejé que el sonido del mar me guiara y miré a mi izquierda. Vi a lo lejos una casa, en un acantilado.
Ah, pero no era una simple casa, había alguien en la entrada.
Caminé hacia ella sin prisa, porque ya había perdido todo mi tiempo y no me quedaba nada más que desperdiciar; y cuando subí por aquella cuesta escarpada, aun sin haber llegado, pude ver con más detalle aquel lugar.
Ella estaba en una mecedora, ¿estaba tejiendo o escribiendo en una libreta? No lo supe. Llevaba un vestido azul, el pelo muy largo y ondulado cayéndole por la cintura, y un pintalabios rojo que hubiera reconocido en cualquier parte.
Avancé hacia la chica, y fue en ese momento cuando quizás una hoja seca del suelo, un simple palo roto o hasta incluso el propio césped, me delató e hizo que mirase en mi dirección.
Se levantó de su asiento y dejó las cosas en la mesa, entonces hizo de su mano una visera y abrió los ojos de par en par al verme a mí. Su carmín se volvió una horquilla, y me empezó a saludar de una forma muy efusiva.
¿Me conocía?
Ese vestido azul.
Seguí caminando y ella moviendo el brazo.
Su pelo.
Otro paso.
El color rojo.
Otro paso.
Y su energía.
Ya había llegado a la entrada.
La conocía, ¡pues claro que la conocía, si era ella!
Quise llorar, abrazarla, decirle cuántos años había estado esperándola en aquel viejo apartamento de los ochenta. Que llevaba muerto mucho tiempo, desde el día en que murió ella.
Pero no hizo falta pronunciar palabra, porque yo ya sabía leer sus ojos.
Así que subí las escaleras de madera y la miré fijamente, y entonces sí, apoyé mi frente contra la suya y la abracé.
Muy fuerte, tan fuerte que hubiera temido asfixiarme si hubiese tenido aire en mis pulmones.
Y después ella sonrió como diciendo <<Yo también estuve esperando>>, mientras agarraba mi mano y giraba sobre sus propios talones para llevarme hacia el otro lado de la puerta.
Tuve miedo, por un momento, de despertar. De abrir los ojos y encontrarme una vez más cara a cara con un hueco vacío al otro lado de mi cama. Miedo de que ella desapareciese a las ocho de la mañana, para volver a verme a las once de la noche. Tan irreal como siempre, y tan nítida como aquel que sueña con lo que ya no tiene.
Entonces me di cuenta de que sí, estábamos soñando. Pero era un sueño del que nunca, jamás, podríamos salir con el simple sonido de un despertador.
miércoles, 2 de octubre de 2013
Pues bueno:
Si hay algo que no le haya contado a nadie o escrito de forma no metafórica (porque, seamos sinceros, de una manera u otra siempre acabo inventando historias que me lleven allí) es que vivo por y para tener edad suficiente y poder irme a un sitio con mar.
No me preguntes por qué, porque no pienso dar explicaciones. ¿Tiene un motivo? Sí, lo tiene. Pero sinceramente me parece muy estúpido y patético como para contarlo y dejar que alguien como tú, que no sé quién eres, lo descubra.
La razón por la cual quiero escapar será algo así como mi secreto. Un secreto que no tiene llave ni caja fuerte y, por tanto, nunca nadie podrá saber.
No importa a dónde me lleve la vida o que alguien intente impedirme (no a mal) que me quede aquí o me vaya a cualquier lugar que no sea ese que tengo en mente. No importa. Lo que siento acerca de esa ciudad es muy fuerte.
Para que lo entiendas, te pongo en situación:
Digamos que he pasado varios años de mierda, y que cuando por fin levantaba cabeza volví a meterme más en esa mierda. Digamos que toqué fondo y que me harté de ahogarme, así que salté no hacia un vacío, sino hacia la superficie.
Esto, claro, no es posible si no se tiene esperanza. ¿Y cuál era mi esperanza? Pues esa ciudad. ''La ciudad''.
Que nunca he estado en ella, no, pero que da igual. Que me he enamorado de ese sitio y tengo la necesidad de irme allí para ser feliz.
Y no lo entiendo yo tampoco, aunque no creo que sea necesario hacerlo. Es como si tuviera un plan de huida, ¿entiendes? Y en ese plan es necesario esperar a que sea el momento para irme.
Será como actuar un papel durante unos años, y luego romper con todo. Desaparecer por completo, alejarme de mi jaula también llamada Madrid.
Será eso, sí. Actuar y vivir hasta que me salgan alas.
Es un buen motivo para seguir adelante, y más sabiendo los dos años asquerosos que se me vienen encima.
Pero bueno, la verdad es que me gustaría encontrar otro motivo de esperanza, no sé. Otra luz, quizás, que brille más que el mar.
Aunque a lo mejor el mal ya esté hecho y no haya vuelta atrás. A lo mejor vivo enamorada de la costa y mi error es haber nacido en un sitio totalmente seco.
Quién sabe.
El caso es que me he pasado dieciséis años esperando algo, y ahora que he encontrado ese ''algo'', tengo que esperar más.
De paciencia se basa la vida, pero creo que la mía ya se está pasando.
En fin, nunca suelo escribir este tipo de cosas, ya sabes, biográficas. Siempre hay una primera vez para todo, supongo.
No me preguntes por qué, porque no pienso dar explicaciones. ¿Tiene un motivo? Sí, lo tiene. Pero sinceramente me parece muy estúpido y patético como para contarlo y dejar que alguien como tú, que no sé quién eres, lo descubra.
La razón por la cual quiero escapar será algo así como mi secreto. Un secreto que no tiene llave ni caja fuerte y, por tanto, nunca nadie podrá saber.
No importa a dónde me lleve la vida o que alguien intente impedirme (no a mal) que me quede aquí o me vaya a cualquier lugar que no sea ese que tengo en mente. No importa. Lo que siento acerca de esa ciudad es muy fuerte.
Para que lo entiendas, te pongo en situación:
Digamos que he pasado varios años de mierda, y que cuando por fin levantaba cabeza volví a meterme más en esa mierda. Digamos que toqué fondo y que me harté de ahogarme, así que salté no hacia un vacío, sino hacia la superficie.
Esto, claro, no es posible si no se tiene esperanza. ¿Y cuál era mi esperanza? Pues esa ciudad. ''La ciudad''.
Que nunca he estado en ella, no, pero que da igual. Que me he enamorado de ese sitio y tengo la necesidad de irme allí para ser feliz.
Y no lo entiendo yo tampoco, aunque no creo que sea necesario hacerlo. Es como si tuviera un plan de huida, ¿entiendes? Y en ese plan es necesario esperar a que sea el momento para irme.
Será como actuar un papel durante unos años, y luego romper con todo. Desaparecer por completo, alejarme de mi jaula también llamada Madrid.
Será eso, sí. Actuar y vivir hasta que me salgan alas.
Es un buen motivo para seguir adelante, y más sabiendo los dos años asquerosos que se me vienen encima.
Pero bueno, la verdad es que me gustaría encontrar otro motivo de esperanza, no sé. Otra luz, quizás, que brille más que el mar.
Aunque a lo mejor el mal ya esté hecho y no haya vuelta atrás. A lo mejor vivo enamorada de la costa y mi error es haber nacido en un sitio totalmente seco.
Quién sabe.
El caso es que me he pasado dieciséis años esperando algo, y ahora que he encontrado ese ''algo'', tengo que esperar más.
De paciencia se basa la vida, pero creo que la mía ya se está pasando.
En fin, nunca suelo escribir este tipo de cosas, ya sabes, biográficas. Siempre hay una primera vez para todo, supongo.
Antinomia.
Voy a decirte algo, así que presta atención porque es tan raro que no pienso volver a repetirlo. Te lo diré cuando cierres los ojos y no puedas oírme, así al menos no saldrás huyendo. No, tú no.
Quizás decida hacerlo cuando estés dormido y soñando con alguien que no sea yo, o mientras dibujas con la mirada paisajes que existen, sí, pero no al otro lado de esa ventana.
O no, mejor no.
Mejor esperaré a que estés en el baño, mirándote al espejo. Y entonces te sorprenderé por la espalda y te lo diré. Luego me hundiré entre todos esos lunares y haré como que no sabía que existían esas palabras. Fingiré que ha sido sin querer y tú, si tengo suerte, fingirás que no has escuchado nada.
Sí, eso es lo que haré.
Daré la vuelta al mundo para rodearte y no tener que mirarte a los ojos, y entonces, susurraré desde mi metro setenta eso que llevo tan poco tiempo callando.
Te diré que no te quiero, porque suena demasiado empalagoso y no me gusta. Que no te quiero ni a ti ni a tus días de ausencia.
No te diré te quiero, porque seria una mentira.
Pero también estaría mintiendo si te digo que no me importa que te vayas. Aunque vuelvas al día siguiente, o en una semana. Aunque sea sólo <<hasta mañana>>.
Que no, que no te quiero.
Pero tampoco quiero que durmamos en camas separadas.
Quizás decida hacerlo cuando estés dormido y soñando con alguien que no sea yo, o mientras dibujas con la mirada paisajes que existen, sí, pero no al otro lado de esa ventana.
O no, mejor no.
Mejor esperaré a que estés en el baño, mirándote al espejo. Y entonces te sorprenderé por la espalda y te lo diré. Luego me hundiré entre todos esos lunares y haré como que no sabía que existían esas palabras. Fingiré que ha sido sin querer y tú, si tengo suerte, fingirás que no has escuchado nada.
Sí, eso es lo que haré.
Daré la vuelta al mundo para rodearte y no tener que mirarte a los ojos, y entonces, susurraré desde mi metro setenta eso que llevo tan poco tiempo callando.
Te diré que no te quiero, porque suena demasiado empalagoso y no me gusta. Que no te quiero ni a ti ni a tus días de ausencia.
No te diré te quiero, porque seria una mentira.
Pero también estaría mintiendo si te digo que no me importa que te vayas. Aunque vuelvas al día siguiente, o en una semana. Aunque sea sólo <<hasta mañana>>.
Que no, que no te quiero.
Pero tampoco quiero que durmamos en camas separadas.
martes, 1 de octubre de 2013
Los amantes rotos.
Yo solía descolgar el teléfono cada vez que veía tu número
o miraba por la ventana buscando tu paraguas,
aunque no hubiera sonado un hola de respuesta
ni hubiera lluvia mojando las calles.
Tú solías conectar el contestador fingiendo que no estabas
o cerrabas y abrías la puerta como si fueras a una biblioteca,
aunque te quedaras leyendo un libro cualquiera
tumbado en la cama.
Tú y yo solíamos saludarnos al unísono cada fin de semana
y escogíamos las mismas películas un sábado noche,
aunque ni tú supieras mi nombre
ni a mí me gustara el cine.
Yo solía dormirme cada noche y despertarme cada mañana
contigo
sin ti
porque al fin y al cabo no estabas, pero
aún así te llamaba en cada sueño por si aparecías a mi espalda.
Tú solías soñarme estando despierto y
recuerdo cómo dibujabas mi mano junto a la tuya
y tu mano junto a la mía.
Tú y yo solíamos echarnos en falta al mismo tiempo
o escribir las mismas historias pero
con distintas metáforas.
Y tú escribías mi nombre camuflado en otra,
y yo escribía el tuyo en cada mirada
que no era tuya, pero sí
que era la tuya y no.
Yo solía gritarte por si volvías pero
ahora lo único que oigo es el sonido
de tu olor olvidándose del mío.
o miraba por la ventana buscando tu paraguas,
aunque no hubiera sonado un hola de respuesta
ni hubiera lluvia mojando las calles.
Tú solías conectar el contestador fingiendo que no estabas
o cerrabas y abrías la puerta como si fueras a una biblioteca,
aunque te quedaras leyendo un libro cualquiera
tumbado en la cama.
Tú y yo solíamos saludarnos al unísono cada fin de semana
y escogíamos las mismas películas un sábado noche,
aunque ni tú supieras mi nombre
ni a mí me gustara el cine.
Yo solía dormirme cada noche y despertarme cada mañana
contigo
sin ti
porque al fin y al cabo no estabas, pero
aún así te llamaba en cada sueño por si aparecías a mi espalda.
Tú solías soñarme estando despierto y
recuerdo cómo dibujabas mi mano junto a la tuya
y tu mano junto a la mía.
Tú y yo solíamos echarnos en falta al mismo tiempo
o escribir las mismas historias pero
con distintas metáforas.
Y tú escribías mi nombre camuflado en otra,
y yo escribía el tuyo en cada mirada
que no era tuya, pero sí
que era la tuya y no.
Yo solía gritarte por si volvías pero
ahora lo único que oigo es el sonido
de tu olor olvidándose del mío.
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