-De momento mirar cómo pesco - respondió con un sonrisa en la cara.
-Pero...
-Primero tiras la caña, así - tiró el sedal al lago con tanta fuerza que me salpicó un poco.
-¿Y luego?
-Luego esperas a que alguno pique.
-¿Y si no pica ninguno?
-Picarán, no te preocupes.
No entendía muy bien qué tenía que ver todo esto con mi problema, pero no le repliqué. Todo lo que Dan hacía tenía una explicación.
Pasaba el tiempo y la caña no se movía. Iba a pedirle que me llevara a casa cuando de repente el sedal se hundió. Dan no se inmutó, dejó que la caña se moviera y que el pez tirara de ella, yo empezaba a ponerme nerviosa.
-¡Se te va a escapar! ¡Corre, tira! - grité, casi saltando de la emoción.
-No, hay que esperar al momento justo - me calmó.
-Pero, ¿cómo sabes cuándo es?
-No sé - me miró - tan solo...¡lo sabes!
Entonces tiró de la caña y un pez raro cayó sobre sus rodillas. No sabía su nombre, pero era bonito, tanto que daba pena saber que esta noche sería nuestra cena.
-¿Y si lo hubieras perdido? - pregunté mientras recogía sus cosas.
-Pues hubiera pescado otro - rió - el lago está lleno de ellos - me revolvió el pelo.
-Pero, ¿qué pasa cuando tú solo quieres un pez? ¿qué pasa cuándo lo único que quieres es ese pez, y no los demás?
-Pues que tienes que luchar por él - se agachó para mirarme directamente y añadió - y si lo pierdes es porque ese no era el pez que tú buscabas.
Entonces comprendí a qué venía toda aquella historia de la pesca. Los consejos de Dan siempre venían camuflados en pequeños detalles.
-Gracias - le di un beso en la mejilla.
-¿Resuelve eso tus dudas, Nora?
-Sí, bastante.
Fuimos al coche y me senté junto a él. Ahora sabía qué tenía que hacer: si quería recuperarle, rendirme era la última opción, es más, rendirme jamás sería una opción. Ya no.
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