Ahora que te has ido, te has llevado tras de ti lo poco que
me quedaba de esperanza. Ya casi no recuerdo cómo se sentía el tacto de tu piel
sobre la mía, ni lo que suponía verte nada más abrir los ojos cada mañana. Te
estoy olvidando, a pesar de que no quiero.
Tu olor, que sin darme cuenta se había convertido también en
el mío, se ha despegado de mis sábanas, y ya la cama no resulta tan
confortable, porque tú no estás en ella.
No soy capaz de vivir sin escuchar tu voz, hubiera preferido
el sonido de las palabras que solías dedicarme, a la más bonita de todas las
canciones. Y sin embargo, aunque siempre pensé que sería la única capaz de
escucharlas, me doy cuenta de que no es así, y no puedo hacer nada para
evitarlo.
Cada vez que ella roza tus mejillas o entrelaza sus dedos
con los tuyos, es como sentir un golpe en el estómago. No quiero que te vayas,
no quiero que te vayas con ella. Y aunque me gustaría correr hacia ti,
apartarte de su lado y llevarte conmigo, sé que no puedo hacerlo, porque quizás
nunca fuiste realmente mío.
Es curioso, ¿sabes? Probablemente si las cosas fueran
diferentes, sería yo el motivo de tu felicidad, en lugar de ella. Quiero pensar
que sería así, porque el solo hecho de saber que otra persona puede significar
más que yo, me destroza por dentro.
Así que si no tengo oportunidad para romper la distancia y
volver a verte, nunca se te olvide quién realmente va a quererte por mucho
tiempo que pase. Que no se te olvide que esa persona siempre seré yo. Aunque no
seas capaz de recordar cuánto llegaste a quererme.
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