-Una relación amor-odio es lo peor que puede pasarte en la
puta vida, Fran – dijo Fede mientras se encendía un cigarro.
-Lo sé – contestó.
-Querrás cabrearte con ella, pero en el fondo la quieres. La
odias tanto porque te puede la impotencia de no tenerla aún sabiendo que ella
lo daría todo por ti – paró para ofrecerle una calada a Fran y prosiguió – y lo
único que quieres es herirla para luego correr y plantarla un beso que la deje
sin aliento. Pero eso no va a pasar, lo sabes ¿no? Te quedarás como un imbécil mirando
cómo llora por todas las barbaridades que dijiste y no habrá beso, ni
reconciliación.
-Me gustaría decirla que la quiero – se quedó mirando las
luces de los edificios y luego siguió hablando – pero ya es demasiado tarde, se
ha ido lejos.
-¿Y qué, tío? Existen los trenes, los teléfonos, ¡incluso
internet!
-Ya, pero nunca será lo mismo.
-Mira, Fran, cuando quieres a una persona todo eso no
importa.
-Sí, sí que importa. Importa porque por mucho que quiera esa
‘’reconciliación’’ que tú dices no podré tenerla. No podré estar con ella cuando
yo quiero y no podremos dar esos paseos juntos como solíamos hacer antes.
Fede no respondió y un silencio incómodo inundó el balcón en
el que estaban.
-¿Sabes qué? Haz lo que te dé la gana – gruñó – pero luego
no me vengas llorando cuando la hayas perdido, porque yo ya te he avisado.
Tiró el cigarro por el balcón y se dirigió otra vez al
salón. Justo cuando iba a pasar por la puerta, se paró en seco.
-El amor requiere sufrimientos, Fran y si Carla se ha ido
ha sido por tu culpa, porque nunca tuviste el valor suficiente para enfrentarte
a lo que sentías. Ve a por ella si quieres, ve a por ella ahora porque cuando
te des cuenta del error que estás cometiendo será demasiado tarde, y tu hueco
de la cama será ocupado por otro.
Fran se quedó callado mientras Fede se ponía el abrigo y se
iba. Sabía que tenía razón. Carla no tenía la obligación de marcharse a
Barcelona, lo hizo porque no soportaba ver cómo él la ignoraba, o incluso se
enfadaba con ella cada vez que le decía que le quería.
Se quedó mirando un rato el cielo de Madrid, luego cogió su
abrigo, y algo de equipaje, cerró la puerta con llave y se dirigió a la
estación de tren. Se había dado cuenta de que no quería perderla.
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