Seguidores

martes, 12 de marzo de 2013

Sálvame, sálvanos.

Me miraste, y mis manos temblaban, y mis piernas, y mi voz. Sonreíste y me agarraste, llevándome contigo hacia la orilla.
Sonaban las olas, y el agua estaba fría, como el viento que nos rozaba la cara y te alborotaba el pelo de esa manera que tanto me gustaba.
Volviste a tirar de mí, a pesar de que tenía miedo de entrar, y tú lo sabías. Sabías mejor que nadie el pánico que le tenía al oleaje.
Aún así, no pareció importarte, me sonreíste otra vez, y empezaste a meterte en el agua, conmigo.
Podía notar tu mano, agarrándome con fuerza, no me importaba poder ahogarme o hundirme siempre y cuando fuera contigo, así que empecé a correr.
Choqué contra las olas, salpicándome y mojándome la cara. Y reí, y tú reíste.
Seguíamos entrando, mar adentro. Las olas cogían fuerza mientras el agua nos tragaba.
Pero juntos, siempre juntos.
Ahora llovía, el cielo estaba gris, preciosamente gris.
Sin embargo, noté que me soltabas. Entonces, solo entonces, me di cuenta de a dónde habíamos llegado. El agua me cubría hasta el cuello y ya no veía la orilla.
Grité tu nombre, luché por verte, por recuperarte, pero ya no estabas, te habías ido.
No tenía a nadie para agarrarme, estaba sola.
Así que empecé a hundirme, sin ti. Aún mientras caía hacía el fondo, pensé que me sacarías, que vendrías a salvarme, pero no lo hiciste.
Caí y caí y caí.
Hasta que se me agotó todo el aire que me diste en ese último beso, y todo se volvió negro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario