Jamás pedí asiento en esta butaca. Es más, recuerdo perfectamente que aquel papel protagonista era mío. Recuerdo que tus líneas iban dirigidas a mí, que tus ojos encajaban perfectamente con los míos y que el escenario estaba hecho exclusivamente para dos personas. Sin extras, sin actores secundarios. Únicamente nosotros y el decorado.
Pero por un momento parecía tan real, que me olvidé por completo de que fingías.
Y ahora estoy aquí, con el estómago dándome golpes, y fuego en el pecho. Con la mirada puesta en un actor que reconozco y una sustituta que perfectamente podría haber sido musa de un poeta, pero que no se sabe sus líneas de la misma manera que yo me las sabía.
Las mariposas de mi tripa murieron cuando tú la miraste a ella, cuando tu mano agarró la suya y cuando la besaste con un beso que era mío.
Y sentí rabia, y quise lanzarme al escenario y hacer de aquel romance una tragedia, pero me quedé sentada con las mejillas mojadas y la sensación de que nunca, jamás, podría volver ver a las personas como inofensivas.
Y es que ya lo dijo Moulin Rouge:
''Celos, amor, traición. Cuando el amor es para el mayor postor no puede haber confianza, y sin confianza no hay amor. Los celos, sí, los celos, te volverán completamente loco''.
A donde quiero llegar es a que estoy harta de fingir que no sé que mi papel lo tiene otra, mientras me obligas a mirar, indirectamente, cómo mi felicidad se rompe en mil pedazos con cada paso que dais juntos en ese escenario.
Porque no creo que pueda aguantar mucho tiempo sin perder la cabeza cada vez que pronuncias su nombre como solías pronunciar el mío.
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