Si me dices, por ejemplo, que te consideras diferente,
no tendré otra alternativa que creerte.
O sí, puede que sí la tenga.
Quizás pueda elegir entre dejar que pases al salón,
(porque hace demasiado frío como para que estés fuera),
y poner a secar tu chaqueta;
o cerrarte la puerta y dejar que se moje tu pelo,
porque diferente puede ser cualquiera,
sin necesidad de serlo.
Pero como de tontos está hecho el mundo, lo más probable
es que escogiese lo primero
y diera por descartado lo segundo.
Y es que la verdad es, que si me dices que odias el azul,
yo pintaría tu habitación entera de verde.
Y teñiría el Océano Atlántico de blanco, con tal de hacer desaparecer
todos los obstáculos de tu paréntesis.
Así que no te creas que no veo cuando mientes,
si cada vez que lo haces se enciende un cartel de neón
diciendo lo contrario,
y soy yo la que corre a apagarlo
con tal de hacer real tu teatro.
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