Es curioso lo raro que es conocer a alguien. Un día os presentan, o eres tú quien la encuentra a ella o es ella la que te encuentra a ti. Entonces le preguntas que cómo se llama y ella te hace la misma pregunta, y esa figura anónima cobra nombre y apellidos. Pero no deja de ser una especie de interrogante al que aún no sabes responder. No sabes qué le gusta desayunar por las mañanas o si se le da bien doblar las camisetas. Sólo sabes que para ti ella es una barrera que aún no sabes cómo echar abajo.
Dicen que las personas son un mundo, pero yo no lo creo así, yo creo que cada persona es un universo.
Es como que pasa el tiempo, y ese chico o esa chica que has conocido deja de ser un agujero negro inescrutable, comienzas a ver poco a poco pequeñas constelaciones, estrellas sueltas y puede que hasta mundos propios creados por esa persona.
Comienzas a saber qué le da miedo, quién le ha hecho ser de la forma que es, cuál es su color favorito, la manera que tiene de atusarse el pelo detrás de la oreja o incluso cuántas veces comprueba la puerta antes de irse porque es una maniática.
Deja de ser un nombre, deja de ser sólo una puerta cerrada: se convierte en una habitación de la que tú y sólo tú tienes llave. Una habitación a la que has sido invitado y en la que se esconden miles de secretos.
Así que sí, las personas somos como universos. Y por eso creo que nunca se llega a conocer a nadie, ni siquiera a nosotros mismos.
Pero lo cierto es que tengo la sensación de conocerte a ti, por muy grande que sea ese mundo que escondes en el pecho.
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