Emilie abrió los ojos y, aunque le dijeron que todo lo que vería sería bonito, el sitio en el que se encontraba estaba oscuro. Quiso encender la luz pero su brazo no se movió, se había quedado sin fuerzas, ni siquiera estaba segura de si ese fondo negro que veía eran sus párpados, que no habían sido capaces de levantarse.
Tenía sed, y un nudo en el estómago. Empezó a sentirse encerrada en su propio cuerpo porque ya ni siquiera era capaz de controlarse a sí misma, así que hizo lo único que era capaz de hacer: gritar. Llenó sus pulmones todo lo que pudo, pero lo que se suponía que tenía que ser un grito, se quedó en suspiro
¿Era eso lo que le esperaba? ¿No poder hacer nada para huir? Se sintió impotente, ni siquiera sabía si seguía siendo ella o si se había convertido en aire. Se sintió fría.
Hasta que empezó a notar calor. Unos brazos la rodearon: alguien la estaba abrazando. Entonces sintió de nuevo las piernas y el resto de su cuerpo, volvió a sentirse viva. Ya no había oscuridad, estaba rodeada de campo, y un vestido blanco le tapaba las piernas hasta las rodillas. Su cintura estaba cubierta por unas manos, las manos de Alked.
No se movió, se quedó quieta sintiendo su respiración entre cortada rozándole la nuca. No hizo falta que él dijera nada, sabía perfectamente que se alegraba de verla despertar por la sonrisa de su cara, y eso le confirmó que había llegado al sitio que buscaba. El sitio donde podrían ser felices juntos. Otra vez.
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