Odio esa sumisión a la realidad que tiene todo el mundo, esa facilidad para decir y aceptar que la vida no es un cuento de hadas, que las personas van y vienen y el olvidarlas es algo tan cotidiano como tomarse un café por las mañanas.
Cuántas veces habré escuchado un ''la realidad es así'' o ''esto no es una película'' a modo de consejo bien intencionado; y cuántas veces habré ocultado en un mohín mi cara desencajada al darme cuenta de que tenían razón.
Y es que aunque cueste aceptarlo, no están equivocados.
La gente se enamora y pone fecha de caducidad a sus sentimientos: cuánto más joven seas, antes llegará el día en el que ese amor se estropee; porque envejecer con alguien que has conocido a los dieciséis años, o a los quince, es sinónimo de imposible.
Clasificamos en etapas nuestras vidas, dejando siempre lo más importante para el final. Encontrarás a tu mitad llegados los treinta, y mientras tanto pasarás el tiempo con otras personas que ya a penas recordarás cuando cumplas los setenta.
Crecerás con la idea de que hasta que no tengas edad suficiente, no llegará a ti el amor verdadero, y verás a todo aquel que intente serlo antes de ese momento, como alguien que está de paso.
Y mientras el resto de personas se limitan a poner final a algo que ni siquiera ha comenzado, yo me niego a imaginar que voy a tener que esperar a tener mi propio piso amueblado, para enamorarme de alguien de forma ilimitada.
Y ahora es cuando te toca decir ''la realidad es así'' o ''esto no es una película''.
Pero, ¿y si la vida no es una película, porque nosotros no dejamos que lo sea?
No hay comentarios:
Publicar un comentario