Seguidores

lunes, 29 de julio de 2013

Finales abiertos de películas sin estrenar.

Ahora es cuando se supone que empieza mi vida, tengo gente por conocer y lugares por visitar; entradas de conciertos que aún no han sido programados, y tardes paseando por calles que aún no consigo ubicar.
Ahora es cuando se supone que yo continúo recto y tú tomas el desvío a la derecha; que tú vas hacia el sur y yo hacia el norte.
<<Adiós>> te toca decir. <<Olvídate de mí>> puedes añadir si quieres.
Y entonces es cuando no respondo, cuando me quedo callada y me doy media vuelta, con la maleta en una mano y la esperanza de que me detengas en la otra.
Ahora es cuando todo termina para comenzar de nuevo, cuando salen los créditos y cientos de agradecimientos en la pantalla. Y mientras, de fondo, un plano de mi espalda y de la tuya yendo en direcciones contrarias con nuestros nombres a los pies de nuestros pasos.
Ahora es cuando pienso: << Y si volvemos a conocernos dentro de diez años, ¿querrías hacer como que no sabes mi nombre, o no sería necesario? >>.
Ahora es cuando todo el mundo dice que hice lo correcto, y aplauden y se levantan de sus asientos porque la tragicomedia ha terminado. Y las luces se apagan, al compás del cerrojo de las puertas.
Ahora es cuando se supone que empieza mi vida. Pero, ¿cómo voy a poder hacerlo, si mi vida sin ti no es vida?

sábado, 27 de julio de 2013

Corazas de porcelana que se rompen con los años.

Después de todos estos meses aún sigues sonriendo en mis sueños con ese paréntesis que tanto me gusta, y esa risa que demasiadas pocas veces pude escuchar. Cómo olvidar el sonido de tu voz, si es lo único que me acaricia cuando no estás. Incluso aquellas veces que te enfadabas adoraba el tono con el que lo hacías.
Ha pasado un tiempo. No sé si mucho o no tanto. Para ti supongo que parecerá un siglo, para mí es como si fuera ayer la última vez que escuché el sonido de tu respiración acompasada con la mía.
Pero qué más da la velocidad a la que giren las agujas del reloj, si vayan lentas o deprisa voy a terminar por perderte igual. Perderte del todo, quedarme sin nada.
Y es que por mucho que lo intente, no puedo olvidarte. Aunque es verdad que ahora escueces más que dueles, todo hay que decirlo.
Llámalo masoquismo, pero echo de menos tenerte metafóricamente a mi lado. 
Aún no entiendo por qué me arañan el estómago recuerdos que hacen daño, de momentos en los que no era feliz. Sí, esos mismos en los que tú controlabas mi estado de ánimo.
Y lo he intentado, créeme que lo he intentado, pero no soy capaz de dejar de quererte. Incluso creo que ahora te quiero más que antes, qué irónico.
Pasamos de platónicos a imposibles, o quizás siempre fuimos lo primero. Porque dime, ¿alguna vez me has querido, como yo te quiero?
Hablar en presente de lo que siento, cuánto hacía que no me atrevía a hacerlo. Todo por culpa de fingir que me he quedado vacía, sin sentimientos.
Solía creer que te me pasarías, que estabas de paso. Pero ya va casi medio año, y aún sigo buscándote soñando.
Tú conmigo y yo sin ti. Triste final para un cuento de enamorados (¿enamorados?).

viernes, 26 de julio de 2013

Invierno de julio.

Pasan los meses, los días, las horas. Los martes se convierten en miércoles y los febreros en marzos. El frío se transforma en primavera, y las flores dejan paso al calor del verano.
Y tú sigues sin irte, y yo sin soltar tu mano.
Guardé en un cajón con llave tus fotografías, y quemé todas tus cartas hace ya tiempo. Te encerré en un pequeño hueco donde nunca más dejaría entrar a nadie.
Y no fui capaz de olvidarte.
Cogiste tus maletas y borraste todas las promesas que no dio tiempo a cumplir. Dejaste que tus manos encajasen con otras que no eran mías, y pusiste a cero el contador de besos. Esos que reservabas, pero que nunca llegaste a darme.
Y te fuiste sin girarte, ni siquiera para mirarme.
Y pasaron los meses, los días, las horas. Pasó de todo menos tú. Tú no te me pasaste.
Y es triste cómo ahora, que ya ni cenizas quedan de aquella tarde, incumples tu palabra de quedarte, de no dejarme.
Así que dime, dulce otoño de martes, dónde queda diciembre, para ir a buscarte.

miércoles, 24 de julio de 2013

Ningún guión de cine puede cobrar vida sin actores, ni los actores pueden cobrar vida sin guión.

Odio esa sumisión a la realidad que tiene todo el mundo, esa facilidad para decir y aceptar que la vida no es un cuento de hadas, que las personas van y vienen y el olvidarlas es algo tan cotidiano como tomarse un café por las mañanas.
Cuántas veces habré escuchado un ''la realidad es así'' o ''esto no es una película'' a modo de consejo bien intencionado; y cuántas veces habré ocultado en un mohín mi cara desencajada al darme cuenta de que tenían razón.
Y es que aunque cueste aceptarlo, no están equivocados.
La gente se enamora y pone fecha de caducidad a sus sentimientos: cuánto más joven seas, antes llegará el día en el que ese amor se estropee; porque envejecer con alguien que has conocido a los dieciséis años, o a los quince, es sinónimo de imposible.
Clasificamos en etapas nuestras vidas, dejando siempre lo más importante para el final. Encontrarás a tu mitad llegados los treinta, y mientras tanto pasarás el tiempo con otras personas que ya a penas recordarás cuando cumplas los setenta.
Crecerás con la idea de que hasta que no tengas edad suficiente, no llegará a ti el amor verdadero, y verás a todo aquel que intente serlo antes de ese momento, como alguien que está de paso.
Y mientras el resto de personas se limitan a poner final a algo que ni siquiera ha comenzado, yo me niego a imaginar que voy a tener que esperar a tener mi propio piso amueblado, para enamorarme de alguien de forma ilimitada.
Y ahora es cuando te toca decir ''la realidad es así'' o ''esto no es una película''.
Pero, ¿y si la vida no es una película, porque nosotros no dejamos que lo sea?


miércoles, 10 de julio de 2013

''Lo más grande que te puede suceder, es que ames y seas correspondido''.

Un día, sin venir a cuento, te tumbas en la cama con el único acompañamiento de algunos acordes. Miras el techo, o simplemente cierras los ojos, mientras que te sumes a ti misma en tus propios pensamientos. En un mundo hecho de recuerdos e ideas propias.
Y entonces, te das cuenta de que todo lo que has tenido no ha sido más que humo; que lo que tenías como salvavidas no era más que un flotador que se estaba deshinchando, y que el amor no fue más que un espejismo. Como cuando coges un puñado de arena queriendo guardarlo para siempre, y se te escapa entre los dedos sin poder evitarlo.
Te das cuenta de que no has hecho nada que merezca la pena con nadie, nada que vayas a recordar el resto de tu vida; mientras que otras personas ya saben lo que es sentirse querido y que correspondan a lo que sienten en igual medida, aunque al cabo de unos meses todo acabe en desastre.
Es como que al estar dentro de la tormenta, nunca puedo ver las cosas tal cual eran, sólo una vez que todo se calma veo que nunca tuve nada, que siempre estuve vacía, incluso cuando creí estar completa.
Y da bastante impotencia saber que sigo igual que siempre, pase el tiempo que pase, y que por mucho que crea tener algo, al final se quedará en un ''no eras nada''.
Así que ahora es cuando me pregunto si realmente es posible que exista una persona ahí fuera hecha para enamorarse de mí. No a primera vista, ni para siempre. Enamorarse de verdad.
Alguien que quiera bailar conmigo aunque no sepa cómo colocar los pies, alguien que piense en mí por las mañanas mientras desayuna y por las noches al cerrar los ojos; alguien que quiera mirar la lluvia agarrado de mi mano sin que le importe mojarse la ropa.
Yo que sé, yo sólo quería que por una vez me trataran como merezco. Que alguien me quisiera, como en una de esas películas americanas. Pero veo que ya ni presupuesto hay para eso.
Supongo que al final seré yo misma la que más me quiera, por muy harta que esté de estar sola.
Por muy jodido que sea ver al resto ser felices, aunque no se lo merezcan.

martes, 9 de julio de 2013

Preludio de un atardecer.

¿Cambiarías lo que más quieres por tener aquello que sueñas? ¿O lo que más quieres está en tus sueños?
Dime qué buscas por las noches y de qué intentas huir al cerrar los ojos... O al abrirlos. Dime de qué color es el cielo y a qué huelen las flores cuando estás soñando. Cuando la realidad no es capaz de controlarte.
Dime si aún me sigues queriendo cuando el sol muere para que la luna viva, y si sigues esperando a que se haga de noche para estar conmigo, aunque sólo sea un rato.
Dime si hay sitio para mí en tu mundo y seré tuya.
Dime si soy la estrella que te falta para darle luz a tus noches oscuras.
Cuéntame tus sueños y yo te contaré los míos.
Y volveremos a estar juntos aunque estemos soñando.
Aunque sea mentira.

jueves, 4 de julio de 2013

Gomas de borrar con complejo de tiempo.

Ya no recuerdo dónde tenías esos tres lunares que tanto me gustaban. Es triste, pero por más que intente hacer memoria, no consigo ubicarlos en el lugar correcto.
Pero sí que me acuerdo del sonido de tu voz (por extraño que parezca), y de tu pelo, y de tu forma de ser. Me acuerdo de todo, menos de eso.
Curioso, ¿verdad?
Y es que has pasado a ser sólo un vestigio emborronado, algo que el tiempo ha ido dejando con el paso de los meses. Un rostro borroso con una sonrisa borrosa y una personalidad diferente, a la que la realidad no hace justicia.
Supongo que a medida que los lunes se convierten en martes, tú vas desapareciendo y transformándote en alguien que nunca fuiste, con frases bonitas que nunca dijiste y formas de tratarme que ojalá hubieras tenido.
Es... decepcionante, conocer a alguien sólo para acabar olvidándole y hacer como que nunca le has conocido; más aún cuando tú tardas más que esa persona en superar las cosas.
Pero bueno, más vale tarde que nunca, las prisas no son buenas. Si eliminas a alguien demasiado deprisa corres el riesgo de haberte dejado algún que otro recuerdo suelto: una manía, un color favorito o una canción. Cualquiera de ellos puede hacerte volver a caer. Por eso, supongo, que yo tardo más en hacer este tipo de reseteos: me gusta asegurarme de que me he deshecho de cualquier resto de un febrero pasado, o de un diciembre, o de un octubre.
Así que aquí estoy, esperando a que tu sonrisa se desvanezca de una vez por todas, porque creo que está a punto de hacerlo.
Aunque no me importaría quedarme al menos ese pequeño souvenir de aquel medio viaje lleno de altibajos que hice contigo.
A pesar de que tú ni siquiera te acuerdas de cuál era mi película favorita.

lunes, 1 de julio de 2013

La chica del vestido amarillo.

Era bonito tener el ruido de las olas como única compañía, y los rayos del sol acariciándome la piel desde detrás de las nubes grises. Incluso era bonito llorar de dolor y sentirse atrapada al lado del mar.
Siempre quise estar en la costa.
Era de día. O de noche, no estoy segura. Las lágrimas me emborronaban el horizonte, y no conseguía distinguir si lo que ascendía sobre él era el sol o la luna. Pero tampoco me importaba.
Ya nada me importaba.
Lo había perdido todo, incluso aquello que creía que tendría para siempre. Incluyéndome a mí misma.
Luché durante varios años por intentar salir del pozo en el que me había caído sin saber cómo; intenté escalarlo miles de veces, pero siempre acababa cayéndome.
Aún así, después de destrozarme con cada caída, no me rendí. Seguí luchando. Siempre luchando.
Pero no era suficiente.
Necesitaba a alguien, necesitaba una cuerda. Y la tuve. Una persona intentó ayudarme a salir, o al menos eso decía.
Pensé que lo había logrado, que había escapado de mi pesadilla y que por fin volvería a ser feliz.
Me equivocaba.
Mi cuerda resultó ser solo una horca. 
Y caí, volví a caer. Y esta vez el golpe fue más fuerte, porque había llegado más alto.
Pero no me rendí nunca, sólo seguí destrozándome.
Así que ahí estaba, mirando al mar. Con los nervios arañándome el estómago y recorriendo cada parte de mi cuerpo por medio de temblores.
Tenía los ojos rojos por las lágrimas, y gritos esperando a ser liberados. Tantos que no fui capaz de soltarlos.
Sabía que era mi fin, que era débil, que de tanto luchar había acabado por perderme a mí misma.
No me sorprendió escucharla llegar y sentarse a mi lado, esperando a que yo me girara para mirarla directamente a los ojos.
No lo hice. Sólo quería llorar y volver a ser pequeña. Volver al tiempo donde mis fantasmas seguían vivos.
Ella seguía mirándome, expectante. Así que me giré.
Y entonces me vi.
Me vi con una sonrisa ladeada y los ojos llenos de fuerza, rabia y felicidad al mismo tiempo, vi el fuego que tenían dentro.
Supe entonces que ella era la prueba de que yo había ganado, de que destrozarme no me había matado. Me había hecho más feroz.
La abracé y lloré como la niña pequeña que era, agarrándome a su espalda con fuerza para intentar así que la muerte fuera leve.
Ella era mi parte fuerte, y no se puede ser fuerte mientras se es débil.
Disparó. Y aún con la bala rozando mi espalda, no sentí dolor, porque ya llevaba muerta mucho tiempo. No hace falta que tu corazón deje de latir para dejar de estar viva.
El mar perdió su sonido, y la arena se destiñó en color negro a juego con el gris de las nubes, que también habían oscurecido.
Pero no por mucho tiempo.
La melodía de las olas fue creciendo hasta alcanzar su máximo volumen, y el negro volvió a ser gris en el cielo.
Estaba viva.
Miré hacia abajo. Mi vestido azul era ahora amarillo.
Sin embargo, cuando quise levantarme, no pude.
Y lo supe.
Supe que no había muerto, que estaba encerrada dentro de ella, de mi parte fuerte. Quise llorar otra vez, escapar y volver a mi mundo de dolor, ajeno a la realidad. 
Había terminado una lucha, para comenzar otra contra mí misma. Una lucha que jamás ganaría. Porque la chica del vestido amarillo era más fuerte que yo.
Así que a partir de ese día comenzó la batalla contra lo que fui y lo que soy. Contra mis dos mitades.
Mi parte fuerte siempre ganaba, escondiendo en lo más profundo de mis recuerdos a mi parte débil.
Pero a veces, ella salía desde su rincón oculto y derribaba de un golpe a la chica del vestido amarillo.
Entones, por unas horas, volvía a ponerme el vestido azul, y a sentirme como la niña indefensa que era años atrás.
Porque hasta los mayores guerreros tienen una parte débil que les hace fuertes.