Seguidores

viernes, 21 de diciembre de 2018

Carta a ti

Hace unos días yo te lloraba. No comprendía todavía, no llegaba a entender. No quería hacerlo, dolía demasiado el golpe. Imaginaba que, a pesar de todo, habías seguido hacia adelante sin problemas. Que reías y disfrutabas el tiempo, libre de mí. No me hacía falta confirmarlo, era certeza.
Comencé a sentirme carga: ¿Le he abrumado? ¿he puesto en él mi propio peso? ¿debí guardar mis miedos y manías dentro?
Y si hubiera construido una burbuja para ambos, donde no tuviera cabida mi ansiedad, ¿me habría querido entonces un poco más?
Así pensaba. Así me machacaba, creaba la imagen propia del inconveniente y la convicción de que eras feliz: te habías librado, al fin y al cabo, de algo que asusta.
Casi podía sentir en mi piel tu propia emoción hacia una nueva vida sin alguien a tu lado en continuo estado de pánico. Sin alguien cobarde, sin alguien que llora y no sabe parar. Sin alguien que necesita paseos nocturnos para calmarse. Sin alguien que dependiera de ti. Librarse de ello, era tu levedad, era tu risa. Mi ausencia te llenaba de alivio. Lo sabía en mi pecho: conmigo no eras feliz.
Ahora, que parece que me he calmado un poco de llorar, sigo pensándolo y al mismo tiempo, no.
Tiendo a recordar las cosas de manera diferente a como realmente fueron. Pongo altares a instantes que vemos solo desde nuestro prisma. El mío, mi prisma, estaba empañado de temores e ilusiones. No era capaz de ver con claridad que tú no me querías. Que ni siquiera yo sentía que lo hicieras. No supe darme cuenta porque mi propia lucha interna absorbía toda capacidad de percibir lo externo. Tú me juraste amor, y yo lo di por supuesto. Le di valor a las palabras y descuidé el sentido material: la demostración del afecto, que era nula.
Mentiría si dijera que no me siento culpable, que sigo fustigándome. No puedo evitar pensar que mi ansiedad hace que los demás huyan de mí. Creo que por eso, ahora, intento lidiar yo sola con mi pensamiento cíclico. Me asusta pensar que quererme es sacrificio. No puedo evitar sentirme así. No puedo.
Sé, sin embargo, que el amor es también cuidar del otro, aceptarlo tal y como es. Aceptar que tengo miedo, que lloro, que me obsesiono con mis temores. Aceptar que a veces no seré, y nadie podrá calmarme. Aceptarme a mí, que soy un torbellino emocional.

No es del todo así.

Soy más que eso.
Soy también la que se deja el alma por defender sus principios. La que no duda en plantar cara a lo que considera injusto. La que adora el mar y sueña con una casita blanca. La arisca que cede su cariño con paciencia, como las gatas.
Soy la que come pringándolo todo, la que siempre bebe agua, la que odia el viento mezclado con la lluvia y adora la primavera.
Soy más que mis miedos, pero mis miedos también son yo. Y se me tiene que querer así. Aceptándolo todo.
Es difícil quererme. Soy consciente: incluso a mí me cuesta a veces. Pero no merezco menos.
Hace unos días lloraba por ti. Hoy ya no, aunque algo me siga mordiendo por dentro. Yo sé que no recibiré nunca las disculpas que permitan sanar más rápido mi herida, para ti el mal trago ya ha terminado. El mío no, me sigo ahogando, por momentos, cada vez que recuerdo que nunca me has querido. Tú jamás sabrás lo que se siente cuando alguien te utiliza para llenar un hueco. No se lo deseo a nadie.
Es triste asimilar que los años a mi lado no han dejado mella en ti. Lo lograré, con el tiempo. También te olvidaré, dejaré de estar enquistada en una culpa que no es mía. No se puede querer eternamente una imagen que no te corresponde: dejaste de ser tú cuando no te importó hacerme daño, aunque quieras fingir que no sucedió septiembre.
Un mes antes, me marché entre lágrimas a Madrid. Te dejé escoger entre venirte o quedarte allí. Después te supliqué en un llanto arrepentido que vinieras conmigo. No sirvió de nada.
Debí saber que no me querías cuando no subiste de mi mano a ese tren. Me quedé sola en un vagón, llorando de pánico. De ti solo me quedó una hoja donde escribiste, a medias, que no te separarías de mi lado.
Pero ya lo estabas haciendo.
Y ahora me doy cuenta
de que la peor soledad fue la que sentí estando contigo.

martes, 27 de noviembre de 2018

Algunos flashes

Aquel mediodía me dejaste sola, al filo de la boca de todas las hienas, de todos los miedos. Con un desliz de tus dedos que ni siquiera tuvieron valor de rozar mis mejillas. Así, borraste las líneas que tracé con mis días. Yo ya no existo, te has evaporado y ahora vago descalza entre la tierra mojada por mis propias penas. Dejo huella en un camino que no sé muy bien a dónde lleva. En cualquier lugar desemboco, salvo a tus brazos, que esta noche se tornan lejanos porque ya no los quiero.
Se me llena la boca de espinas si oigo tu nombre. Una por cada palabra que no me dijiste al marchar. Yo merecía el abrazo. Yo me lo merecía. Hoy no siento el contacto de nadie. No siento el tacto, no siento nada. Hoy te desprecio y maldigo con cada lágrima el día en que pisaste por primera vez este mundo, que me devora por completo.
Miles de luces iluminan todavía la ciudad que una vez miramos, aunque tú no recuerdes ninguna. Yo a veces las veo, con los ojos cerrados. Y veo también esa noche en un parque lúgubre pero nuestro. Y te veo a ti riendo. Y me veo a mí, triste, quizá, pero contigo. Después escucho el sonido del cristal hecho pedazos: es tu imagen que se rompe. Eres tú el que estaba roto.
Aquí, de rodillas, te di todo lo que pudiera caber en mi pecho. Ahora temo haberme quedado sin nada. Ahora ando buscando el valle donde van a morir las caricias. ¿Dónde yacen? ¿Dónde me esperan? Dime en qué lugar se ha perdido la manera que tenía de mirarte, para plantar allí todas las flores que tú nunca me diste. Dime que jamás me quisiste, que esa flecha envenenada se me clava y me destruye.
El odio. Que crece entre mis manos. Que las llena de agua salada y de yagas.  El odio me consume y me desgarra, se enquista dentro sin salir. Mis manos. Mira mis manos que son tuyas. Mira las heridas que llevan tu nombre. Míralas. Ya no son mías. Este dolor será tuyo para siempre.
Aquella otra mañana te marchaste. Te vi llorar. Yo sentí bien dentro el escalofrío. El escalofrío que dice, que grita, que araña para susurrarte: "No habrá próximas veces”. Y tú lo sabías. Tú sabías que esa era la última. Lo tenías escrito en el mirar encogido, pero solo podía contemplarte ensimismada para ver en ti un manantial de aguas que calman y sanan y rezan que el temor no existe. Y tú lo sabías. Y en ese llanto me negabas el derecho a despedirme. Y en ese llanto me negabas. Y en ese llanto de cobarde murió mi amor por ti.
Porque el tuyo por mí nació muerto.
Porque la única que ha querido he sido yo.
Te regalo hasta el resto de mis días el peso de saber que aunque mis manos estén llenas de heridas, la sangre de las tuyas es también la mía.

lunes, 5 de noviembre de 2018

2:21

Esta noche de humedad y agua en mis cristales, encuentro en mí misma ríos que aun secos fluyen. Recojo las partes de la imagen propia y en ella no veo más que dolor.
No es el amor por ti lo que destroza, es el amor que hacia mí me falta.
Oigo la lluvia y pienso el silencio, que todo lo rompe. Veo sin quererlo cada uno de mis miedos aquí, en fila, esperando para llevarme con ellos.
Aun así yo terca
tengo el valor de preguntarles por qué.
Por qué.
Y la única respuesta es una flecha en el pecho
que no sé muy bien cómo sacarme
que no sé muy bien cómo llegó ahí
sin yo verlo.
Si estuve ciega fueron tus manos las que me taparon los ojos. Y ahora que no las encuentro me doy cuenta de que nunca fueron mías.
No estuviste.
No eras tú.
Tú no existes.
He dado todas mis caricias a un reflejo hasta quedarme sin ninguna para mí.
Y así, vacía
con este peso
me he hundido tanto
que no entiendo el mañana.
Que no
entiendo
Nada.
No existe persona capaz de explicar
todo el daño que me has hecho.

sábado, 27 de octubre de 2018

Que ladren

No puedo aguantar tu mera existencia y antes daba gracias por tenerte aquí pisando la tierra. No soporto que mires más allá de cristaleras, que rías ingenuo, que sigas.
No soporto tu apatía, no soporto tu impunidad. No soporto la levedad que te inunda a pesar del daño.
No soporto nada. No te soporto a ti.
Te voy a borrar de cada plano y no habrá lugar que te acoja en sus brazos. No habrá perdón para vuestros pecados. No tendrás agua más allá de la lluvia.
No soporto tu mirada que me dice entre cinismo que tú siempre me has querido.
Porque no
lo hiciste
nunca.
Escucha: no claves en mí tus ojos que mi imagen ya no es tuya.

lunes, 22 de octubre de 2018

Esencia

Yo soy mujer que quiere rápido y sin esperas. Que te da caricias, te besa las mejillas y coge tu mano como si fuera suya desde siempre. Te empiezo a pensar de un día para otro y no me cuestiono si es querer o las ganas de entrar en el juego del fingirse eternos.
Yo soy mujer que quiere rápido e intenso. Te juraré amor hasta la muerte y más allá de ella, hasta cansarme de decirte que tengo miedo de perder(nos).
Te quiero así, sin tiempo, creyendo que el mundo se acaba al día siguiente.
Pero tan pronto quiero como dejo de hacerlo. No guardo en mi pecho el recuerdo del rechazo. Si tú a mí no me has amado, yo a ti tampoco.
Nunca he besado tus labios.
No he bebido de tus lágrimas.
No he saciado tu hambre de cariño.
Yo soy mujer que quiere rápido, y al mismo tiempo, rápido olvida aquello que fue falso.
No me has querido
y por tanto
No te he querido.

Tu ausencia no existe si tú nunca has estado en mi pecho.

martes, 9 de octubre de 2018

Carta II


En noches como esta que ahora se cierra y parece infinita, pienso en las veces que ocupaste todos mis lados. Pienso en tus manos de pianista, en tu nariz recta y en el pelo que siempre se despeina a pesar del mimo de tus dedos.
Hoy, que se hace oscuro y corren tinieblas por todo mi cuarto, quiero unos brazos que hagan hueco a mis miedos y a todo el amor que tengo guardado. Que se queda profundo, que me pesa, que no tiene dueño.
Yo no quiero dueño, ni amo. Quiero otra vez el amor que me han quitado, que nunca me han dado y que si lo hicieron se apagó como el fuego que ahora mismo me quema por dentro.
No comprendo. Te digo que no comprendo. Esta sensación agónica, que estrangula pechos ingenuos y los deja sin aliento más allá del suspiro fúnebre de un adiós que no termina de marcharse.
Me digo: ya no existes. Pero no es cierto. Siento tu muerte metafórica y se me clava en cada rincón donde un día pusiste tus labios. Se me enquista aquí, hondo. Aunque sé cómo sacarlo, quiero guardarlo muy adentro. Quiero pensar que hubo incendio en cada beso, que no había opacidad en las palabras. Que tú también las llevas tatuadas en la espalda como piedras de granito.
Qué fragilidad, qué levedad me recorre el cuerpo cuando miro las pocas cosas que aún no he roto llena de rabia. Facilidad de desquitarse, de desamarse, de no ver más tu cara de niño dormido. Qué simple borrarse, y cómo duele en el fondo.
Va a llegar el día donde encuentres otras piernas que acariciar cuando se apaguen las luces, cuando no haya nadie. Va a haber otra risa que engatuse la tuya y la lleve al extremo de caer loco de euforia. Va a llegar el día, pero no sé si para ambos.
Ando sin rumbo buscándome a mí y en el camino tengo el temor de perderme para siempre. Que tu ausencia duele, pero más me atormenta saber que mi esencia me deje y no vuelva nunca. Me quedo aquí sola, en esta noche que ahora se cierra y parece infinita, sin nadie más que yo misma para decirme que para mí también habrá alegrías. Que todo irá bien.

domingo, 7 de octubre de 2018

Carta I

Yo siento que el tiempo se me va de las manos. No sé en qué punto me he perdido para dejarme caer en el vaso profundo de un pensamiento que aun mío no lo entiendo como propio.
Tú me dices que me quieres, y al mismo tiempo te despides. Coges la puerta y en el amago de irte acabo saliendo yo, porque no soporto el concepto del desamor. En agosto me querías, llorabas conmigo, secabas mis lágrimas y me escribías con un bolígrafo a penas sin tinta que no te separarías jamás de mi lado. En septiembre se borra lo escrito y como un cristal fino que cae al vacío ya te has marchado. El papel se deshace y entre líneas solo quedo yo queriendo en una sola dirección, que siempre eras tú.
Comencé contigo pensando que eras bondad y el trato afable que merecía después de ser tachada como un despojo. Tú me diste hogar, caricias y palabras de un amor eterno que al final ha durado menos que la nieve en abril.
Con todo, creí desde un principio que solo mirabas hacia mí. Que solo querías si era conmigo. Que yo era el rincón cálido que tanta falta nos hacía a ambos. Me creí única, me pensé huella que arde con fuerza en las marcas de tu espalda. Yo me creí todo. Yo creí ciega, fiel discípula de cada declaración y juramento que ahora, amargos, se me clavan en el pecho.
Tú dices que te duelen mis palabras afiladas que acusan de mentira el amor que me juraste en cada playa. Yo digo que me duele saber que la única verdad es que nunca me has querido.
Cogí un lápiz y tracé en el aire la línea del tiempo en que pensé que me quisiste. Y allí veo que tus ojos no eran míos. Que tus manos no eran mías. Que lo que tú sentías no era hacia mí.
Me siento objeto, excusa y otredad. Me siento ajena. Me siento usada. Soy el regazo que te acogió sin saber que buscabas refugio, que estabas huyendo y yo, ingenua, te besé con la venda bien puesta. Te dije: somos casa.
Y lo cierto es que no hay cimientos. Que no fui especial. Que no me has querido más allá de un colchón emocional.
Tú me miraste a los ojos, me abrazaste en tu pecho y dijiste que tenías miedo de perderme. Ahora que me estoy marchando, solo te sale quedarte mirando. Y ni siquiera eso, porque no tienes el valor de verlo. Porque mi ida es el reflejo de todo el daño que me has hecho.
Mientras, yo lloro en un grito desgarrado. Me destrozo a mí misma. Escarbo razones entre recuerdos que he quemado. Pataleo, lucho conmigo. Me enfado. Me lleno de orgullo. Me lleno de rabia. Me lleno de tristeza y al final caigo exhausta a una cama que es mía pero también fue tuya. Estás en tantos sitios, que no sé a dónde ir.
Me culpo. Me lloro. Me quiero. Me hago de menos. Bien entrada la noche, veo en la madera el trazado de tus dedos. Entonces recuerdo haberte pedido que no desgastases el te quiero. Y al final no había nada degastado: no había nada.
¿Por qué me buscaste? ¿Por qué viniste? ¿Por qué me prometiste? ¿Por qué me mientes hasta cuando me has perdido?
Cogí mi pecho y lo abrí en dos. Puse en la mesa toda mi esencia. Te dije "esto es tuyo". Si me hubieses dejado, te hubiera dado hasta el aire que respiro. Cada centímetro de mí, para ti, envuelto. Me tenías a los pies. Plantando flores allí donde pisabas. Me tenías aquí, en tu mano fina. Bebiendo cada viento que rozaba tu pelo.
Me tenías aquí, estando lejos.
Ahora ya no estaré nunca.
Pero eso a ti no te importa: tú querías esto.
Y que si te duele no es amor. Es la pena de saber que no has podido quererme ni la mitad de lo que yo te he querido.