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sábado, 29 de noviembre de 2014

Cuando el cielo se vuelve gris y prevees un tormenta.

Le tengo pánico a escribir sobre ti. A tener que hacer comparaciones tristes para olvidarte. A volver a crear personajes que tengan tu pelo, tus manos y tu manera de reír.
Le tengo pánico a la melancolía desde que tú me la quitaste de encima. Desde que volviste y ya no hubo razones para esconderse bajo las sábanas, salvo si esas sábanas eran las tuyas.
Le tengo pánico, así es, a las puertas cerradas con llave. Al pum-pum de un latir ausente. A los teléfonos que ya nunca suenan o que no suenan como yo quiero.
Le tengo pánico a que te vayas y tener entonces motivos para escribir cosas tristes de nuevo. Para escribir sobre cómo ese chico se parece a ti o sobre cómo quisiera cruzarme contigo.
Te tengo pánico a ti. Porque cuando no estés no habrá nada que no me cause miedo.
No habrá nada que me haga sentir que no te has ido.
No habrá nada que me haga sentir otra vez.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Se acabaron las flores.

Cuando era pequeña presumía de no llorar nunca. Puede que me tirase años sin derramar una sola lágrima. No lo necesitaba. No veía motivos salvo el de caerme al suelo en el recreo.
"Hace mucho que no lloro" pensaba.
"Hace mucho que no lloro".
Qué triste suena entonces decir que rompí mi propio récord de impermeabilidad. "Hace mucho que no dejo de llorar" pienso.
Y me encojo bajo las sábanas, miro el reloj y son casi las dos. Miro el calendario y no encuentro los días entre tanto examen. Miro a mi lado y no te veo.
"Hace mucho que no dejo de llorar" pienso.
Y cierro los ojos y me duermo. Como si el mundo terminase ahí, como si no existiesen los despertadores, como si fueras a abrazarme cuando yo no me doy cuenta.
Como si de verdad fuese posible salir del mundo y volver cuando haya dejado de hacer tanto frío.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Lo invisible del viento.

La puerta estaba cerrada. No entraba ni una pizca de viento por las ventanas. No había rendija capaz de traerme ese olor a ti que me acariciaba la nariz y me decía "he vuelto" en una bonita mentira.
El olor a ti, a las calles de Madrid que ya no puedo pisar, a las horas que tanto se clavan y tanto nos atan, a tu camiseta favorita. Olor a ti, a tu pelo, a tu risa.
Olor que se desvanece y viene a su antojo, dejando un rastro de ilusiones a su paso.
Y se va. Y no vuelve.
Y de repente mi habitación ya no es calle, ni ropa, ni tiempo.
Mi habitación ya no es tú, pero parece como si estuvieras dentro. Como si nunca te hubieras ido.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Adiofóbica.

Nadie se imaginaba que en sus ojos marrones hubiera en realidad dos pozos negros. Dos puertas que decían "Pasen y vean" y te invitaban a adentrarte en un callejón sin salida. En un laberinto lleno de estropicios.
Cuando estaba callada, era la templanza hecha muchacha. La serenidad moldeada entre el hueco de su mejilla y el dorso de su mano. La calma en su manera de recogerse el pelo tras la oreja.
Y sin embargo eran simples impresiones que se rompían cuando ella rompía a hablar, cuando tamborileaba frenéticamente la pierna bajo la mesa o cada vez que se mordía el labio con tanta fuerza que dolía a quien la viese.
Era un mantojo de nervios y pensamientos garabateados. El sí y el no dentro de una misma frase. Era un espejismo capaz de confundirte eternamente si no la mirabas con la fuerza suficiente.
Pero a pesar de todas sus mareas, la verdad residía en el miedo. El temor acechante de la soledad que le susurraba historias de brujas al oído, de un futuro con la luz apagada y de viajes en tren que nunca llegarían a cumplirse.
Ella más que paz, más que silencio, más que torpeza, era el pánico irrefrenable a abrir los ojos y que la cama le viniese grande. A despertar a oscuras. A encontrar frente a ella una maleta que ya nunca más volvería a estar llena.