Una vez abrí los ojos y pensé que había muerto. Es verdad, había muerto.
Me había adelantado el tiempo y no existía manera de atraparlo. Se instaló el miedo en mi estómago y la oscuridad en mis pupilas.
No era yo en el espejo, esa voz no era yo. No era yo esa tristeza.
Tenía todo aquí en mis manos y en lugar de reír gritaba llanto-temor a perderlo, era arena entre mis dedos. Como sonámbula bebí los días con los límites borrados.
Y a veces era domingo un sábado.
En las noches de verano me tumbaba en su regazo, en ese banco. Me calmaba una voz ingenua. Ya no la oigo.
"Seremos felices, seremos felices"
"Vas a estar bien, vas a estar bien"
Se proyectaban las promesas en una época que todavía no he visto (quizá no exista).
Yo lloraba porque mi tristeza ahogaba a quien me quería.
Veía el mundo desde un escaparate: esos ojos marrones suyos eran para mí pero no podía alcanzarlos.
Ocupada entre mi niebla no me quedaba otra que creer-confiar en que se quedarían aquí para verme cambiar.
Yo
di por sentado el amor ajeno
Yo
quería ir con alguien en un barco
de vela
y en verano
comer naranjas en la arena.
Una vez pensé que había muerto, y me clavaron trece puñales en el pecho. Duele todavía. Me arde el fuego dentro.
Hoy,
esos ojos ya no me miran
me abruma la herida y no sé
cómo querer
(no sé, no sé, no sé)
Ya no soy la misma, me siento adulta. Me reconforta ser adulta. Noto una armadura, tres murallas.
Esa tristeza no era yo,
era la ruptura de la infancia
quizá
no había hueco para ese sueño ingenuo
en la violencia de crecer.
A lo mejor-estoy mejor-y cambiar-era también-esto
Esa tristeza no era yo, estaba creciendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario