Desde que te conozco
ando repitiendo patrones
y palabras y frases
que taché para mí prohibidas.
Has roto todo el invierno
que tenía encerrado en mi cuarto
y ahora
quiero que me lleve el tiempo
y tú,
aunque no se cumplan los deseos infinitos
que planeas con la punta de tus dedos
sobre mi lienzo en blanco.
Y yo
dejo
que cojas mis manos noruegas
que sujetes mi cintura
que susurres a mi oído
días que aún no existen,
pero ojalá.
Yo me dejo.
No tiene explicación:
ya no hay miedo,
tan solo
la pesada incertidumbre
de no saber si tú
sabras cómo esperarme
y controlar las agujas
para que siempre marquen
el momento exacto donde nunca volverán a moverse.
Seguidores
viernes, 12 de agosto de 2016
viernes, 29 de julio de 2016
De por qué anhelo la costa en invierno a la causa del gris madrileño I
Después de que ella se marchase no volvimos más a aquel lugar. Decidí que si se había ido para no volver nunca, yo tampoco quería regresar jamás. Aunque sí, es cierto, una vez lo intenté. Pero dolía: ya no era lo mismo.
A aquella mujer le gustaba recoger conchas en la orilla durante sus largos paseos. A veces (a menudo) la acompañaba, mojándome los pies en el agua. Me gustaba escuchar sus historias como si fuesen cuentos y sin saber, en ese momento, que eran reliquias y que las echaría de menos. Se había criado toda su vida cerca del mar y era incapaz de vivir en tierra firme. Podía, pero era un pez que poco a poco se quedaba sin aire y necesitaba reponerse. Creo que, por eso, yo tampoco sé vivir en lugares secos.
Todas las tardes me dejaba huir a su habitación, siempre esquinada. La veía maquillarse en el espejo, usar su perfume, peinarse los rizos y quejarse de que allí nunca le quedaban como quería. Pero era feliz. Qué sencillo era entonces, aunque la felicidad consistiese en verla dormir o toquetear su barriga.
Desde su balcón se veía el horizonte. Sin fin, inmenso. Hipnóticamente lejos. Me hacía sentir su infinitud, me engañaba creyendo que las cosas podían ser eternas: que si ella me prometía quedarse, podía hacerlo. El futuro en sus palabras parecía moldeable. Yo creía que era mágica. Quizá me equivocaba y las personas no son perfectas ni tampoco imperecederas. Pero qué bonito hubiera sido que los días de verano infantiles siguieran siendo eternos.
No, no volví más. No quería. Y sin embargo buscaba esa sensación en lugares nuevos, totalmente distintos pero con la misma horizontalidad. Lo he intentado: no puedo. Me sigue persiguiendo un hormigueo infantil imparable que me dice, me susurra cada día, que la positividad reside en la inmensidad de aquel mar. Es casa.
Quiero volver, por si te encuentro. Pienso, sin querer, que puedo ser pequeña de nuevo. Y quizá, entonces, poder encontrar el océano en tu pecho.
A aquella mujer le gustaba recoger conchas en la orilla durante sus largos paseos. A veces (a menudo) la acompañaba, mojándome los pies en el agua. Me gustaba escuchar sus historias como si fuesen cuentos y sin saber, en ese momento, que eran reliquias y que las echaría de menos. Se había criado toda su vida cerca del mar y era incapaz de vivir en tierra firme. Podía, pero era un pez que poco a poco se quedaba sin aire y necesitaba reponerse. Creo que, por eso, yo tampoco sé vivir en lugares secos.
Todas las tardes me dejaba huir a su habitación, siempre esquinada. La veía maquillarse en el espejo, usar su perfume, peinarse los rizos y quejarse de que allí nunca le quedaban como quería. Pero era feliz. Qué sencillo era entonces, aunque la felicidad consistiese en verla dormir o toquetear su barriga.
Desde su balcón se veía el horizonte. Sin fin, inmenso. Hipnóticamente lejos. Me hacía sentir su infinitud, me engañaba creyendo que las cosas podían ser eternas: que si ella me prometía quedarse, podía hacerlo. El futuro en sus palabras parecía moldeable. Yo creía que era mágica. Quizá me equivocaba y las personas no son perfectas ni tampoco imperecederas. Pero qué bonito hubiera sido que los días de verano infantiles siguieran siendo eternos.
No, no volví más. No quería. Y sin embargo buscaba esa sensación en lugares nuevos, totalmente distintos pero con la misma horizontalidad. Lo he intentado: no puedo. Me sigue persiguiendo un hormigueo infantil imparable que me dice, me susurra cada día, que la positividad reside en la inmensidad de aquel mar. Es casa.
Quiero volver, por si te encuentro. Pienso, sin querer, que puedo ser pequeña de nuevo. Y quizá, entonces, poder encontrar el océano en tu pecho.
martes, 26 de julio de 2016
¿Qué es el amor? Parte I.
Hace poco me di cuenta de que ya no disfruto igual de las canciones. Tampoco de las películas, según cuáles. Me he acabado acostumbrando a correr siempre velos muy tupidos, a sentirme externa y no ser capaz de dejarme llevar inmersa. Es que, ahora, he llegado a un punto sin retorno. Si destruyes las piezas, volver a montarlas no es fácil, como tampoco lo es lograr ver el mundo de la misma manera. No es posible, ya no se puede dar marcha atrás.
Y es esa conciencia de lo erróneo lo que construye la distancia, exhaustiva, que ya no me ciega, ni me deja ver lo socialmente bonito de estar a oscuras.
No es bonito, en realidad, que todo esté tan lleno de conceptos y valores que no puedo compartir. Es bastante complicado, de hecho, intentar ignorar la parte tóxica de las cosas. Es arte, pero me consume. Me cansa. Me cansa ver cómo hasta lo que por definición debería ir contra el sistema, reproduce cada ápice perjudicial para mí, para ella, para el resto.
Puedo fingir, pero es agridulce y no sé cómo borrar esa sensación cuando no todo el mundo es capaz de comprenderla, sobre todo si partimos de bases distintas. Yo quiero un arte que me incluya y donde correr velos no sea necesario. Quiero, precisamente, no tener que fingir más. Ni disimular mi enfado porque no sea comprensible.
Si no existe, supongo, tendré que ayudar a construirlo.
La verdad es que sí, es bastante complicado ver que estás fuera de lugar y tener que hacerte tú un hueco. Especialmente cuando ya no es mera inclusión, sino necesidad de transmitir que ciertas cosas no son tolerables. A lo mejor a mí me habría evitado circunstancias traumáticas que en su día creí normales. Entiendo que en ello no influye solo lo artístico, sino el conjunto de lo social. Pero cuánto me habría ayudado saber que dejarme pisotear y machacar no estaba bien. Ver, por ejemplo, una crítica en la pantalla de la forma de querer impuesta y lejana de lo indoloro.
Así que, puestos a cambiar las cosas, quiero empezar denunciando, criticando, eso que a mí tanto daño me hace. Puede que también a ti, si no en este momento, en cualquier otro eventual.
Cuando era pequeña tenía la idea en la cabeza de que acabar sola en la vida era un fracaso. Dicho así, y leyéndolo, es posible que suene ridículo. No lo es en absoluto. No tenemos la culpa de asumir nuestra existencia como incompleta, necesitada de una mitad perdida y susceptible de encuentro, en especial cuando continuamente se nos bombardea con un futuro ya hecho, deseable y dibujado meta.
La gente asume que, cuando crezcas, te casarás, tendrás hijos e hijas, un trabajo estable y después a morirse. A mí eso me parecía lo normal: casarse y tener una familia. Lo de morirse ya no, eso prefería evitar pensarlo (incluso ahora me da un pavor impresionante).
Así que me encontraba, pequeña, en un mundo donde todo parecía ya construido y planificado para mí. Quién era yo para contradecir lo ya escrito. Seguí la corriente y, dejándome llevar por la comodidad de no ser consciente, continué pensando que estar sola era un fracaso: se convirtió en temor sin darme cuenta. Y es entonces cuando comienza el daño. Cuando entras en la boca del primer lobo que pasa. Y toleras lo intolerable porque te crees querida, pero en realidad es todo ceguera tuya.
Me había enamorado de la idea de querer, pero no era amor, en absoluto. Era miedo. Terrible compañero que nunca me abandona.
Por no querer estar sola, por no querer estar solo (y ser una persona despreciable, todo sea dicho) acabé mentalmente destruida resultado de una manipulación constante. Dije ''hasta aquí''. Adiós, muy buenas. Y tiré a la basura mi concepto del amor. Lo hice añicos, para después adoptar otro más correcto: el mío propio. El querer ajeno, pero sin cadenas.
Quiero querer de manera libre y sin temer al abandono, a los segundos planos. No me da miedo la soledad. Me da miedo el resto. Pero ahora, al menos, sé que no me faltan piezas. Ni a ti tampoco.
Que me quieran es algo que no corre prisa alguna ni exige forma concreta. Lo tengo bastante claro y sin embargo aún me queda mucho camino por desrecorrer.
Y es esa conciencia de lo erróneo lo que construye la distancia, exhaustiva, que ya no me ciega, ni me deja ver lo socialmente bonito de estar a oscuras.
No es bonito, en realidad, que todo esté tan lleno de conceptos y valores que no puedo compartir. Es bastante complicado, de hecho, intentar ignorar la parte tóxica de las cosas. Es arte, pero me consume. Me cansa. Me cansa ver cómo hasta lo que por definición debería ir contra el sistema, reproduce cada ápice perjudicial para mí, para ella, para el resto.
Puedo fingir, pero es agridulce y no sé cómo borrar esa sensación cuando no todo el mundo es capaz de comprenderla, sobre todo si partimos de bases distintas. Yo quiero un arte que me incluya y donde correr velos no sea necesario. Quiero, precisamente, no tener que fingir más. Ni disimular mi enfado porque no sea comprensible.
Si no existe, supongo, tendré que ayudar a construirlo.
La verdad es que sí, es bastante complicado ver que estás fuera de lugar y tener que hacerte tú un hueco. Especialmente cuando ya no es mera inclusión, sino necesidad de transmitir que ciertas cosas no son tolerables. A lo mejor a mí me habría evitado circunstancias traumáticas que en su día creí normales. Entiendo que en ello no influye solo lo artístico, sino el conjunto de lo social. Pero cuánto me habría ayudado saber que dejarme pisotear y machacar no estaba bien. Ver, por ejemplo, una crítica en la pantalla de la forma de querer impuesta y lejana de lo indoloro.
Así que, puestos a cambiar las cosas, quiero empezar denunciando, criticando, eso que a mí tanto daño me hace. Puede que también a ti, si no en este momento, en cualquier otro eventual.
Cuando era pequeña tenía la idea en la cabeza de que acabar sola en la vida era un fracaso. Dicho así, y leyéndolo, es posible que suene ridículo. No lo es en absoluto. No tenemos la culpa de asumir nuestra existencia como incompleta, necesitada de una mitad perdida y susceptible de encuentro, en especial cuando continuamente se nos bombardea con un futuro ya hecho, deseable y dibujado meta.
La gente asume que, cuando crezcas, te casarás, tendrás hijos e hijas, un trabajo estable y después a morirse. A mí eso me parecía lo normal: casarse y tener una familia. Lo de morirse ya no, eso prefería evitar pensarlo (incluso ahora me da un pavor impresionante).
Así que me encontraba, pequeña, en un mundo donde todo parecía ya construido y planificado para mí. Quién era yo para contradecir lo ya escrito. Seguí la corriente y, dejándome llevar por la comodidad de no ser consciente, continué pensando que estar sola era un fracaso: se convirtió en temor sin darme cuenta. Y es entonces cuando comienza el daño. Cuando entras en la boca del primer lobo que pasa. Y toleras lo intolerable porque te crees querida, pero en realidad es todo ceguera tuya.
Me había enamorado de la idea de querer, pero no era amor, en absoluto. Era miedo. Terrible compañero que nunca me abandona.
Por no querer estar sola, por no querer estar solo (y ser una persona despreciable, todo sea dicho) acabé mentalmente destruida resultado de una manipulación constante. Dije ''hasta aquí''. Adiós, muy buenas. Y tiré a la basura mi concepto del amor. Lo hice añicos, para después adoptar otro más correcto: el mío propio. El querer ajeno, pero sin cadenas.
Quiero querer de manera libre y sin temer al abandono, a los segundos planos. No me da miedo la soledad. Me da miedo el resto. Pero ahora, al menos, sé que no me faltan piezas. Ni a ti tampoco.
Que me quieran es algo que no corre prisa alguna ni exige forma concreta. Lo tengo bastante claro y sin embargo aún me queda mucho camino por desrecorrer.
viernes, 20 de mayo de 2016
El vértigo
Cuando ella se fue ya no hubo más color. Ni música, ni sonido. No existía el movimiento, siempre inerte sobre sus costillas. La mirada fija, por si volvía. No quedaba pintura capaz de borrar sus tonos grises. La buscó sin encontrarla, y entremedias conoció lo turbio de andar sin rumbo y refugiarse donde no debía. No hay salida si es fácil, no hay paciencia si la espera ha sido eterna e inacabable.
Pero llegó sin saber bien cómo. Nunca sabría cómo contigo: eras todo opacidad. Una continua carrera de fondo por lograr rozar tu mano una vez más. Llega y te vas, Nunca desapareces, porque nunca estás.
Cíclicamente presente siendo ausencia. Muerde el tiempo por acariciar tu pelo.
Todo lo que tiene es una imagen tuya que no se borra. No se va, no quiere que lo haga. Vive por dibujar tus ojos cerca de su cuello. No se olvida de cómo miras y te enfadas con el mundo. No sabe, no sabe caminar sin querer encontrarte, alcanzarte, agarrar tu camisa. Quedarse contemplando el ángulo perfecto de tus mejillas es lo único que pide.
Ahora ya no existe el gris: todo es verde.
Devoraste por completo el vacío que consumía su pecho y ahora, inconsciente, ella es quien devora los vientos por que seas tú quien la consuma.
Eterno vaivén, quédate y deja que te vea cristalino.
No es tan complicado: solo busca que la mires.
Pero llegó sin saber bien cómo. Nunca sabría cómo contigo: eras todo opacidad. Una continua carrera de fondo por lograr rozar tu mano una vez más. Llega y te vas, Nunca desapareces, porque nunca estás.
Cíclicamente presente siendo ausencia. Muerde el tiempo por acariciar tu pelo.
Todo lo que tiene es una imagen tuya que no se borra. No se va, no quiere que lo haga. Vive por dibujar tus ojos cerca de su cuello. No se olvida de cómo miras y te enfadas con el mundo. No sabe, no sabe caminar sin querer encontrarte, alcanzarte, agarrar tu camisa. Quedarse contemplando el ángulo perfecto de tus mejillas es lo único que pide.
Ahora ya no existe el gris: todo es verde.
Devoraste por completo el vacío que consumía su pecho y ahora, inconsciente, ella es quien devora los vientos por que seas tú quien la consuma.
Eterno vaivén, quédate y deja que te vea cristalino.
No es tan complicado: solo busca que la mires.
lunes, 9 de mayo de 2016
A aquel que busco y nunca encuentro
Las agujas se movían a una velocidad atronadora. Parecía que el tiempo se hubiese congelado justo en el momento más inadecuado. Cuanto más quería que se acelerase, se ralentizaba. Al otro lado de la ventana hacía frío y un viento horrible y feo. Nunca es bonito el viento si no despeina tu pelo.
Daba pasos de aquí para allá. Mordisqueaba su pulgar mirando al suelo, controlando, impasible, no desgastarlo con su caminar inquieto. ¿Jamás sonaría el teléfono? Esperaba que, más por milagro que por voluntad ajena, no fuese suyo el impulso primero. Siempre por delante del resto, carecía de la paciencia suficiente. Era su desquicie.
El único sonido, el aire silbante y ausente en sus pulmones. <<No camines más, no llamará nadie>>. Sus pasos no son suficientes para hacer tangible lo divino. Se sentó en el borde de la cama y observó su reflejo. El pelo moreno, largo y ondulado. Ojeras inherentes al filo de sus ojos marrones. Redondos y tristes, siempre en otro mundo: el suyo. ¿Acaso se miraba a sí, o hacía ya tiempo que se había perdido? En efecto y extraviada. Sabía muy bien dónde.
Aún te buscaba por las calles más bonitas, consciente de que allí no estabas. Esa era la única certeza: que no estabas. Con tu pelo despeinado, hacías de la nada un caos. Capaz de aparecerte en el perfume ajeno, suplantando lo que no era tuyo pero casi. Constante en cada día, noche y tarde. En cada rinconcito perdido de un barrio humilde. En aquel que se te parecía, en ese sitio donde logró verte, en ese metro que nunca has cogido pero quién sabe.
Ella, desde luego, no sabe. Por eso camina y se pone nerviosa. Y se enamora de una imagen que no te corresponde ni te hace justicia alguna. Ella no sabe nada de ti, pero te busca y no cesa. No puede evitarlo. Aunque se pase la vida negándolo.
No es consciente de lo que siente. Mucho menos de las dimensiones de su búsqueda continua. Persigue un espejismo que ella solita ha creado. A ti, que siempre vas dos pasos por delante, y ella lo único que quiere es ir contigo de la mano.
Para y mira.
Te está esperando.
Daba pasos de aquí para allá. Mordisqueaba su pulgar mirando al suelo, controlando, impasible, no desgastarlo con su caminar inquieto. ¿Jamás sonaría el teléfono? Esperaba que, más por milagro que por voluntad ajena, no fuese suyo el impulso primero. Siempre por delante del resto, carecía de la paciencia suficiente. Era su desquicie.
El único sonido, el aire silbante y ausente en sus pulmones. <<No camines más, no llamará nadie>>. Sus pasos no son suficientes para hacer tangible lo divino. Se sentó en el borde de la cama y observó su reflejo. El pelo moreno, largo y ondulado. Ojeras inherentes al filo de sus ojos marrones. Redondos y tristes, siempre en otro mundo: el suyo. ¿Acaso se miraba a sí, o hacía ya tiempo que se había perdido? En efecto y extraviada. Sabía muy bien dónde.
Aún te buscaba por las calles más bonitas, consciente de que allí no estabas. Esa era la única certeza: que no estabas. Con tu pelo despeinado, hacías de la nada un caos. Capaz de aparecerte en el perfume ajeno, suplantando lo que no era tuyo pero casi. Constante en cada día, noche y tarde. En cada rinconcito perdido de un barrio humilde. En aquel que se te parecía, en ese sitio donde logró verte, en ese metro que nunca has cogido pero quién sabe.
Ella, desde luego, no sabe. Por eso camina y se pone nerviosa. Y se enamora de una imagen que no te corresponde ni te hace justicia alguna. Ella no sabe nada de ti, pero te busca y no cesa. No puede evitarlo. Aunque se pase la vida negándolo.
No es consciente de lo que siente. Mucho menos de las dimensiones de su búsqueda continua. Persigue un espejismo que ella solita ha creado. A ti, que siempre vas dos pasos por delante, y ella lo único que quiere es ir contigo de la mano.
Para y mira.
Te está esperando.
jueves, 10 de marzo de 2016
Tarde Estrellada
El
agua llevaba corriendo ya demasiado tiempo. Se encontraba ensimismada en su
reflejo inmóvil. Desnudo, pero aún con algo de ropa. Casi inerte. Decorada en
encaje. El reloj marcaba las cinco de la tarde sobre unos azulejos blancos y azules.
Decir que el baño era un refugio suena extraño para cualquiera. ¿Por qué
alguien querría esconderse allí?
¿Y
por qué no?
Entre
sus cerámicas paredes se sentía segura, aislada, protegida de la multitud en un
espacio impenetrable. Nadie podría molestarla en aquel lugar, completamente en
silencio, en plena soledad. Es más, le tranquilizaba, sentía la necesidad de
huir y encerrarse en él hasta que todo pasase. Respirar hondo y enfrentarse al
mundo de nuevo.
Así
pues podemos encontrarla de pie frente al espejo, escrutándose a sí misma y a
su pelo moreno dibujando eses sobre sus hombros: haciendo curvilínea su
espalda. No sé muy bien qué pasaba por sus ojos, por qué contemplaban de
aquella manera tan serena lo que tantas veces habían visto. Pareciese que buscase
algo más. Alguien más que allí no estaba.
Deshizo
sus encajes despacio: toda la delicadeza del mundo estaba en sus manos. El agua
tibia y su piel fría. Oxímoron de una bañera que ahora estaba más llena que
ella misma. Se dejó sumergir como si desapareciera en olas cautivas por la
porcelana. El tiempo corría pero no le importaba en absoluto, había perdido
tantos minutos que unos pocos más le parecían insignificantes. Daba igual, era
irrecuperable. No marcarían la diferencia. Era irónicamente justo lo que
necesitaba, perder el tiempo para ganarlo. Ganar tiempo derrochándolo bajo sus
propios deseos. Controlar, por fin, en qué lo desperdiciaba. Entonces no sería
una pérdida.
Se
dejó caer tanto que el agua la cubrió por completo. El techo parecía un cuadro
de Van Gogh deshecho, se vio más reflejada en él que en el espejo.
<<Tarde estrellada>>. Ojalá sonase el teléfono y no todo ese
silencio. Quería oír una llamada, salir corriendo. <<Hola, ¿podemos
vernos?>>, nada más que eso. Pero, bueno, no era una partitura compuesta para ella. Era la chica que escribía y nunca era escrita. Aquella que esperaba
sentada a que leyesen su pensamiento mejor de lo que sabía ella leer al resto.
No dar el paso, esconderse en la satisfacción de quedarse quieta y que todo le
venga hecho. Enviar un mensaje a la nada como si alguien fuese a escucharlo por
arte de magia. Nunca nadie llegaba a leerlo.
Se
quedaba sin aire, totalmente asfixiada por sí misma. Ya no había cuadro de Van
Gogh, ni refugio líquido, pero sí el mismo silencio. El ruido atronador de
estar sin ti oprimiéndole el pecho, y sus ojos perdidos, esta vez, en una pared
vacía.
Te
buscaba por la calle cada vez que salía. No importaba a quién mirase, siempre
esperaba que fueras tú. ¿Cómo? De manera utópica, sabiendo, en el fondo, que
jamás serías. Y se arrepentía entonces de haberte platonizado. De haber creído
en la falta de interés y al mismo tiempo declararse atea de tu apatía. De haber
sentido de lejos, sin decirlo y fingiendo ser hielo. Invierno que se aleja y
tiene miedo. No sabe qué hacer y al final no hace nada. Paradójica manera de
pedirte que la mires.
Ya
no había poesía: el agua tan fría como su piel. Poco a poco haciendo de la
bañera una metáfora de lo que sentía. No te has marchado porque nunca te dejó
estar. ¿Querías? No te lo pedirá. Se quedará callada, con su boquita rosa
cerrada y su cuaderno lleno de hojas escritas que no te entregará, pero eran todas
para ti. Esperando a verte en su portal cuando vuelve por las tardes. Y tú
siempre tan ausente, nunca en las calles, buscándote sin poder encontrarte.
Imaginando que existe la casualidad y dejando en manos del azar el anhelo de
volver a mirarte.
<<Vuelve
a frecuentar la Gran Vía los viernes>>
El
hormigueó de pensar que podéis encontraros. El enorme precipicio de no hacerlo.
Se
acabó el baño. Vuelta al encaje, a la camisa ancha y al pelo alborotado. Una
última mirada al espejo. Una sonrisa irónica y cansada: ya va siendo hora de
hacer algo.
¿Pero
acaso tú también estás esperando?
viernes, 1 de enero de 2016
Gris ceniza.
Cuando era pequeña creía que las personas mayores que no se casaban ni tenían hijos eran unas fracasadas. A veces me sorprende a mí misma darme cuenta de que esa concepción se mantuvo en mis prejuicios más profundos hasta hace pocos años. Me angustiaba, en cierto modo, que aquello también me pasase a mí. Ahora no lo veo algo tan horrible. Es más, opino todo lo contrario.
De ese cambio de perspectiva se han ocupado todas las películas bien o mal llamadas ''realistas'' sobre las parejas adultas. En todas ellas es siempre la misma idea: el amor es muy bonito, sí, pero al principio. Luego ya vienen los problemas y la vida se vuelve amarga y gris. O quizá siempre fue así, pero las películas Disney y demás se encargaron de hacernos creer en un arcoiris al final del camino. Tal cual, pero de manera implícita. ¿Por qué si no el cuento nunca mostraba la vida en pareja? Siempre queda mejor un ''Y vivieron felices y comieron perdices'' que un ''Y acabaron mandando los finales Disney a tomar por culo''.
Pero, analicémoslo en serio. ¿Es que acaso es tan importante el amor? Me parece verdaderamente triste que existan personas incapaces de vivir por sí mismas, de ser felices sin alguien a quien querer. Si es que esa dependencia puede acaso llamarse ''amor'', porque, ¿quieres realmente a esa persona o es tu miedo a estar solo lo que te liga a ella?
Vives por y para escapar de la soledad amorosa y es ese estado continuo de fuga el que no te permite querer bien a nadie, porque solo te quieres a ti mismo. Porque no tienes ni idea de qué es el amor más allá de una americanada barata del amor familiar. De un amor basura que ha acabado por completo con tu individualidad.
A veces parece que se nos olvida que solos llegamos y solos nos morimos, y tampoco es algo tan terrible. Yo no soy una media naranja, me basto yo sola para completarme y no necesito de otra persona. Nadie realmente lo hace. La vida no se reduce a querer ni tampoco se reduce a estar solo. Es evidente que habrá momentos en los que tendremos a alguien y otros en los que no, pero no se puede vivir aferrándose a los demás por miedo a esos instantes de soledad ficticia, porque nunca es soledad, porque el cariño no solamente se nos manifiesta de manera romántica.
No me estoy refiriendo a una soledad en mayúsculas, a una soledad real de verdaderamente no tener absolutamente a nadie y encontrarte a ti mismo, solo, en un apartamento y sin ninguna persona a la que llamar. Me estoy refiriendo a ese vacío que se nos dice que es tal, pero en realidad no es. Al vacío de pensar que no podemos ser felices sin enamorarnos o sin que se enamoren de nosotros, porque de ninguna manera es así. Creo que la vida es algo más. Y sé con seguridad que para poder querer bien primero hay que quererse a uno mismo, reafirmarse y comprender que el amor es saber estar solo. Porque después, cuando tú llegues, tendré la certeza de decir que si quieres marcharte puedes hacerlo, que no me perteneces y que la vida sigue pero que es maravilloso ser libre contigo. Sin ataduras ni contratos. Sin mantenerme a tu lado con el único pretexto de una cama vacía si te dejo ir.
Ese es el amor en el que yo creo, el amor que no es mezcla, sino suma. Aquel en el que tú y yo somos, pero no dejamos de ser tú y yo.
De ese cambio de perspectiva se han ocupado todas las películas bien o mal llamadas ''realistas'' sobre las parejas adultas. En todas ellas es siempre la misma idea: el amor es muy bonito, sí, pero al principio. Luego ya vienen los problemas y la vida se vuelve amarga y gris. O quizá siempre fue así, pero las películas Disney y demás se encargaron de hacernos creer en un arcoiris al final del camino. Tal cual, pero de manera implícita. ¿Por qué si no el cuento nunca mostraba la vida en pareja? Siempre queda mejor un ''Y vivieron felices y comieron perdices'' que un ''Y acabaron mandando los finales Disney a tomar por culo''.
Pero, analicémoslo en serio. ¿Es que acaso es tan importante el amor? Me parece verdaderamente triste que existan personas incapaces de vivir por sí mismas, de ser felices sin alguien a quien querer. Si es que esa dependencia puede acaso llamarse ''amor'', porque, ¿quieres realmente a esa persona o es tu miedo a estar solo lo que te liga a ella?
Vives por y para escapar de la soledad amorosa y es ese estado continuo de fuga el que no te permite querer bien a nadie, porque solo te quieres a ti mismo. Porque no tienes ni idea de qué es el amor más allá de una americanada barata del amor familiar. De un amor basura que ha acabado por completo con tu individualidad.
A veces parece que se nos olvida que solos llegamos y solos nos morimos, y tampoco es algo tan terrible. Yo no soy una media naranja, me basto yo sola para completarme y no necesito de otra persona. Nadie realmente lo hace. La vida no se reduce a querer ni tampoco se reduce a estar solo. Es evidente que habrá momentos en los que tendremos a alguien y otros en los que no, pero no se puede vivir aferrándose a los demás por miedo a esos instantes de soledad ficticia, porque nunca es soledad, porque el cariño no solamente se nos manifiesta de manera romántica.
No me estoy refiriendo a una soledad en mayúsculas, a una soledad real de verdaderamente no tener absolutamente a nadie y encontrarte a ti mismo, solo, en un apartamento y sin ninguna persona a la que llamar. Me estoy refiriendo a ese vacío que se nos dice que es tal, pero en realidad no es. Al vacío de pensar que no podemos ser felices sin enamorarnos o sin que se enamoren de nosotros, porque de ninguna manera es así. Creo que la vida es algo más. Y sé con seguridad que para poder querer bien primero hay que quererse a uno mismo, reafirmarse y comprender que el amor es saber estar solo. Porque después, cuando tú llegues, tendré la certeza de decir que si quieres marcharte puedes hacerlo, que no me perteneces y que la vida sigue pero que es maravilloso ser libre contigo. Sin ataduras ni contratos. Sin mantenerme a tu lado con el único pretexto de una cama vacía si te dejo ir.
Ese es el amor en el que yo creo, el amor que no es mezcla, sino suma. Aquel en el que tú y yo somos, pero no dejamos de ser tú y yo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)