Cuando ella se fue ya no hubo más color. Ni música, ni sonido. No existía el movimiento, siempre inerte sobre sus costillas. La mirada fija, por si volvía. No quedaba pintura capaz de borrar sus tonos grises. La buscó sin encontrarla, y entremedias conoció lo turbio de andar sin rumbo y refugiarse donde no debía. No hay salida si es fácil, no hay paciencia si la espera ha sido eterna e inacabable.
Pero llegó sin saber bien cómo. Nunca sabría cómo contigo: eras todo opacidad. Una continua carrera de fondo por lograr rozar tu mano una vez más. Llega y te vas, Nunca desapareces, porque nunca estás.
Cíclicamente presente siendo ausencia. Muerde el tiempo por acariciar tu pelo.
Todo lo que tiene es una imagen tuya que no se borra. No se va, no quiere que lo haga. Vive por dibujar tus ojos cerca de su cuello. No se olvida de cómo miras y te enfadas con el mundo. No sabe, no sabe caminar sin querer encontrarte, alcanzarte, agarrar tu camisa. Quedarse contemplando el ángulo perfecto de tus mejillas es lo único que pide.
Ahora ya no existe el gris: todo es verde.
Devoraste por completo el vacío que consumía su pecho y ahora, inconsciente, ella es quien devora los vientos por que seas tú quien la consuma.
Eterno vaivén, quédate y deja que te vea cristalino.
No es tan complicado: solo busca que la mires.
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viernes, 20 de mayo de 2016
lunes, 9 de mayo de 2016
A aquel que busco y nunca encuentro
Las agujas se movían a una velocidad atronadora. Parecía que el tiempo se hubiese congelado justo en el momento más inadecuado. Cuanto más quería que se acelerase, se ralentizaba. Al otro lado de la ventana hacía frío y un viento horrible y feo. Nunca es bonito el viento si no despeina tu pelo.
Daba pasos de aquí para allá. Mordisqueaba su pulgar mirando al suelo, controlando, impasible, no desgastarlo con su caminar inquieto. ¿Jamás sonaría el teléfono? Esperaba que, más por milagro que por voluntad ajena, no fuese suyo el impulso primero. Siempre por delante del resto, carecía de la paciencia suficiente. Era su desquicie.
El único sonido, el aire silbante y ausente en sus pulmones. <<No camines más, no llamará nadie>>. Sus pasos no son suficientes para hacer tangible lo divino. Se sentó en el borde de la cama y observó su reflejo. El pelo moreno, largo y ondulado. Ojeras inherentes al filo de sus ojos marrones. Redondos y tristes, siempre en otro mundo: el suyo. ¿Acaso se miraba a sí, o hacía ya tiempo que se había perdido? En efecto y extraviada. Sabía muy bien dónde.
Aún te buscaba por las calles más bonitas, consciente de que allí no estabas. Esa era la única certeza: que no estabas. Con tu pelo despeinado, hacías de la nada un caos. Capaz de aparecerte en el perfume ajeno, suplantando lo que no era tuyo pero casi. Constante en cada día, noche y tarde. En cada rinconcito perdido de un barrio humilde. En aquel que se te parecía, en ese sitio donde logró verte, en ese metro que nunca has cogido pero quién sabe.
Ella, desde luego, no sabe. Por eso camina y se pone nerviosa. Y se enamora de una imagen que no te corresponde ni te hace justicia alguna. Ella no sabe nada de ti, pero te busca y no cesa. No puede evitarlo. Aunque se pase la vida negándolo.
No es consciente de lo que siente. Mucho menos de las dimensiones de su búsqueda continua. Persigue un espejismo que ella solita ha creado. A ti, que siempre vas dos pasos por delante, y ella lo único que quiere es ir contigo de la mano.
Para y mira.
Te está esperando.
Daba pasos de aquí para allá. Mordisqueaba su pulgar mirando al suelo, controlando, impasible, no desgastarlo con su caminar inquieto. ¿Jamás sonaría el teléfono? Esperaba que, más por milagro que por voluntad ajena, no fuese suyo el impulso primero. Siempre por delante del resto, carecía de la paciencia suficiente. Era su desquicie.
El único sonido, el aire silbante y ausente en sus pulmones. <<No camines más, no llamará nadie>>. Sus pasos no son suficientes para hacer tangible lo divino. Se sentó en el borde de la cama y observó su reflejo. El pelo moreno, largo y ondulado. Ojeras inherentes al filo de sus ojos marrones. Redondos y tristes, siempre en otro mundo: el suyo. ¿Acaso se miraba a sí, o hacía ya tiempo que se había perdido? En efecto y extraviada. Sabía muy bien dónde.
Aún te buscaba por las calles más bonitas, consciente de que allí no estabas. Esa era la única certeza: que no estabas. Con tu pelo despeinado, hacías de la nada un caos. Capaz de aparecerte en el perfume ajeno, suplantando lo que no era tuyo pero casi. Constante en cada día, noche y tarde. En cada rinconcito perdido de un barrio humilde. En aquel que se te parecía, en ese sitio donde logró verte, en ese metro que nunca has cogido pero quién sabe.
Ella, desde luego, no sabe. Por eso camina y se pone nerviosa. Y se enamora de una imagen que no te corresponde ni te hace justicia alguna. Ella no sabe nada de ti, pero te busca y no cesa. No puede evitarlo. Aunque se pase la vida negándolo.
No es consciente de lo que siente. Mucho menos de las dimensiones de su búsqueda continua. Persigue un espejismo que ella solita ha creado. A ti, que siempre vas dos pasos por delante, y ella lo único que quiere es ir contigo de la mano.
Para y mira.
Te está esperando.
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