Estuve a punto de decirte a ti. Me sentía tan sola. Un poco estúpida también. ¿Quién me creía para sentir algo? No era lo correcto, era inocente. No podía cambiarte, aunque en el fondo no es lo que quería. Yo quería ser la excepción de la norma que construía tus barreras. Quería correr las cortinas de tu cuarto para que vieras el cielo nublado. Quería conocer tu cuarto. Quería andar contigo de aquí a allá y que me cogieses de la mano sin mirar porque sabias que lo estaba esperando. Que me mirases. Ante todo, quería que me mirases, pero siempre me encontraba a mí misma mirándote a ti. Quería que lloviese y estar contigo debajo. Ahora lo sé.
En aquel momento no sabía lo que quería. Me dejaba guiar por la curiosidad de saber qué era estar con alguien. Y me equivoqué, porque tú seguías estando ahí. Siempre ahí, aunque lo negase.
Quizá la noche para ti siguió siendo noche, y el tiempo caminaba a su paso lento, incesante. Quizá para ti no hubo ningún daño colateral, ni un pensamiento que llevase mi perfume. Quizá para ti ya no existan esos días. No te culpo. No hay culpa.
Nunca supe qué querías tú. Eres tan ambiguo. Pretendes ser claro y sin embargo me siento más confusa que nunca. Finjo estar más confusa que nunca. Porque me aterroriza saber que la respuesta sea tan simple, que no encierre nada dentro.
No hay final feliz. No hay nada más allá de lo que dices. No quiero darme cuenta de ello.
Quiero escuchar ''quiero verte'' de tus labios. Yo no me atrevo a decirlo.
Porque me da un miedo atroz romper la paciencia y no poder volverte a mirar todas esas veces que tú no reparas en mí.
Todas esas veces que, ahora, incongruente, echo de menos.