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viernes, 27 de junio de 2014

La artesana de planetas.

Me dijeron hace tiempo ''Eres una crédula, sal del nido de una vez'' y nunca les hice caso. Me daba miedo no ser inofensiva y acabar destrozando al resto. No quería ser un mal recuerdo, jamás quise serlo. Así que fui de un lado a otro sin hacer daño a nadie, porque creía que era la única manera de hacer lo correcto.
Y sí, era lo correcto.
Pero no para mí.
Pasar por el mundo sin causar destrozos, protegiendo a todos en paños de algodón, recomponiendo pedacitos de puzzles que no eran míos, sólo ha servido para acabar devastada por lo que yo sola protegía de sus miedos.
Porque de tanto proclamar el pacifismo me olvidé de ponerme a cubierto de todas aquellas personas que se mueven por el daño. Del mundo entero que acabó demostrándome que ser inofensivo es el primer paso para volverse completamente destructivo (no necesariamente con otros).
De ti, que enredaste mis esquemas hasta convertirlos en el nudo que se forma en mi estómago cada vez que veo una fotografía tuya.
De él, que simplemente era él y no supe verlo. De él.
Así que ahora, que ya es demasiado tarde y no tengo donde resguardarme de mis monstruos, es cuando de verdad me doy cuenta de lo admirable que es no dejarse corromper por una realidad llena de gente vacía y de corazones tan rotos que rompen al resto. Y de lo mucho que me está costando mantenerme cuerda después tanto reparar planetas ajenos, para ver cómo ellos mismos acaban por estropearme a mí.
Me dijeron hace tiempo ''Eres una crédula, sal del nido de una vez'', pero no se dieron cuenta de que lo complicado es quedarse dentro, sin dejar que nadie nos empuje a un mundo de desilusiones con la simple fuerza de una promesa a medias.

domingo, 15 de junio de 2014

Desconocerte.

He dejado de buscarte para
ver si así te encontraba,
porque sólo
con la memoria vacía
se puede caminar a tientas
y a tiendas dar contigo
mientras digo
que ha pasado tanto tiempo
que ya
no me acordaba
de ti.
Te preguntaría entonces
por tu vida
(que ya no es mía)
por los meses en los que
no estaba
(que fueron tantos)
y por el hueco de tu pecho
(que espero siga estando desocupado)
para ver si de pregunta
a pregunta estúpida
llegamos al epicentro
de este tornado
y me invitas a tomar algo
como solíamos hacer antes
de que tuviera
que olvidarte.
Cómo si de verdad fuera posible
quitarle a la primavera sus flores
y deshacer después todas tus fotografías.

martes, 10 de junio de 2014

La tumba de las mariposas.

Me dijeron una vez que había que saber respetarse a uno mismo. Y no se equivocaban, pero es más fácil decirlo que llevarlo a cabo. Yo nunca supe cómo hacerlo.
Sin embargo ella era distinta.
A ella no le costaba reírse tanto como a mí, le salía sólo. Yo, en cambio, tenía demasiado control sobre mi risa y no podía evitar reprimirla en una mueca.
Cada día ella caminaba las calles en total simetría con su cuerpo. Como las olas que bailan un océano. Acariciaba con sus piernas las aceras y ni siquiera le vacilaba la mirada, siempre al frente. Envidiaba que sus caderas tuvieran curvas sólo porque ella quería que así fuera.
Yo, en cambio, no me atrevía a caminar del todo. Miraba siempre al suelo, según decía la gente, como síntoma de mis ansias de escaparme lejos. Yo no acariciaba las aceras, yo hacía todo lo posible por no pisarlas.
Además, todas las noches, antes de ducharse se miraba en el espejo. Se quitaba la ropa y sonreía ladeadamente, de manera tímida y semidesnuda, admirando sus propias piernas, sus propias clavículas, su propio culo, su propia espalda. Su propio todo. Su propio cuerpo.
Su propia ella.
Se miraba en el espejo y era capaz de verse a sí misma, de ver su alma.
Yo no podía hacer eso. Sabía que era incapaz, porque una vez traté de hacerlo. Me quedé mirándome casi sin ropa y llegué a la conclusión de que no me gustaban mis piernas, porque no tenían forma. Eran demasiado delgadas. Tampoco me gustaba el resto, por la misma razón.
No me veía a mí misma, veía un cuerpo que no aceptaba como propio. Una base que quizá podría llegar a ser perfecta, pero que no lo era. Así que yo, en cambio, no sonreía al verme en ropa interior, ni siquiera lloraba. Más bien me sentía impotente.
Y es que ella, con su caminar acompasado, su inenjaulable risa, su alta autoestima, estaba totalmente fusionada con la estructura marmórea que la mantenía en pie.
Estaba enamorada de sus lunares, de sus costillas, de su voz demasiado aguda y de su pelo despeinado cada mañana.
Estaba enamorada de sí misma, y precisamente por eso no necesitaba a nadie. Era libre, independiente. Un pilar indestructible capaz de sobrevivir años a base de mirarse en un espejo.
Eso me hacía cuestionarme de qué manera una persona se respeta a sí misma.
Ella se quería, pero no era capaz de querer a nadie más. Se había vuelto demasiado independiente. Gritaba a los cuatro vientos que era libre, que no le pertenecía a ninguna otra persona, pero en el fondo estaba desesperada. En el fondo, se sentía una máquina incapaz de anidar mariposas.
Dejaba que su risa brotase por sí sola, porque en realidad era fingida.
Estaba vacía.
Apática.
Y lo peor de todo era que no existía persona capaz de perderse físicamente en sus curvas.
Era inaccesible precisamente porque estaba insensibilizada y eso la consumía por dentro.
Sin embargo, yo nunca supe cómo quererme. No sabía ser uno con mi cuerpo y eso se notaba. Siempre andaba sacándome defectos, criticándome a mí misma.
En el fondo, porque encerraba demasiados sentimientos dentro y temía no encontrar a nadie que los quisiese. Era una bomba de relojería, un cañón cargado de pólvora. Un cúmulo de dramatismo a punto de explotar si alguien no lo sofocaba antes.
Así que, cuando aquella vez me dijeron que había que saber respetarse a uno mismo, pensé que quizá eso significaba enamorarse de cada recoveco propio, y dejarse sentir hasta los topes por aquellos que sepan ver esos mismos escondites.
Más tarde acabé dándome cuenta de que es precisamente ese sentir descontrolado lo que nos lleva a quedarnos totalmente vacíos.
Porque una vez que te arrebatan todo aquello que te hace sentir vivo, sólo te quedas tú mismo y los recuerdos que conservas dentro.
Quizá por eso ella se quería tanto, porque era lo único que le quedaba de todas las cosas que había perdido.

sábado, 7 de junio de 2014

En contraste.

Quiero
que recorras
con un kamikaze
exceso de velocidad
las carreras de mis medias
y que te pierdas
entre mis piernas
mientras yo me pierdo
por cada hueco de Madrid
que me recuerda
a cuando aún
estabas
aquí.