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lunes, 29 de septiembre de 2014

Sin amueblar.

Yo sólo te veía a ti en mi futuro
Y ahora que te has ido
Está completamente oscuro
Bloqueado y sin pintar
Ya no existe en él felicidad
Ni risas
Solo un fondo negro
Y un cartel que dice:
"Fuera de servicio"
¿Y qué se hace entonces
cuando a Roma ya no llegan caminos
o cuando la única ruta posible
bordea
un acantilado a oscuras?
Yo sólo te veía a ti en mi futuro
Y ahora que te has ido
soy yo la que no quiere verlo
Porque ningún rincón te hace justicia
ni me mira
como tú
solías
hacerlo.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Amor a las alturas.

La chica llevaba un vestido rojo. Se encontraba ligeramente inclinada sobre el borde del inmenso mirador, asomada sin temer a las alturas gracias a que estaba de puntillas. Parecía que estuviera comprobando si los diez pisos que la separaban del suelo fuesen de verdad diez pisos, y no diez centímetros.
En su mano derecha sostenía una hoja de papel que había sido arrugada varias veces antes. Quizá hubiera estado guardada mucho tiempo en su bolsillo, esperando aquel preciso instante.
Lo sujetaba con fuerza, como quien teme soltar una mano ajena en medio de una multitud. Lo sujetaba con el cariño con que se sujetan dos enamorados.
El cielo de la ciudad estaba anaranjado, el sol desprendía esos últimos retazos de luz que ya no recuerdan cómo derrotar oscuridades. Era un atardecer de un verano casi muerto, de vientos débiles y de nubes famélicas. Un atardecer de esos que salen en las películas, porque son tan corrientes como otro cualquiera.
La chica posó sus talones lentamente en el suelo y dejó de encaramarse. Tragó saliva. Respiró hondo.
La chica echó una última panorámica a la selva de edificios que tenía ante sus ojos. Todo le parecía muy simple desde allí. Mediocre, incluso. Pensó que el mundo, visto desde arriba, era tan amplio que todo lo demás se quedaba demasiado pequeño. Las calles donde antes se perdía, los parques donde no se atrevía a entrar caída la noche, la carretera que ojalá hubiese hecho suya aquel día. Incluso los problemas que el propio universo le ponía para hacerla creer que le tenía manía.
Todo resultaba insignificante con los pies despegados del suelo.
La chica entonces agarró el papel con las dos manos y comenzó a leerlo en un susurro alto.
No se podía entender lo que decía. Hablaba de pájaros atrapados por su propio hogar y de guerras contra el tiempo. Hablaba de volar lejos con alguien, de preguntas que sólo podía responder el paso de los años, y no el vacío de un edificio.
Hablaba de instantes que ahora le quedaban tan lejos que sólo podía verlos cerrando los ojos. De planos detalle de lo que un día fue un cuerpo entero: de sus manos, de sus ojos entrecerrados por la risa, de su mejilla apoyada en la almohada, de su espalda cuando le miraba sin que él se diera cuenta.
Hablaba de despedidas y de puertas que al cerrarse encierran tristeza.
Cuando ya no le quedó nada más que susurrar, su vestido rojo comenzó a mecerse suavemente con el viento. Sus brazos ahora se dejaban caer relajados, sin fuerzas. Y sin embargo ella mantenía la mirada en la ciudad, ahora más oscurecida, que se abría ante sus ojos, impasible, dejando entrever todas las grietas que estaban a punto de quebrarse, de hacer desvanecer lo poco que quedaba de ella. A punto de que se convirtiese entonces en una imagen de lo que un día fue.
La chica permaneció en silencio esperando una respuesta.
Pero como siempre, el único sonido era el del viento haciendo pedacitos aún más pequeños de lo que le quedaba en lo más profundo de su pecho. El terrible sonido de un silencio que esconde miles de historias tristes.